Disco destacado

Bruce Springsteen

Nebraska ‘82: Expanded EditionColumbia-Legacy-Sony, 2025
Y Bruce Springsteen hizo crac. Se rompió. Tras el tour de force del (doble) “The River” (1980), su quinto álbum en estudio, y la consiguiente gira, el llamado “futuro del rock’n’roll” no las tenía todas consigo, rodeado de dudas personales y de espinosos recuerdos pasados (su nada plácida relación con su padre). Y echó el freno. La industria quería (siempre quiere) más, aprovechar la euforia del disco previo y elevarlo definitivamente al podio de estrella mundial. Pero el de Nueva Jersey insistió en ralentizar la marcha, reflexionar y purgar los fantasmas que lo carcomían por dentro. El resultado, nada plácido, fue “Nebraska”, publicado el 30 de septiembre de 1982. Un álbum incómodo, sin florituras, descarnado, crudo. Sin la E Street Band y grabado con los mínimos recursos técnicos, sin singles –aunque en Europa sí aparecieron dos–, sin gira y sin entrevistas promocionales. Un disco en blanco y negro inspirado conceptualmente –se ha dicho hasta la saciedad– en los escritos de Flannery O’Connor y en la narrativa de filmes como “La noche del cazador” (Charles Laughton, 1955) y, sobre todo, “Malas tierras”, el debut de Terrence Malick estrenado en el otoño de 1973. Musicalmente, las coordenadas miraban al blues primitivo y al folk de los Apalaches, a Robert Johnson, Woody Guthrie y Hank Williams.

Aislado en una finca de Colts Neck (Nueva Jersey) y con la única asistencia del ingeniero Mike Batlan. Con una TEAC Portastudio 144 de cuatro pistas y un par de micrófonos. Guitarra acústica, voz, armónica, algo de percusión, mandolina y glockenspiel. El resultado, filtrado por una Echoplex para lograr efectos de eco (todo esto está perfectamente detallado en este artículo de Guillem Vidal, en el libro de Warren Zanes “Deliver Me From Nowhere” y en el reciente biopic de Scott Cooper).

Las canciones, microrrelatos de asesinos, marginados y perdedores, dirigían su mirada al lado menos amable de Estados Unidos: un álbum de fotografías sonoras que se podrían acompañar con instantáneas de Walker Evans, Dorothea Lange, Robert Frank y Weegee. Springsteen se zambulló en estas vidas rotas, agrietadas y golpeadas y su identificación produce, sí, escalofríos. De hecho, como el Boss ha confesado en varias ocasiones, las canciones de “Nebraska” las escribió y las grabó para él, no esperaba compartirlas con ningún tipo de audiencia. Necesitaba vomitarlas en una especie de exorcismo que no tenía absolutamente nada que ver con las expectativas del rock’n’roll way of life.

“Nebraska ‘82: Expanded Edition” –cuatro CDs o cuatro vinilos + Blue-ray; magnífica edición con abundante información, fotografías, letras de las canciones y texto a cargo de Erik Flannigan; ya se encargó de anotar “Tracks II. The Lost Albums” (2025)– se adentra (muy) detalladamente en la génesis que llevó al álbum final, empezando con un disco de nueve outtakes –que se abre con la demo de “Born In The U.S.A., ya escuchada en “Tracks” (1998)– y que incluye cortes como “Downbound Train”, “The Big Payback”, “Working On The Highway” y “Pink Cadillac”: algunos acabaron en el LP siguiente: “Born In The U.S.A.” (1984), el bum definitivo.

La noche oscura del alma. Foto: David Michael Kennedy
La noche oscura del alma. Foto: David Michael Kennedy
El segundo disco, “Electric Nebraska”, es el intento, en los estudios Record Plant de Nueva York, de dotar a las canciones originales del toque de la E Street Band. Las sesiones, en abril del 82, aunque mantenían en gran parte el andamiaje acústico, perdían el aura fantasmagórica y descarnada de las cintas de Colts Neck. El camino de “Nebraska” no era este, no. El asunto –que incluye una nueva toma de “Born In The U.S.A.”, ya prefigurando la que titularía el álbum dos años después– se archivó.

El tercer disco del lote incluye la grabación en directo, en abril de este año, de las diez canciones de “Nebraska” en el Count Basie Theatre de Red Bank (Nueva Jersey). Sin público y con Larry Campbell (guitarra, mandolina) y, ocasionalmente, Charlie Giordano (teclados). Los años no pasan en balde, pero Springsteen canta/narra con maestría y emoción insuperables. El Blue-ray incluye la filmación del concierto –en blanco y negro, claro– realizada por Thom Zimny, cómplice habitual del Boss en cuestiones audiovisuales.

Y, finalmente, el “Nebraska” original, remezclado para esta recuperación, un bocado de realidad cuyas heridas siguen supurando cuatro décadas (largas) después. “Atlantic City” y la eterna promesa del amor (Bueno, nena, todo muere, eso es un hecho / Pero tal vez todo lo que muere algún día regrese / Maquíllate, arregla tu bonito pelo / Y encuéntrame esta noche en Atlantic City”); “Johnny 99” y la desesperación (“Ralph salió a buscar trabajo / Pero no encontró ninguno / Volvió a casa demasiado borracho / De mezclar Tanqueray con vino / Consiguió una pistola y disparó a un empleado nocturno / Ahora lo llaman Johnny 99”); “State Trooper” y su latido Suicide; “Highway Patrolman” y la tristeza infinita de los lazos de sangre (“Me llamo Joe Roberts / Trabajo para el estado / Soy sargento de Perrineville / Cuartel número 8 / Siempre he sido honesto / Tan honesto como he podido / Tengo un hermano llamado Frankie / Y Frankie es un pringado”); “Reason To Believe” y las decepciones cotidianas (“Mary Lou amaba a Johnny / Con un amor sincero y verdadero / Ella dijo: ‘Cariño, trabajaré para ti todos los días / Y te traeré mi dinero a casa’ / Un día, él la abandonó / Y desde entonces / Ella espera al final de ese camino de tierra / A que el joven Johnny regrese”)...

Como la reconversión eléctrica de Dylan, como el “Ziggy Stardust” (1972) de David Bowie, como el “Berlin” (1973) de Lou Reed, “Nebraska” es uno de esos raros momentos sísmicos de la historia del rock que sirven para ajustar la brújula –moral, artística– de artistas excepcionales. Springsteen, en 1982, se salió –magistralmente– con la suya. En 1995 lo intentó de nuevo con, por el otro lado magnífico, “The Ghost Of Tom Joad”, pero algo intangible se había evaporado por el camino… ∎

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