“We can go out just to get dressed up / We can wear whatever you want / No one else around / I think we’re shooting in the dark”. Los primeros versos que canta Asha Lorenz en el tercer álbum de Sorry definen perfectamente el contenido e intenciones de este trabajo. El término “cosplay” (abreviatura de “costume play”) se refiere a la afición a disfrazarse de algún personaje, y eso es lo que parece pretender la banda londinense en cada una de sus once canciones, que podrían estar narradas por diversos personajes.
El enmascaramiento también lo ejercen en el estilo de cada canción (que a menudo parecen ser una cosa y terminan por ser otra) e incluso en un constante juego de referencias que, aun siendo plenamente posmoderno, emergen siempre de formas inesperadas. Toman, también, esa idea del “cosplay” como mezcla de elementos previos ya existentes y lo reconvierten en algo que parece nuevo, desconcertante e inquietante. “Jetplane”, por ejemplo, samplea parte de las voces de “Hot Freaks”, de Guided By Voices (1994). En “Antelope”, la vocalista suelta un “like the cannonball in the Dylan song” (se entiende que en alusión a “Blowing In The Wind”, de 1963) y en “Candle” es previsible que “I don’t burn out / Don’t fade away” sea un guiño a “Hey Hey, My My (Into The Black)”, de Neil Young (1979), y segurísimo que el “I’m just a candle blowing in the wind” es un jocoso juego de palabras que retoma de nuevo a Dylan en colisión con el “Candle In The Wind” de Elton John (1974). En “Waxwig” interpolan el cántico de cheerleader del hit “Hey Mickey”, de Toni Basil (1981), desde un lugar mucho más oscuro y perturbador que llega a sonar a Nine Inch Nails por momentos, y en “Into The Dark” citan al escritor Yukio Mishima. Más allá de eso, no me parece descabellado pensar que en el propio título de “COSPLAY” haya un guiño a Coldplay, a sabiendas de que es un grupo que se encuentra en sus antípodas artísticas.
En realidad, y retomando la primera cita, la de que no hay nadie más alrededor y también la creencia de que están disparando en la oscuridad, se refleja el carácter único de la banda. Podrían alinearse dentro de esa corriente de post-punk arty, raruno y muy intelectual que ha proliferado en Reino Unido en este milenio, pero, en realidad, hay algo que parece muy visceral e intuitivo que rompería con esa especie de frialdad calculada. En otros muchos casos, parecen tomar formas de indie rock bastante accesible hasta que terminan saboteando sus propias canciones y llevándolas por otros vericuetos, como unos Pavement a los que tampoco se parecen porque no se vislumbra en ellos la herencia slacker. Sobre todo por la voz de Asha Lorenz pueden florecer las comparaciones con Blonde Redhead, pero es atinada solo hasta cierto punto.
Incluso se han desprendido del padrinazgo de Adrian Utley (Portishead), que los ayudó a producir su álbum anterior, “Anywhere But Here” (2022), y ahora ha sido el ubicuo Dan Carey quien se ha encargado de la tarea junto al núcleo del grupo (Lorenz y Louis O’Bryen). Con él dan forma a un disco que no deja de sorprender en ningún momento, que nos lleva siempre por caminos insospechados, tanto a nivel sonoro como lírico. “Today Might Be The Hit”, por ejemplo, es una celebración de la teoría de la entropía de Ludwig Boltzmann en formas de garage rock pegadizo esperando el momento del fin del mundo con alegría (“Today might be the hit / Or it won’t be shit / Yada-yada-yada-ya / Nothing’s gonna trouble me no more”), mientras que “Life In The Body” parece narrada desde el punto de vista de una persona que está a punto de suicidarse y que lo asume con tranquilidad. Y “JIVE” es el número de baile final, una especie de despedida de todos esos personajes y la culminación final de un disco que debería consolidar a Sorry sin pedir perdón por nada. ∎