Después de las series de “The Last Of Us” (Neil Druckmann y Craig Mazin, 2023-), “Castlevania” (Warren Ellis, 2017-2021), “Arcane. League Of Legends” (Christian Linke y Alex Yee, 2021-) y, ahora, “Fallout” (2024-), creo que ha llegado el momento de que los críticos dejemos de congratularnos por ver adaptaciones de videojuegos acometidas con buen gusto. Toda vez que el medio ha llegado al gran público, que muchos de estos jugadores se han convertido a la vez en guionistas, productores y directores y que los tópicos de los “marcianitos” y la violencia gratuita se han ido difuminando, se ha alcanzado la conclusión colectiva de que, sí, los videojuegos tienen historias maravillosas listas para ser contadas a nuevas audiencias.
Jonathan Nolan, fan irredento de la saga de RPGs “Fallout” (1997-), llevaba tiempo persiguiendo esta adaptación. Quizá fue esa fama de fanático de los videojuegos, pero también el pedigrí adquirido en una serie con un aura similar, “Westworld” (2016-2022), lo que hizo que Todd Howard, creador de los juegos originales, apostase por él –junto con Graham Wagner y Geneva Robertson-Dworet como creadores– hace cinco años para liderar tan ambicioso proyecto. Uno, por cierto, que debía complacer no solo las altas expectativas de sus fervientes seguidores, sino también de Prime Video, que desembolsó para su presupuesto más de 150 millones de dólares. Dieciséis días después de su estreno, el pasado 10 de abril, 65 millones de personas ya habían devorado su primera temporada, convirtiéndose en la segunda serie más vista de la plataforma, solo superada por “El señor de los anillos. Los anillos de poder” (J.D. Payne y Patrick McKay, 2022-). Unas cifras que hablan a las claras de un éxito que, a estas alturas, solo cuatro fans hardcore cabezones niegan por desviarse del canon original.
“Fallout” comete la osadía de contar una nueva historia con nuevos personajes que habitan un universo compartido con la serie en lugar de tirar de algún arco narrativo existente dentro de los videojuegos. Es una jugada que les sale de fábula y que sirve para apelar a dos tipos de espectadores diferentes: los fans de toda la vida y los neófitos. También apuesta por un reparto casi coral, acaso consciente de que el gran personaje de este universo es la propia ambientación: una visión posapocalíptica de una Americana de fingido optimismo y humor negro corrosivo conviviendo con una Guerra Fría que aquí no solo fue amenaza, sino destrucción.
A diferencia de los juegos, no hay un único protagonista que manejas para decidir su destino, sino varios peones de una gran partida de la que desconocemos las consecuencias. El personaje de Ella Purnell, por ejemplo, encarna la inocencia naíf de quien ha vivido toda su vida en la falsa seguridad de un refugio. Material de partida perfecto para que los guionistas tracen un arco sensacional cuando sale al exterior y se ha de enfrentar a los horrores del yermo en que se ha convertido Nueva California, un páramo desértico y lleno de radioactividad tras las explosiones atómicas que lo arrasaron dos siglos atrás. Maximus (Aaron Moten), por su parte, es un aspirante a miembro de élite de la Hermandad de Acero, también idealista, y no del todo preparado al inicio del relato para descubrir que sus compañeros no son precisamente modelos de virtud.
Y, luego, en una dimensión completamente diferente, está Walton Goggins encarnando al Necrófago, un humano mutado que solo cree en la supervivencia y que coge tanto de los villanos pistoleros del spaghetti wéstern como también de ese arquetipo visto, precisamente, en “Westworld” con el Hombre de Negro de Ed Harris: un personaje que sabe más que el resto del mundo que lo rodea. La pirueta aquí está en el hecho de que Goggins también interpreta, en flashbacks, al hombre antes de convertirse en violento mutante, un actor a lo Clint Eastwood que empieza a destapar toda la mierda del gobierno y su establishment muy a la manera de un noir de los años cincuenta.
Donde también triunfa “Fallout” es a la hora de capturar una de las grandes esencias del juego, que es explorar ese yermo repleto de personajes grotescos y bizarros con capítulos que bien podrían ser misiones secundarias del videojuego, como el que enfrenta a estos antihéroes a una banda de traficantes de órganos asentada en un viejo supermercado. Todo ello buscando constantemente un estilo propio pero manteniéndose fiel al lore original, con una trama llena de secretos y esos mcguffins vistos, otra vez, en “Westworld”, pero también en “Perdidos” (J.J. Abrams y Damon Lindelof, 2004-2010). Gusta, además, cómo contrapone toda la crudeza y brutalidad de la vida en la superficie más digerible con humor y gore alocado. Porque “Fallout” pasa con enorme habilidad de la sátira social a un slapstick rozando el absurdo toda vez que ducha a sus personajes con sangre y hace explotar cucarachas gigantes. ∎