Hay canciones como anzuelos, que anuncian el nuevo álbum de un artista y buscan atrapar tu atención, te hacen anhelar lo que aún no has escuchado. Hay otras, en cambio, que te duelen y te desesperan, porque intuyes que ya no vas a descubrir nada tan arrebatador, que no quieres más que atisbar el secreto de tanta belleza acumulada en apenas cinco estrofas, en versos acicalados de una resplandeciente fugacidad: “Te deja una huella que nunca se irá, nunca se irá / Ah, sentir que no hay nada igual de tanto vibrar / Es un milagro, lo quiero atrapar / Es un espejismo que se esfumará / Más fuerte lo sientes, más pronto se va”.
Como afirma la propia artista californiana, esta canción “habla sobre la memoria, el amor, la infancia, pero lo hace con fuerza más que con nostalgia”. Julieta Venegas maneja la clase de sentimientos poderosos que abundaban en las gloriosas películas mexicanas de Luis Buñuel, en obras maestras como “Abismos de pasión” (1953) o “Ensayo de un crimen” (1955), donde las pasiones corroían a los personajes, los desbordaban, los arrebolaban como la camisa y los entretejidos multicolores que adornan la imagen de su mirada distraída de sí misma en la foto del disco.
Música norteña a fuerza de sincera y febril, un paisaje sonoro donde por momentos se vislumbra la garganta hirviente de Mercedes Sosa y el universo mágico de Nacho Mastretta, limón y sal, guitarras nocturnas, metales con sabor a desierto, a joropo, mariachi y cerveza Tecate con un pellizco de tequila José Cuervo: “Que vuelvan los viajes sin rumbo / Las hojas en blanco, las flores del mal / Tú dime a qué mundos irías / Si todo algún día volviera a empezar”.
No hace falta repasar la trayectoria vital y artística de Julieta Venegas para encontrar sombras de Los Fabulosos Cadillacs o de Gustavo Santaolalla en esta hermosa celebración de las emociones efímeras, una canción que se desangra en sus propias evocaciones de un pasado que no alimenta la nostalgia del pasado sino el gozo del presente, el ardor del futuro. ∎