En la playa al atardecer o entre la piedra histórica de la Trinidad y el claustro del Museo San Telmo, en auditorio o en teatro, de pago o gratis, la multitud de vivencias y formas de acercarse a la música en los escenarios propios de la ciudad que propone el Jazzaldia sigue resultando excitante y singular, tan abierto a las sorpresas como la climatología y tan bien respaldado por el público como siempre. Una celebración de la mixtura de géneros próximos y del intercambio multirracial.
Dejando tras el tupido velo el fiasco de la inauguración con Village People, esta 58ª edición del Jazzaldia ha dejado constancia del extraordinario vigor del jazz londinense con Nubya Garcia y Ezra Collective, ha rendido tributo a maestros como Abdullah Ibrahim, Enrico Rava y Yosuke Yamashita otorgándoles el premio honorífico Donostiako Jazzaldia, ha certificado la infalibilidad del directo de Ben Harper, Pat Metheny, Kenny Barron, Bill Frisell, Tiken Jah Fakoly o Fred Wesley & The New JBs y ha quedado embelesada por las estrellas de hoy como Norah Jones, Joss Stone y Rocío Márquez. Además, un ciclo de pianistas japoneses o la programación Jazzeñe en el Victoria Eugenia conformaron útiles panorámicas de sendos países. Con llenos en la mayoría de los conciertos de pago y audiencias multitudinarias en el amplio entorno de la playa de Zurriola y las terrazas del Kursaal.
Desde el comienzo con la arrebatadora melodía de “Welcome To My World” y el speech del impresionante batería Femi Koleoso, que podía tocar con fuerza descomunal y arengar de pie a la vez, este quinteto con la flor y nata del multicultural jazz londinense de hoy prometió música para gozar en comunidad. Pero no podíamos prever la locomotora de ritmo (reggae, jazz, funk, afro y otras mixturas) y el brillo apasionante de los metales que se nos venía encima. Aquí el teclista Joe Armon-Jones ejercía de base infalible, no de solista como el día anterior con Nubya Garcia, mientras el bajista TJ Koleoso movía por todo el escenario su martillo sonoro de graves, que levantó al público todo el tiempo, incluso cuando arreciaron la lluvia y el viento en la playa. Ritmo y baile imparables, sí, pero con un virtuosismo y una perspicacia para las jugadas instantáneas entre los cinco músicos que causaban tanto asombro como euforia. Y sin perder pie en lo importante cuando el bajista y los metales (Efi Ogunjobi y James Mollison) se bajaron y se perdieron entre el público sin dejar de tocar ni reducir la exigencia. Sensacionales.