esde pequeño me gustan los castillos, seguramente a causa de un juguete que tuvo éxito durante la época de mi infancia, el Exin Castillos. Ninguno me ha gustado más hasta ahora que ese visitable de Alemania, el de Eltz, en el que conservaban hasta las armaduras y todo, porque allí son muy ordenados. Los de España están hechos una ruina; me duele ver su abandono, que es el nuestro, desde las carreteras, y no he hecho la excursión por el Loira en el país vecino, quizá por ser eso ellos, vecinos, aunque a Carcasona sí que fui. Luego resultó que las de Carcasona eran murallas reconstruidas para el turismo. Qué más da, el turista va a hacer el turista y punto. A llenar el móvil de fotos.
Mis abuelos maternos vivían junto a las murallas del barrio de la Macarena, en Sevilla. Misteriosamente el castillo que defendía de invasores a la Sevilla antigua, una fortaleza musulmana, no me gustaba en absoluto. Años después supe que la parte de la muralla que veía cuando visitábamos a los abuelos sirvió durante la guerra y la posguerra como paredón de fusilamientos, esa parte cercana al arco de la iglesia donde estuvo enterrado hasta hace poco Queipo de Llano, la que está frente al Parlamento de Andalucía, que fue famoso por un vídeo en YouTube en el que se parten de risa casi todos, hace unos años. Las risas se acabaron con VOX, pero aún nos quedan las vírgenes para unir al pueblo. Será por eso que algunos llegan a justificar los abusos sexuales a menores de la Iglesia católica: unirnos no está pagado. Bueno, sí se les paga, y mucho. A Queipo lo sacaron hace poco de al lado de la virgen del barrio; ya tardaban.
El momento en que la muralla me provocaba esa impresión negativa estaba más cerca en el tiempo de los fusilamientos franquistas que seguramente la habían siniestramente marcado de lo que estoy yo ahora de aquel momento de mi infancia. Tengo que releer esta última frase para ver si está bien. Relean si pueden para comprobar si la han comprendido bien. De 1937 a 1977, 40 años. De 2024 a 1977, 47.
Hace tiempo que Iker Jiménez ha dejado de lado los fantasmas para colar mensajes de ultraderecha, como está haciendo por dinero buena parte de la prensa, para ir así capitalizando el embrutecimiento al que poco a poco el pueblo ha sido sometido en las últimas décadas, abandonando a propósito el sistema educativo como se está ahora abandonando el sanitario y haciendo creer a los incautos que toda excelencia y cuidado son elitistas, poniendo en sus altares a los dioses supuestamente democráticos de la estupidez: igualando por lo bajo, precisamente lo que dicen ellos que hacen los comunistas. Hasta yo, ateo convencido, voy a echar de menos la época en que el personal adoraba fenómenos paranormales como son las apariciones marianas. Prefiero la Macarena a la mayoría de influencers de hoy. Al menos la procesión lleva banda de música, no va en playback.
En el programa de Iker intervenía Aldo Linares, o interviene, no sé, porque ya me niego a ver ‘Cuarto Milenio’. Aldo era compañero del indie de los años noventa, algo tenía que ver con Silvania y Acuarela, creo. Pues no es que pretenda yo tener los poderes de Aldo, pero sé que en las murallas de la Macarena hay un pozo de energía realmente chungo. Y dudo mucho que el pozo se haya ido en estos 47 años, porque las huellas de tanta crueldad no se van tan fácilmente.
Hace mucho que no voy a Sevilla, y la última vez fui solo para llorar en el campo del Betis, y no porque el equipo fuera incapaz de competir lo más mínimo contra un equipo, el Manchester United, que a la siguiente ronda cayó contra el equipo vecino, sino porque la ciudad entera se ha quedado en mi pasado, he tardado demasiado en poder volver y ya no soy de allí. Sin embargo, para sentir lo mismo que sentía frente a la muralla ahora me basta mirar por el balcón a la carretera de Almería en estas primeras noches de frío.
Noelia, de la librería Rayuela, me ha regalado un libro con algunos textos de Norman Bethune, un médico canadiense que ayudó con un camión y dos compañeros a cuantas personas pudo ayudar durante la matanza de civiles que ocurrió en la carretera de Almería en febrero de 1937. Entre cincuenta y cien mil personas, hombres, mujeres y niños, huyeron andando de los fascistas desde Málaga hasta Almería, acarreando sus escasas pertenencias y siendo ametrallados por la aviación italiana y alemana por el trayecto, y disparados desde barcos como el crucero Baleares, que ha vuelto a dar nombre a una calle de Madrid recientemente. Asco de tío.
Ahora los imbéciles dirán que en una guerra hay muertos en los dos bandos. ¿Cómo se puede comparar un ataque así como el franquista, perpetrado con ayuda de otros ejércitos fascistas y tropas marroquíes, contra un país con un gobierno legítimo y armado con cuatro fusiles viejos para defenderse? ¿Qué clase de droga se echan estos carajotes en el ColaCao?
Methe trata de calmarme en Maro con unas gotas y unas sesiones de reiki. El otro día hablaba con ella, en inglés, de cómo se puede percibir que Maro y toda esa carretera vieja que transcurre por los acantilados, con esas vistas tan bonitas, los árboles de frutas tropicales y todo eso, podría ser un paraíso, y sin embargo no lo es: hay una brecha, falla algo, es un precipicio por el que arrojaron a demasiada gente. Me parece que basta ser un poco sensible para notarlo, pero desconozco dónde está ahora el umbral de sensibilidad del personal. Quizá la tele lo haya tenido que eliminar, con las imágenes del ataque de Israel a Gaza o la cara de Inda de mulo asomado a una tapia.
Todas las guerras son simplemente un robo. Los ricos quitando a los pobres lo poco que tengan, no hay más. Envidia del vecino, de lo que tenga, da igual. De ahí la existencia de murallas, de castillos, de cerraduras, de alarmas. Aún hay tontos que piensan que las guerras se tratan de religión o de ideales. Estos son los tontos que van a matarse. Esto lo he dicho muchas veces, y hoy se lo he leído a Bethune, al menos lo del robo.
Había un cartel conmemorativo puesto por la anterior Junta de Andalucía a la salida de Málaga, en el Peñón del Cuervo, agradeciendo al médico canadiense su labor durante la desbandá. Hace poco fue destruido. Juanma Moreno no piensa reponerlo, desde luego.
El actual alcalde de Málaga lleva 23 años siéndolo y tiene fotos con Franco. El otro día lo vi caminando por la calle, junto a La Coracha, ese barrio de Málaga que destruyeron para echar a los pobres, poniendo un paredón gigante donde había algo así como un Albaicín humilde que hubiera sido la delicia de esos turistas que tanto adoran estos fanáticos del capitalismo.
Hay gente que cree que La Coracha fue destruida por un alcalde socialista que hubo en los noventa; hasta en la Wikipedia parecen sugerirlo. Seguramente sí fue culpable de su abandono, eso no me extraña. Si nuestros castillos no están como los alemanes no será solo culpa de Franco.
Hay que reconocer a la derecha que son maestros en la difusión de mentiras entre los menos atentos: jóvenes despistados y gente mayor sin formación, o personas que simplemente van perdiendo la chaveta bajo la presión que un día se autoimpusieron de tener que ser ricos, y acaban por terminar imaginando que lo son, poniendo una bandera de España del bazar chino en un minúsculo balcón aunque no tengan ni para echar gasolina al coche, mientras Leonor se pasea en un descapotable al parecer más histórico que el camión de Bethune.
Era Celia Villalobos, la del Candy Crush y los huesos de vaca loca, era ella la alcaldesa cuando el barrio de La Coracha se demolió. Tienen suerte estos de que al malagueño parezca importarle todo un pimiento, hasta el punto de que terminan votando a los herederos de los que, no hace tanto, bombardearon a sus abuelos. La marihuana y el alcohol tienen en parte culpa de esto.
El frío ha llegado, solo quedan algunos turistas cansinos, los yonquis del barrio de toda la vida, que también abundan por Maro como en un Halloween que dura demasiado, y se pueden ver las montañas del Rif en el horizonte marino en algunos atardeceres. Cuando el tráfico cesa, algunas noches la carretera de Almería recupera un sonido marino como de arrastrar los pies. ∎