La trayectoria de Gruff Rhys se mantiene tan prolífica como imprevisible. El octavo álbum en solitario del que fuera (¿o es aún?) líder de Super Furry Animals se inicia con unas líneas así de impactantes: “In the nightclub of my mind / I’m doing cocaine in the cloakroom / Come and set me free from my vain and selfish ways”. En portada, vemos la figura de un hombre de espaldas, arrodillado y cabizbajo frente a una pantalla de televisor en punto muerto, una guitarra de doble mástil y el título de la canción y el álbum, “La tristeza me libera”, como un aura de neón. El sonido de ese tema despista con sus efluvios de country-rock, porque el siguiente, “Bad Friend”, juguetea con el piano y el violín para lanzar una jocosa letra (muy Neil Hannon) dedicada a un amigo defraudado tras un desastrosa excursión de fin de semana en caravana por el oeste de Gales. “Every hour of every day / I need to feed the kids / And take them to the park to play / They say it’s impossible / To be everything to everyone”, canta él a modo de justificación.
Lo que se antoja como un disco melancólico y confesional posee, en realidad, una narrativa de carácter circular y un estilo mutante pero sobrio, construido artesanalmente con un cuarteto que completan Osian Gwynedd al piano, Huw V Williams al contrabajo y el ex Flaming Lips Kliph Scurlock a la batería, con el añadido posterior de coros y arreglos orquestales que nunca quiebran con el intimismo predominante. El estilo general es retro, con un aroma que tira hacia el soft pop setentero. La narrativa a la que aludía parte de lo personal en los cuatro primeros temas y en los dos últimos, que desembocan en la conclusión sanadora de“I’ll Keep Singing”, donde el galés retoma el mantra del tema inicial con un espíritu que me recuerda a Spacemen 3 aunque sin flujo lisérgico.
Lo más interesante, sin embargo, se halla en los cuatro temas que conforman la parte central, más enfocada a la crítica social y política. En “On The Far Side Of The Dollar” yuxtapone imágenes de colinas y ciudades ardiendo, gente en duelo, turistas agitándose y sirenas cantando, casi a modo de catástrofe bíblica. “They Sold My Home To Built A Skyscraper” fantasea con una trama distópica al tiempo que aboga por eliminar las canciones sentimentalistas y cantar sobre dictadores a los que les va mal. “Peace Signs” incluye las sugestivas líneas “Heads for sale / Culture wars / And shit for brains”. Pero la mejor de todas es “Cover Up The Cover Up”, posiblemente la más frontalmente política de toda la trayectoria de Rhys. Este la construye como una deliciosa balada de piano con reminiscencias de Sufjan Stevens y proclamas de canción protesta que llama a resetear la sociedad contra las mentiras de los gobiernos y, de paso, contra la monarquía, la educación privada, los oligarcas de los medios y todas las formas de tiranía. Como en el grueso de la obra de Rhys, estamos ante un trabajo irregular (pero con algunos destellos de genio y momentos movilizadores) que evita el recurso fácil y la visión cínica. Un disco de apariencia poco ambiciosa, que registró en París en solo tres días, y que suena honesto y veraz a la par que desenfadado. ∎