Ilegal hasta el final.
Ilegal hasta el final.

Fuera de Juego

Jorge Martínez, la leyenda indomable de Ilegales

El líder de Ilegales falleció ayer, 9 de diciembre, en Oviedo a los 70 años por un cáncer de páncreas. La noticia no cogió por sorpresa, después de que el diagnóstico hubiese obligado a cancelar en septiembre la gira de “Joven y arrogante”, que ya es su último disco. Hablamos de una figura absolutamente única en la música popular española, un bocazas y un provocador que encarnó el peligro y la imprevisibilidad como nadie y terminó devorado por su propio personaje. Lo echaremos de menos, porque ya no queda nadie así.

Lo insólito, a estas alturas, era que Jorge Martínez (1955-2025) siguiera vivo. Al final ha sido un fulminante cáncer de páncreas, detectado en el mes de septiembre, lo que llevó a la tumba a un hombre cuya ansia de vivir era tan extrema y visceral que la dama de la guadaña siempre lo rondó muy de cerca. Tan presente la veía que tituló uno de sus álbumes “Todos están muertos” (Epic, 1985) y otro “Si la muerte me mira de frente yo me pongo de lao” (La Casa del Misterio, 2003). “Antes morir que perder la vida”, declaraba él mismo, en una de sus sentencias demoledoras, en el documental “Mi vida entre las hormigas” (Chema Veiga y Juan Moya, 2017).

“Mi vida entre las hormigas”, documental sobre la figura de Jorge Martínez e Ilegales.
Jorge Ilegal, que siempre quiso ser cigarra costara lo que costara, cayera quien cayera, fue fiel a su extraña forma de vida hasta el final. Estuvo cerca de palmarla varias veces, por su propia propensión a buscar el peligro. Y se sabe de buena tinta que quienes cayeron cerca de él lo fueron dejando cada vez más tocado: una pareja, desaparecida por culpa de la heroína; algunos amigos más o menos cercanos, sus padres y, más amargamente, el bajista Alejandro Blanco “Espina” (1971-2016), quien murió súbitamente, demasiado joven, por un infarto. Fuimos testigos de un momento muy intenso en la banda quienes asistimos al arranque de la gira de “La vida es fuego” (La Casa del Misterio, 2015), el 23 de abril de 2016 en el Teatro Barceló de Madrid, solo un mes después del fallecimiento de Jandro. “Vivir ha de costarnos la vida”, lanzó allí un afectado Jorge Martínez, al tiempo que se levantaba en un cara a cara con la muerte aupado en su propia electricidad. Fue un concierto soberbio como casi todos los que ofrecieron, incluso en sus horas discográficas más bajas.

Entre Íñigo Ayestarán (bajo y voces) y David Alonso (batería y voces). Primera formación de Ilegales, primer LP.
Entre Íñigo Ayestarán (bajo y voces) y David Alonso (batería y voces). Primera formación de Ilegales, primer LP.

Jorge María Martínez García nació en Avilés, tenía un nombre convencional, pero era un hombre inusual en todo. Se hizo famoso por su carisma provocador y un espíritu punk que no era de postal, era marcadamente genuino. Nadie como él –o puede que tal vez solo Iosu Expósito (1960-1992), de Eskorbuto– representó con tanta visceralidad la idea de peligro, de imprevisibilidad y de temperamento violento en toda la historia del rock en el estado español. Acabó convirtiéndose, tal vez, en esclavo del propio personaje que él había construido, por otro lado realmente gracioso, un tipo con tal lucidez verborreica y gestual que era completamente imposible aburrirse con él. Pero él mismo siempre fue consciente de quién era, hasta el punto de que en sus últimos años se definía como un esperpento y defendía ese papel con todo su orgullo.

Desde el principio su vida estuvo sometida a las leyes de la paradoja. Nació un 1 de mayo, de una familia asturiana de rancio abolengo militar. No es broma: era descendiente de Pedro Menéndez de Avilés, que fue gobernador de Florida y Cuba durante el reinado de Felipe II. De su propiedad era el Palacio de Bolgues, caserón señorial decadente y casa del misterio en la que Martínez residía en soledad durante largas etapas de su vida. Se llevaba fatal con su padre porque, como decía él, eran dos gallos en el mismo corral. Y desde temprana edad fue tan díscolo como se le conoció después, firmemente aferrado a la idea de que el hombre es malo por naturaleza. Esta incorregibilidad obligó a su familia a llevarlo a una escuela “militarizada”, según sus propias palabras, y seguro que de allí le surgió la inspiración para componer canciones como “Destruye”. “Ese colegio me convirtió en un verdadero hijo de puta”, decía él. Luego comenzó la carrera de Derecho y la dejó porque vaya gilipollez estudiar leyes cuando no creía en ellas.

La formación a partir del segundo disco: “Agotados de esperar el fin” (Willy Vijande, bajista), David Alonso (batería) y Jorge.
La formación a partir del segundo disco: “Agotados de esperar el fin” (Willy Vijande, bajista), David Alonso (batería) y Jorge.
Su carácter de tocapelotas indomable le hizo querer llevarse mal con todo el mundo: los de izquierdas, los de derechas y los que no se consideraban ni lo uno ni lo otro. Es bien conocida la anécdota de que le gustaba salir siempre a la calle con un stick de hockey por lo que pudiera pasar o, más bien, para provocar que pasara algo. Tras el paso de rigor por orquestas de verbena –la mili de los músicos de aquella época– coincidiendo con la transición española y la explosión internacional del punk, formó Los Madson, una banda de manguis junto a su hermano Juan al bajo. Ríete de los Gallagher, porque las hostias entre ellos, dentro y fuera del escenario, eran recurrentes. Luego llegaron Los Metálicos y, finalmente, Ilegales. Dicen que ya se les veía toda su potencia en 1981, cuando ganaron el concurso de rock Ciudad de Oviedo y acabaron grabando tres temas: “Europa ha muerto”, “La fiesta” y “Princesa equivocada”, en el disco colectivo “1ª Muestra pop rock de Asturias” (Sociedad Fonográfica Asturiana, 1981). Luego llegaría el sencillo “Revuelta juvenil en Mongolia” (Arrebato!, 1982) y el productor Paco Martín, a instancias del periodista Jesús Ordovás, que fue jurado en Oviedo y valedor suyo desde el inicio, se ofreció a producir su primer álbum: “Ilegales” (Hi-Fi Electrónica, 1982), presentado con una no menos histórica portada de Ouka Leele (1957-2022). Víctor Manuel compró los derechos y les ofreció su apoyo para relanzarlo desde la Sociedad Fonográfica Asturiana, pero acabó cediendo esos derechos a CBS, que lo reeditó desde el sello Epic. Lo explicaba el propio Jorge esta entrevista concedida a Rockdelux por el cuarenta aniversario de ese mítico debut.

Sin embargo, lo suyo estaba muy lejos de las inercias de la movida, entonces imperantes. En realidad lo estaba de todo, incluso de las diferentes facciones del punk que se llevaban en la época. Para empezar, Ilegales podían ser punks de espíritu, pero además sabían tocar bien. Demasiado bien para todos aquellos músicos y técnicos a los que un siempre exigente Martínez les pedía lo máximo, aunque fuese a base de hostias o amenazas. Y también porque las letras –contundentes, lapidarias, inolvidables– iban más allá. Vale, podía haber provocaciones tan pueriles como calculadas para que le prestaran la atención que él quería, como “¡Heil Hitler!”, “Eres una puta” y así, pero la mayor parte de sus letras eran retratos excepcionales, sin ninguna complacencia, de la cara B de una época que muchos se empeñaron en que la recordemos de otra manera. Sus canciones hablaban de violencia, drogas, luchas callejeras, marginalidad, delincuencia y otras realidades sórdidas que, además, plasmaba desde una óptica muy personal, completamente ajena a los clichés aprendidos del rock del momento, y con un estilo a la guitarra –afilado pero elegante– que se hizo distintivo y reconocible desde el primer momento. “Agotados de esperar el fin” (Epic-Sociedad Fonográfica Asturiana, 1984) y “Todos están muertos” conformaron una trilogía inicial completamente irrebatible. Tanto, que nunca la pudieron superar y, tras su álbum “Directo” (Discobolo, 1986), los mejores Ilegales se quemaron en su propio éxito. Generaron mucho más dinero del que jamás se imaginaron, se convirtieron en ídolos en Latinoamérica de forma aún más extrema que aquí y lo disfrutaron a tope.

En la grabación de “Joven y arrogante”, su último disco (2025).
En la grabación de “Joven y arrogante”, su último disco (2025).
El power trío inicial con Iñigo Ayestarán en el bajo (Willy Vijande después) y David Alonso a la batería explosionó y se convirtió en otra cosa a partir de “Chicos pálidos para la máquina” (Hispavox, 1988). Martínez intentó reimaginar unos nuevos Ilegales, más expansivos musicalmente, pero cuya discografía discurrió con desigual inspiración y fortuna a lo largo de estas cuatro décadas. También dieron pasos en falso, como la disolución que se creía definitiva en 2010, revocada en 2015 tras la extraña aventura de Jorge Ilegal y Los Magníficos, una trajeada orquesta de bolero, chachachá y otros estilos similares, todos anteriores al nacimiento de The Beatles. Tras la resurrección del grupo, Jorge Ilegal ya se acomodó ligeramente en su propio icono. Seguía dando titulares, pero ya no daba miedo. Movimiento significativo en este aspecto fue su álbum de autohomenaje “La lucha por la vida” (Parlophone-La Casa del Misterio, 2022), la típica maniobra tan querida por la gran industria española de grabar duetos junto a parte de la comandita de siempre: Dani Martín, Iván Ferreiro, M-Clan, Coque Malla y gente así a la que uno nunca se imaginaría de colegueo con el Jorge Ilegal que, la primera vez que entró en el Rock-Ola, le cascó porque sí un puñetazo a Ferni Presas, de Gabinete Caligari. No es que glorifiquemos tales actos de violencia gratuita, todo lo contrario, aunque espero que el lector capte a lo que me refiero. “Joven y arrogante” (Warner-Parlophone-La Casa del Misterio, 2025), publicado el pasado marzo, fue su último álbum, y así, tal como reza el título, es como lo recordaremos. ∎

Cancionero bestia, bestia

“Ilegales”
(Hi-Fi Electrónica, 1982)

La mejor canción del grupo, “Tiempos nuevos, tiempos salvajes”, abría desde lo más alto el que también fue su mejor álbum. Todo un revulsivo para el rock español de la época, que se abría a un mundo propio tan turbio como lúcido. Se sigue diciendo que el tema antes citado y “Yo soy quien espía los juegos de los niños” nunca perdieron su vigencia, pero tampoco lo ha hecho “La casa del misterio”, aún abierta a todo un universo de sugerencias. Desde un desequilibrio también característico de Ilegales, lo alternaron con vaciladas como “¡Heil Hitler!”, “¡Hola mamoncete!” y “Problema sexual”, que, al igual que Siniestro Total aquel año, consiguió tener un curioso calado entre el público preadolescente.

“Agotados de esperar el fin”
(Epic-Sociedad Fonográfica Asturiana, 1984)

Martínez nunca estuvo del todo satisfecho con una producción demasiado lastrada por los cánones de la época, con un bajo y una batería que sonaban a plástico. Sin embargo, se reúne aquí otra estupenda colección de canciones que ahora miraba hacia un escenario de causticidad global (“África paga”, “Hombre blanco”) y sátira local (“Quiero ser millonario”, “La chica del club de golf”, “Odio los pasodobles”). La más reconocible, a su pesar, fue “Soy un macarra”, una gracieta que la compañía decidió elegir como primer single, y con eso se forraron. Todas suenan mejor en directo. “Destruye”, tan aplacada aquí, era el cierre incendiario y pogoso perfecto para sus conciertos.

“Todos están muertos”
(Epic, 1985)

Aunque el título, la esquela de portada y también canciones como la excepcional “Enamorados de Varsovia” puedan remitir a la onda siniestra, este tercer álbum, más crudo que el anterior, representa muy bien la esencia Ilegal. En “El norte está lleno de frío” se palpa la conflictividad de la reconversión industrial con más impacto y lucidez que en el grueso de aquel rock radical vasco del que fueron coetáneos; mientras que “Ella saltó por la ventana” y “Hacer mucho ruido” tienen melodías y ritmos que enganchan de una forma peculiar, ese tipo de hits en los que dices “un momento, ¿pero qué demonios estoy cantando?”.

“(A la luz o a la sombra) Todo está permitido”
(Hispavox, 1990)

La reconfiguración que podemos denominar Ilegales versión 2 se inició en el irregular “Chicos pálidos para la máquina” (1988), con el añadido de teclados y saxo. Quizá el quinto álbum no tuviera singles tan brillantes, pero, en conjunto, es mejor. Arranca con la chulería ácida de “Suena en los clubs un blues secreto” y “Baila idiota”, aunque sus mejores momentos son esos medios tiempos con carga de profundidad diría que bukowskiana: desde “Me gusta como hueles” a “Todo está permitido” o “Despierta en el planeta diario”, por no hablar del aroma de himno cosaco de “Canción obscena”.

“Si la muerte me mira de frente me pongo de lao”
(La Casa del Misterio, 2003)

La foto de portada ya anticipa la autoparodia en que caería Martínez en los últimos años, pero este álbum, con el que inauguraba su propio sello, revitalizó al grupo en un momento en que parecía a punto de caer en el olvido. También lo llevó a recuperar su esencia en formato trío y con canciones que hablaban de delincuencia y marginalidad, como “El demonio”, “Motín en la prisión” o la más actual “Chica del Este”, mientras que “Vuelven los problemas” nos los devolvía encendidos y adrenalínicos. Lo presentaron en una gira rejuvenecedora: inolvidables las intensísimas tres noches en la sala El Sol en Madrid. ∎

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