Robyn lleva años ya en plan MADRE, y normal: entre que nunca se ha metido mucha prisa para sacar discos (tres en los últimos veinte años) y que en todo este tiempo apenas ha bajado el nivel, manteniéndose generación tras generación como el gran icono y la gran referencia para el pop sintético y electrónico, y tras alcanzar además una especie de cénit creativo en la madurez con “Honey” (2018), su mejor trabajo para quien escribe estas líneas, sin desmerecer por supuesto la cualidad rupturista e iluminadora de “Body Talk” (2010), es lógico que últimamente prefiera disfrutar de las flores que le tiran artistas como Charli XCX o Jamie xx y pasárselo bien cada vez que tiene la oportunidad. Que se suba a cantar “Life”, su colaboración con el alma de The xx, en el show del británico en el festival de Glastonbury. O que colabore en la secuela remezclada de “brat” (2024; un disco que en cierto sentido actualiza su legado) junto con Yung Lean con un remix de “360”, y que lo defienda con ellos en directo en el triunfal concierto de Charli en Londres justo antes de compartir con la británica ese himno absoluto del pop de este siglo que es “Dancing On My Own” (algo así como el “Like A Prayer” millennial). ¿Rechazar una invitación a cantarla junto con David Byrne himself, la leyenda, en el 50º aniversario de ‘Saturday Night Live’, o con Gracie Abrams en Lollapalooza? Of course not.
En estas, pocos esperamos ya noticias discográficas de Robyn. Nos contentamos con saber que está ahí, velando por el pop. Que sigue pasándoselo bien. De vez en cuando comprobando con alivio pero sin sorpresa su capacidad casi sobrehumana para facturar melodías inolvidables y para agarrarte de las entrañas. Así que el anuncio por sorpresa de “Dopamine” hace tan solo un par de días nos removió algo, nos hizo entrar en estado de excitación. Nos subió la dopamina, parafraseando el concepto de la canción, y nos hizo salivar con un posible regreso de Robyn al formato largo.
Y aunque aún no sabemos si se puede hablar de un primer single (ojalá), lo cierto es que “Dopamine” funciona perfectamente como tal, y está a la altura de otros “regresos” triunfales de la sueca como “Do It Again” (de su demoledor EP con Röyksopp) y “Missing You”, sencillo principal de “Honey”. Producida junto con su colaborador de toda la vida, Klas Åhlund, autor de algunos de sus hits más recordados (de “Be Mine!” a “Honey” pasando por “Indestructible” o “Call Your Girlfriend”), y escrita junto con Taio Cruz (¡WTF!), “Dopamine” es la primera canción original de Robyn en siete años, supone su debut en el sello Young (lo que en cierta manera explica su relación tan fructífera últimamente con la escena londinense) y consigue satisfactoriamente transponer el luminismo y la euforia sintética de “Body Talk” al pulso profundo y la gravedad electrónica de “Honey”.
No es casual: la artista ha reconocido en la nota que acompaña al lanzamiento que “Dopamine” surge de una melodía de hace una década, que perfectamente podría encajar entre ambos trabajos. Y además reflexiona sobre el misterio del deseo y la dualidad de la dopamina como impulsor químico de las emociones. ¿Es el subidón real, algo trascendental incluso, un éxtasis sagrado que nos conecta con nuestra humanidad? ¿O es solo el resultado de un proceso hormonal? Robyn apuesta por el punto medio, por no elegir entre “religión” (pulsión trascendental, rendición incondicional, “Body Talk”) y “ciencia” (objetividad, pragmatismo, obsesión por intelectualizarlo y explicarlo todo, el diseño sonoro matemático de “Honey”): “La dualidad de la dopamina es que puedes tener una emoción superreal, superfuerte, intensa, placentera o dolorosa, y al mismo tiempo saber que se trata solo de un proceso biológico en mi cuerpo. Hay que aceptar que ambas cosas están ahí juntas y ser capaz de alternar entre ellas”.
Evidentemente hay emociones que no se pueden (o no se deben) explicar. Y es exactamente ahí donde Robyn, comandando sintetizadores como quien maneja a placer la violencia de los elementos con la delicadeza de las manos, y los haces láser como una diosa del trueno los relámpagos, ha construido su reinado. Que llueva sobre mí. ∎