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Firma invitada / Notas fantasma

Regreso al futuro

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a no se estila, pero recuerdo que en los 90 muchos grupos de la nueva escena independiente cantaban en inglés y la mayoría bebía de la sonoridad británica o estadounidense mucho más que del producto nacional. No se miraba a la movida, mucho menos al folk o las raíces, se miraba al rock alternativo yanqui y al britpop. A diferencia del rock y el pop latinoamericano, que siempre ha mantenido el sabor propio en la mezcla con las especias del exterior, aquí se le echaba ketchup a casi todo. También cuando se cantaba en castellano, en España la música indie tenía acento anglosajón.

Treinta años después, esa especie de complejo de pueblerino en la gran ciudad, que esconde su origen para parecer cosmopolita, no solo ha desaparecido, sino que se ha dado la vuelta. Hoy hay una explosión de acentos regionales, una exploración y renovación del folclore y una reivindicación de la identidad propia, que incluso ha empezado a exportarse allende los mares.

Rosalía se come el mundo con un disco en castellano con fonética andaluza, estética gitana y toque aflamencao en plan folclórica del siglo XXI, y C. Tangana responde reinventándose y reventando las listas de éxitos con un álbum que titula “El Madrileño”, que se abre con una banda de cornetas y tambores gaditana de Semana Santa y continúa a ritmo de pasodoble para después pegarse un viaje por las músicas de raíz de la mano del Niño de Elche, La Húngara, Toquinho, Eliades Ochoa, Calamaro, Drexler, José Feliciano, Kiko Veneno o los Gipsy Kings. Tradicional y moderno. Local y global.

Hasta los supervivientes de aquella primera hornada indie, de Los Planetas a Nacho Vegas, hace tiempo que transportaron a su estilo los sonidos de su tierra. Vegas incorpora a su cancionero temas en asturianu, los granaínos hicieron “La leyenda del espacio” y se juntan con el Niño de Elche (que está en todas) para ese experimento de space rock andaluz llamado provocadoramente Fuerza nueva con el que se atreven tanto con el villancico flamenco “Los campanilleros” como con “El novio de la muerte”, himno de la Legión. La fuerza nueva es volver a lo viejo para hacerlo actual.

Los de Jota y Florent siguen una estela de modernidad y tradición que en Andalucía ha sido muy fértil, de Camarón a Alameda, de Smash a Triana, de Cai a Imán, un río que se sumergió como el Guadiana en ese final de siglo que comentaba y que volvió a resurgir con Morente y Lagartija, el rap con deje propio de La Mala, SFDK o Tote, hasta llegar a Pony Bravo y desembocar en la racialidad de Derby Motoreta’s Burrito Cachimba o Soleá Morente y, sobre todo, de la tremenda constelación de folktrónicos: Califato ¾, The Gardener, Forza La Mákina!, Industrias 94, Ruiseñora, Fuel Fandango, Bronquio remezclando a Rocío Márquez, Nya de la Rubia, Le Parody o María José Llergo. Ésta última empezaba su disco de debut, “Sanación” (2020), producido por Lost Twin, con el sonido de una pala cavando en la tierra, metáfora de lo que refiero.

Precisamente, la electrónica es la pala que más hondo está escarbando para buscar las raíces del árbol. Creo que uno de los movimientos musicales más estimulantes que está viviendo este país (y razón que motivó estas líneas) es el de estos nuevos folclóricos. Además de los citados andaluces, me llaman la atención Baiuca en Galicia, Rodrigo Cuevas en Asturias y, en Cataluña, María Arnal i Marçel Bagés con su nuevo disco, artistas que no por casualidad nacen en nacionalidades con lengua autóctona. No son los primeros en actualizar con acierto el folclore a través de la electrónica (lleva años haciéndolo de manera concienzuda y vanguardista Mercedes Peón, por poner un ejemplo), pero estas propuestas han conseguido conectar el sonido del pasado con el sonido del momento, conectar con el espíritu de su tiempo, más que otros intentos previos. Hace unos años hubiera sido impensable ver a una sala bailando enloquecida con unas cantareiras gallegas a ritmo de dance club y yo lo he visto en un concierto de Baiuca. A la raíz (y a la felicidad) por la electrónica.

También he visto vídeos de estadounidenses fascinados por “El mal querer” aunque no entendían una palabra de lo que canta Rosalía. La eclosión del folclorismo asociada a las músicas urbanas y de baile han convertido lo local en tendencia global. Los citados Califato y María José Llergo participan en el anuncio de una marca de cerveza andaluza en el que una Lola Flores virtual reivindica el acento. “Manosea las raíces”, dice la Faraona digital. La identidad vende, está de moda. A mí se me enciende el sentido arácnido cuando el mercado manosea cualquier cosa, y si algo me escama de este fenómeno es la explotación mercantil que acaba por quitarle toda particularidad a lo particular y toda autenticidad a la identidad para convertirlos en clichés. Eso sí que es apropiación cultural.

Ya está sucediendo. Empieza a ser cargante el abuso de los tópicos cañí-flamenco-gitano-andaluces en publicidad y videoclips. Parece que para reivindicar el poderío de la mujer hay que llamarla “gitana” y vestirla de faralaes, y no. Parece que para ser “de verdad” tienes que vestirte como la gente del barrio (como el estereotipo de la gente de barrio que vende la moda), y tampoco. La industria convierte lo genuino en un pastiche y te lo vende como si fueran las alubias de tu abuela. Cuidado con eso. Se lo digo a los artistas para que no caigan en el tópico. Nos lo digo como público para que no nos den gato por liebre.

En un mundo globalizado, la gente vuelve al terruño en busca de sí misma y de seguridad. El lado oscuro de esa fuerza son los nacionalismos identitarios excluyentes que bordean o abrazan el fascismo. El lado luminoso es este estallido de variedades locales, esta legítima defensa de la denominación de origen y esta hermosa recuperación del pasado para hacerlo presente que nos ayuda a encontrarnos en esta realidad tan líquida y confusa. Bienvenido sea el regreso al futuro, siempre que no sea por falta de ideas, por estrategias de mercado o para mirarnos el ombligo. Volver al origen no siempre es sinónimo de originalidad. ∎

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