A menudo, se suele tildar de grupos generacionales a muchos que no lo son, que simplemente plasman sensaciones universales. Después de haberlos visto en directo en una sala de Bilbao hace ya varios años, diría que Merina Gris sí merecen ese calificativo y, al mismo tiempo, son profundamente personales. Lo suficiente como para conseguir que aficionados al trap y jóvenes con camiseta de Eskorbuto bailasen al unísono sus canciones o su versión de “Dancing On My Own”, de Robyn. Reconozco haberme sentido fascinado por ver algo, al mismo tiempo, tan auténtico y tan moderno, en el mejor de los sentidos. Representan un sentir compartido y, al mismo tiempo, no hay nadie como ellos.
Lo más interesante que desprende el trío donostiarra es su identidad fragmentada. Dentro de una misma canción, vemos cómo conviven constantemente sus voces en euskera y castellano, femenina y masculinas, gritando y susurrando, naturales o tratadas con todo tipo de efectos. Hay una especie de cualidad poshumana –siguiendo el término acuñado por Simon Reynolds– que vendría asociado a esa manipulación de las voces, a su propia imagen (un poco de cíborgs) y a su sonido maquinal.
Sin embargo, lo que cantan es profundamente humano. Los textos –de Julen la mayoría, aunque hechos salvajemente suyos por Sara– hablan de una constante confusión de los sentimientos. Estos se enmarcan en una realidad poliédrica que también se relaciona con los muy diferentes significados de la palabra “zuloa” (agujero) que van apareciendo a lo largo del disco. La intrincada producción, con constantes quiebros y cambios de rumbo, refleja de forma igualmente lúdica esa idea del conflicto interno que parece producirse en cada canción, como si se estuviese confrontando consigo misma todo el tiempo. Parece que en el interior de cada uno de los diez cortes haya una pelea que deriva en la necesidad de un abrazo, un drama exacerbado que finaliza buscando el escapismo de la pista de baile, la propia liberación de los cuerpos de una mente que va demasiado deprisa.
“Ya no sé si es odio o ansiedad” (…), “Tan vacío y tan violento como todo lo que siento (…), “Tú no lo aceptas, pero suele pasar / no siempre es correcto lo que sentimos” (…), “Mírate al espejo / Tu dolor no eres tú / Quien ama, odia” son solo ejemplos cogidos al vuelo de ese conflicto permanente que expresa el trío pero que, a nivel sonoro, también busca una especie de brillo clarividente. En la temática, parece predominar un duelo sentimental, pero eso se confunde con otros sentimientos de pérdida: los lazos sociales y comunitarios, y la propia identidad de una ciudad a la que ahora odian por el proceso de gentrificación en que se ha sumido. En el fondo, hay también una sensación de vulnerabilidad realmente honesta, como la que muestran en “Lotu zure txakurrak”, donde el protagonista se echa atrás en su intención inicial de lanzarle un beef a alguien (la canción narra un poco el proceso mental de ello) y en un tema tan emocionante como “Triste dabil aita”, con letra de Paskal, que muestra muchos matices de un relación intrafamiliar. ∎