Película

Bikeriders. La ley del asfalto

Jeff Nichols

https://assets.primaverasound.com/psweb/gtcgbajim9s4vphvecit_1720599879569.jpg

El relato sobre bandas de moteros y las motos como sinónimo de libertad ha pasado por todos los estadios del cine estadounidense: filmes “rebeldes” en Hollywood –“Salvaje” (László Benedek, 1953)–, underground –“Scorpio Rising” (Kenneth Anger, 1964)–, exploit –“Motor Psycho” (Russ Meyer, 1965)–, serie B –“Los ángeles del infierno” (Roger Corman, 1966)–, independientes –“Easy Rider (Buscando mi destino)” (Dennis Hopper, 1969)– y mainstream –“Dos duros sobre ruedas” (Simon Wincer, 1991). Hoy es difícil saber a qué tipo de público puede interesar una película centrada en una banda de motoristas estadounidenses en la segunda mitad de los años sesenta, pero Jeff Nichols no es un director que se pliegue a modas y formalidades. De ahí que siete años después de su último filme, “Loving” (2016), que ya era distinto del anterior, la película de ciencia ficción “Midnight Special” (2016), y bien diferente de los dos que cimentaron su prestigio, “Take Shelter” (2011) y “Mud” (2012), Nichols sorprenda con una propuesta tan fascinante como anacrónica inspirada en el trabajo que el fotógrafo Danny Lyon realizó con un grupo de moteros del Medio Oeste entre 1965 y 1973. Esta colección de fotos, “The Bikeriders”, pudo verse en 2014 en la Fundación Foto Colectania de Barcelona.

https://assets.primaverasound.com/psweb/mycdasz6n54gzp0be6r4_1720599919325.jpg

“Bikeriders. La ley del asfalto” (2023; se estrena hoy) está centrada en el grupo de Chicago denominado Vandals. Tiene dos personajes masculinos predominantes, el joven Benny (Austin Butler), cuyo lema es no tener casa, trabajo ni familia, alguien a quien no le importa nada, y el más maduro Johnny (Tom Hardy), casado y con trabajo, y que envidia precisamente la libertad absoluta de la que goza su amigo. Pero sumándose otras figuras masculinas de entidad, como Zipco (Michael Shannon, actor fetiche de Nichols), de origen letón, salvaje, solitario y que denomina “rojos” a los universitarios, y Funny Sonny (Norman Reedus), motero californiano recién salido del período neandertal, la particularidad suprema del filme es que se trata de una historia de masculinidad motera construida y contada en primera persona desde una perspectiva femenina, la de Kathy (Jodie Comer), quien se enamora de Benny y acepta vivir con él hasta que los acontecimientos, lícita y lógicamente, la superan. Danny Lyon aparece, con los rasgos de Mike Faist, haciendo fotos al grupo, conversando con ellos y manteniendo largas entrevistas con Kathy, charlas en retrospectiva convertidas en centralidad del relato.

La película tiene una parte muy didáctica, casi documental. Las reuniones de moteros reciben el nombre de “picnics”. Los clubes de los Vandals montados en otras ciudades se conocen como “capítulos”. El concepto “colores” significa identidad y pertenencia; entregar los “colores” equivale a dejar el clan. Los desafíos son los duelos por el poder. Documenta igualmente el cambio de los tiempos y hábitos que no afectaría solo al estilo de vida de los moteros: a la cerveza, nutriente de los rituales en grupo, la suplirá la marihuana y, después, para quienes regresan tocados de Vietnam, la heroína.

https://assets.primaverasound.com/psweb/yhxqlht3gfnfm8dped52_1720599941329.jpg

Transmitiendo una mirada muy personal en torno a un hecho relevante en la contracultura estadounidense de los sesenta y primeros setenta del pasado siglo, el filme de Nichols no deja de lado nunca los poderosos referentes que de un modo u otro maneja. Como si se tratara de un diálogo entre la ficción filmada hoy y la ficción hollywoodiense del pasado, Johnny decide crear el club de los Vandals –inicialmente un club para organizar carreras de motos– viendo por televisión “¡Salvaje!”: desde la pequeña pantalla, el airado motero que encarna Marlon Brando le devuelve la imagen que Johnny desea tener. Hacia el final, el loco Sonny encuentra empleo montado en una Harley Davidson delante de un cine que proyecta “Easy Rider”, haciendo rugir el motor para atraer al público a la sala. Y hay otro detalle más imperceptible que atestigua el conocimiento que tiene Nichols del subgénero: uno de los Vandals, el apodado Cucaracha, quiere dejar el club para convertirse en policía a lomos de una Harley, en referencia al protagonista de “La piel en el asfalto” (1973), el agente motorizado de este extraño filme de medio culto realizado por James William Guercio, exmúsico de The Mothers, productor de Blood Sweat And Tears, Chicago y Moondog, agente de los Beach Boys y creador de los estudios Caribou Ranch.

Y, por supuesto, no hay película de motos y moteros sin una banda sonora en la que las canciones de la época –de su momento en el caso de “Easy Rider”, del pretérito en el de “Bikeriders”– ayuden a definir mejor los actos y las situaciones. Bo Diddley, Muddy Waters, Magic Sam, The Shangri-Las (en dos ocasiones), Mickey Murray, Gary U.S. Bonds, The Staple Singers, The Sonics, Count Five, Cream, The Animals, Aaron Neville, el “Baby Please Don’t Go” de Them y el “Down On The Street” de Stooges suenan desde fuentes naturales o extradiegéticamente. Las canciones de un tiempo y de un país a las que se añade en términos musicales, aunque sin cantar, la presencia de Will Oldham en un papel ciertamente baqueteado por las circunstancias. ∎

Una forma de vida.
Etiquetas
Compartir

Lo último

Contenidos relacionados