Película

Asteroid City

Wes Anderson

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Wes Anderson es tan minucioso, tan detallista, que en los títulos de crédito iniciales de “Asteroid City” (2023; se estrena hoy en España) podemos leer, en el margen izquierdo de la pantalla, que el filme ha sido filmado en película Kodak y con una cámara Arriflex, algo que acostumbra a aparecer en el rodillo de créditos finales y en letra muy pequeña, cuando el espectador –a no ser que asista a una producción Marvel y espere la escena poscréditos de marras– ya ha abandonado la sala. El director de “El Gran Hotel Budapest” (2014) tiene la necesidad, o el deber, de explicarlo para que no nos asalte ninguna duda sobre cómo ha conseguido la peculiar textura de estas imágenes que recrean una pequeña localidad estadounidense de ochenta y siete habitantes en medio del desierto, en el año 1955, en la que se citan diversos colegiales, familias enteras, adolescentes de altísimo coeficiente intelectual, niños episcopalianos, militares, una estrella de cine con mucho glamur y un grupo de música country, entre otros personajes, para asistir a una especie de convención astronómica en la que también hará acto de presencia un alienígena. Aunque parece un decorado pintado a mano con tonos pastel y sin zonas de sombra, este lugar acaba siendo algo así como el particular Monument Valley de Anderson, una escenografía gestual, física, llevada al límite visual, porque es cine, cierto, pero también apela a la estética del cómic –entre la línea clara y el tebeo underground norteamericano– y a una lograda teatralidad. En todo caso, un festín audiovisual que no salió muy bien parado del último Festival de Cannes por razones algo peregrinas, pues si Anderson se repite, también lo hacen Aki Kaurismäki, David Cronenberg, Bob Dylan, Rosalía, Charles Burns o Paul Auster y no pasa nada. ¿O acaso, interesándonos también las rupturas, no esperamos de los artistas que nos gustan que recreen sus universos tan particulares a partir de los cuales han edificado estilo, impronta y autoría, que ricen el rizo y den más de lo mismo con ligeros cambios e inflexiones?

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El decorado, un personaje más a lo largo de todo el filme, tiene algo del escenario desnudo y espacios marcados con tiza con el que Lars von Trier concibió “Dogville” (2003), pero Anderson lo emplea en un sentido distinto, apelando al movimiento de cámara corrector y a la fluidez del plano-contraplano, al choque entre los encuadres generales de esta ciudad imposible en medio de la nada y aquellos en los que algunos de los personajes están tan cerca del objetivo de la cámara que parecen estar a punto de salir de los márgenes de la pantalla, desbordándola. Anderson recurre a uno de sus estelares repartos habituales, medido y sin aparentes egos. Todas y todos suman a la absurda y abstracta causa, irónicos y contenidos, en la justa medida de sus aptitudes: Scarlett Johanson y Jason Schwartzman, podríamos decir que los más protagonistas, junto a Tilda Swinton, Adrien Brody, Edward Norton, Bryan Cranston, Liev Schreiber, Hope Davis, Matt Dillon, Jeffrey Wright, Margot Robbie, Maya Hawke, Willem Dafoe y Steve Carell; solo falta Bill Murray, que muy bien podría encarnar el personaje que interpreta Tom Hanks, y en el grupo de cowboys cantantes, en una de las escenas más divertidas del filme, hasta podemos ver a Seu Jorge, esencial como actor y como adaptador brasileño del repertorio de David Bowie en otra de las buenas obras de Anderson, “Vida acuática” (2004).

No contento con trazar un lugar y un mundo imaginarios de estética hipnótica, esa ciudad en el desierto cuya carretera principal cruzan periódicamente un coche de policía y un motorista policial persiguiendo a unos delincuentes, y en la que se observan fenómenos astronómicos mientras se dirimen cuestiones volátiles sobre la fama, la muerte o el amor, Anderson viaja también hasta los propios orígenes de esta pieza representada con una paleta de colores diluidos y escenografía minimalista. El cineasta intercala secuencias en blanco y negro de la gestación de la propia obra en tres actos y la discusión sobre la misma con la audiencia en un plató que evoca a los dramáticos televisivos americanos de los años cincuenta, esa década que Anderson reconstruye a partir de una idealización socarrona que no tiene nada de melancólica, nostálgica ni retro. ∎

Un desierto con misterio.
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