La antropología de la música, o antropomúsica, vendría a ser algo así como el estudio de las expresiones musicales de las sociedades tradicionales o de las culturas que hasta no hace mucho se consideraban exóticas, primitivas o diferentes (esto, claro, según el ojo que las mire o el oído que las escuche; no olvidemos que el etnocentrismo never sleeps). Con esa brújula como guía, Raúl Rodríguez (el hijo de Martirio, digámoslo ya para no tener que repetirlo) ha confeccionado el majestuoso disco-libro –con fotografías, ensayos y textos (en castellano e inglés)– “La razón eléctrica”, tercera entrega de una trilogía iniciada con su primer disco en solitario, “Razón de son” (2014), y seguida por “La raíz eléctrica” (2017). De los tres, no es que este sea el más logrado, que lo es, sino que es donde finalmente logra que de su inconsciente se revele ya no como sueño íntimo o como deseo, sino como imagen real, casi como carne, la síntesis del concepto que ha ido buscando al otro lado del mar.
Es etnografía de ida y vuelta, histórica, sí, pero sobre todo personal (la suya, la de Raúl). Es música viajera con el punto de partida en el latir del compás africano, aquel que estaba en la Península Ibérica siglos ha antes de que viajase a América y regresara transformado y listo para influir en Iberia. Más de quinientos años de intercambios. De la misma manera, Raúl ha ido viajando al sur del Mediterráneo (Malí, Senegal, Madagascar, Guinea Ecuatorial) y a la mexicana Veracruz para regresar transformado, listo para ver con otros ojos y escuchar con otras orejas falsetas como las de Diego del Gastor o Juan Maya Marote. Y es que igual que la vida, además de un asunto complicado, es una rueda, como bien se dice aquí en la segunda canción (“a la rueda que rueda del porvenir, que por más que lo esperes no va a venir”), la creatividad, cuando es exploración tan vital, tampoco es nada fácil (“esa luz que tienes dentro te dirá cuál es tu rumbo, te abrirá todas las puertas, te sembrará los caminos y te dará las respuestas que buscaba tu destino”, canta en “La tormenta de arena”). Pero aquí Raúl la sabe transformar en géiser de fuente, en guiso andaluz con paladar de nueva receta.
De manera que, a través de la autoetnografía de su autor, “La razón eléctrica” fluye como música libre que va explorando y saludando territorios lejanos sin entenderlos como ajenos, sino como propios y desde los cuales se puede, y sobre todo se debe, dar cuerda al proceso creativo. Desde el lento calor de sal y fiebre que desprende, sobre un poema del onubense Miguel Ángel Feria, “Suite para kora y quijadas”, hasta ese blues de dunas marinas que es “Al otro lado del mar” o esa bulería instrumental del final, la que da título al disco, con el tres flamenco de Raúl dialogando con ritmos suyos primos hermanos, unos nacidos en el Caribe, otros en el Golfo de Guinea, blanquitud y negritud, todo el álbum desprende gusto e intención, sabor y humanismo. ∎