Visto / No visto

Majirulos

Cris Lizarraga, vocalista de Belako, explica en este texto las actitudes tóxicas que ha encontrado entre el público al volver a los escenarios, y también da con un nuevo término para definir su actitud entre aduladora e invasiva: “majirulos”.

“No tengo que ser complaciente con quien cree tener derechos sobre mí sin apenas conocerme”.
“No tengo que ser complaciente con quien cree tener derechos sobre mí sin apenas conocerme”.
C

ómo echábamos de menos sentir a la gente cerca, tenerla de pie y compartir la carga y descarga de adrenalina que es un concierto. Ha sido un palo dar conciertos frente a personas sentadas, quietas y (aparentemente) serias. Un bajón en el que no interesa recrearse ahora, pero creo que hablo por todas las integrantes de mi grupo cuando digo que ha sido complicado salir a tocar conforme pasaban los meses. Parecía que había que estar agradecidas por el simple hecho de tocar (y lo estamos), pero ya ni eso era disfrutable. Estábamos totalmente alienadas respecto a nuestra identidad, como cualquier grupo de directo que se ha formado retroalimentándose con las pocas o muchas almas que puedan vivir y dar sentido a un bolo. La eliminación de las restricciones en cultura iba a suponer un subidón por la nueva/vieja normalidad, y, en cierto modo, al principio lo fue. Desgraciadamente, también volvieron cosas que no echaba en falta en absoluto.

En Valencia, después del concierto que dimos en 16 Toneladas, pude estar con la maravillosa Marina –aka @listillas_–, que presenció cómo tuve que comerme tremendas chapas, propuestasinsultos o “felicitaciones” como los que leéis en los memes que ella ha diseñado, y dimos con un término, creo, muy acertado para definir a estos tipos: “majirulos” (aunque alguno no tenía un pelo de majo). Unos días después, Marina me dijo esto por WhatsApp: “Sabes con qué me quedé yo de aquella noche??? Cuando el pavo que te hacía fotos dijo: ‘claro que le hago fotos, si es un personaje público’, y me quedé con la cosa del cambio entre estar sobre un escenario y estar debajo. Encima de un escenario vale que hagan fotos, pero debajo de él es chunguísimo y más si dice lo de ‘personaje público’, buah, no sé, estuve pensando en eso mucho, y en cómo no les interesa separarlo para seguir acosando, locura eh”. Yo me quedé con eso de dar por hecho que las cosas son de una manera porque has visto unos stories y lo que te esté diciendo yo te la sople.

Te pillan con la guardia baja porque al acabar un “conci” estás expuesta y vulnerable, cansada y un poco arrinconada mientras recoges o vas a hablar con colegas. Y mira que hay maneras de animar a alguien de forma respetuosa, pero es cierto que si eres un grupo o artista mínimamente accesible tienes esa sensación de performar la pieza “Rythm 0” de Marina Abramovic, en la que dejaba que el público utilizase cualquiera de los 72 utensilios expuestos en una mesa a su lado (pistola incluida) a su libre elección, tomándola a ella como objeto a intervenir.

No eres ni tan famosa ni tan poco famosa, así que parece que tienes que agradecer cada interacción porque te valida, y no quieres ser una flipada o una borde, y no tienes nada que te separe del público mientras recoges el escenario. Nunca me he sentido tan anulada como cuando, de pronto, se me pone uno a hacer fotos y estoy tan cansada y disociada de mi cuerpo en ese momento que ni reacciono, y me doy cuenta de lo fuerte de la situación porque en ese momento tengo la suerte de tener gente cerca que flipa (no siempre es así). Las sentencias sobre ti y lo que haces, cómo lo haces, su aprobación, sus comentarios, forman parte del abanico de utensilios con los que deciden abordarte. Gracias por tu opinión que no te he pedido, que parece que si no la sueltas, revientas. ¿Ya te has quedado a gusto? Por supuesto, si se te ocurre salir de la complacencia, como cuando respondes cabreada a cualquier acoso callejero, el “piropo” se transforma en insulto en cuestión de segundos.

Escribo esto mientras seguimos de gira, y lejos de quedarse en un par de anécdotas, la cosa suma y sigue. En otro bolo, uno exigiendo que fuese donde estaba él, porque su hija es fan (¡sorpresa!, ser padre es compatible con el chantaje emocional y con ser un mendrugo), otro acaparando la primera fila señalándonos y violentándonos de esa forma tan “majirula”... Menos mal que nuestras amigas me vieron la cara y se echaron adelante, obligándole a hacerse a un lado. Ojo, que nuestros compañeros de grupo aguantan unas comidas de oreja terribles, pero bueno, los matices del acoso no precisan de largas explicaciones a estas alturas. La otra noche, Lore (Nekane Billelabeitia, bajista de Belako) tuvo que escuchar como un señor le decía que de tener 15 años menos se le hubiese lanzado. PUAJ. ¿Qué hacemos con esto? Es acoso laboral y, sin embargo, no trabajamos con ellos. Pero, realmente, ¿forma parte de nuestro trabajo? ¿Forma parte de cualquier trabajo de cara al público? Ane y Raquel, de Pinpilinpussies, vivieron hace poco una experiencia terrorífica tocando en un festival de Madrid. Lo que tenía que ser una bonita vuelta a los directos se tornó en pesadilla, esta vez por los individuos con los que tuvieron que currar. Me lo contaron así:“El bolo se fue atrasando y éramos las últimas en tocar. Los técnicos eran un poco esta gente que se acerca a ‘ayudar’ de manera paternalista, dando por hecho que faltaba un bajista por llegar, dejando en evidencia que ni habían mirado nuestro ‘rider’. Obviando el acoso explícito de uno de ellos, señalándonos con el dedo y diciendo a sus compañeros ‘parad lo que estéis haciendo y mirad esos culos’, el técnico que estaba en la mesa de sonido se dedicó a mirar el móvil durante todo el concierto sin hacer caso a lo que pasaba en el escenario, que fue un desastre a nivel sonoro. Su actitud era: ‘voy de majo y de que os ayudo, pero en realidad me importa una mierda lo que estáis haciendo y como sois dos chavalillas que estáis empezando, pues con esto ya tiráis’”.

No podemos elegir a los currelas ni a nuestro público, y aunque la mayoría sea gente majísima, un par de lerdos te contaminan lo que debería ser una experiencia maravillosa y compartida, la alegría de haber dado (y asistido) a un buen concierto. En los últimos años, muchos grupos hemos manifestado nuestro rechazo hacia ciertas actitudes. ¿Por qué se nos acercan, entonces? Primero, porque no se han molestado en escucharnos, y segundo, porque literalmente se creen que el mundo es suyo y, claro, nosotras estamos en el mundo.

Estoy harta de ser complaciente, estoy harta de que se crean con derecho a objetualizarnos, a deshumanizarnos. La noche no es excusa, el alcohol no es excusa, ser el técnico no es excusa, ser fan, ser padre de une niñe adorable no es excusa. Es más, todo eso solo lo empeora.

Majirulo, que me digas lo bien que lo hago arrinconándome, acaparándome cuando ya estoy hablando con alguien o trabajando o, simplemente, estando a mi puta bola, que me agarres de la cintura para sacarte una foto, que me des dos besos sin mi consentimiento, no es ni majo ni cariñoso. Es una falta absoluta de respeto. No tengo que ser complaciente con quien cree tener derechos sobre mí sin apenas conocerme. Machirulo, quítate la careta, calla un poco y deja sitio delante, no acoses, no abuses, no violentes.

Nunca te has ido, pero nosotres hemos tenido tiempo de sobra durante estos casi dos años para reflexionar, para hablar y escucharnos, y volvemos a los conciertos al uso sin paciencia para tus mierdas. Escribo esto para recordarlo cuando me vuelvan a pillar con la guardia baja y se me pase por la cabeza hacerme pequeñita. ∎

Compartir

Contenidos relacionados