Ya se sabía: en los conciertos de Rosalía no hay banda. Y en la esperada noche de cierre, el escenario Estrella Damm fue solo para ella, sus ocho bailarines y la multitud que copó el recinto. Fue cosa de apretar
play y explotó. El sonido de motores ya anunciaba la máquina perfectamente engrasada (y calculada) de su show, suerte de karaoke ultramoderno. Tan diva y
entertainer como contundente intérprete y maestra creadora de
hits, manejó perfectamente sus registros, dejando espacio tanto a la “niña de fuego” y su flamenco cruzado por máquinas y Auto-Tune (“Bulerías”) como a la motomami desafiante (“Chicken Teriyaki”) de reguetón
gangsta, bachata retorcida (“La fama”) o balada glitch-pop. Para cada éxito, una coreografía (modificadas y mejoradas con respecto a los primeros conciertos de la gira), amplificada en pantallas gracias al set de cámaras que seguían cada movimiento, muchas veces en modo selfi para mayor complicidad, ajustando el encuadre para vivirlo como si fuera una experiencia TikTok en directo. Entre lo visualmente más impactante estuvo “Bulerías”, donde el cuerpo de baile la convierte en el centro de una flor (o el núcleo de una ceremonia de apareamiento en la más sensual “Malamente”), y la colorida puesta de “Despechá”. Los guiños e intercambios con el público fueron constantes, al punto de dar el micrófono a tres voluntarios que completaron los versos de “La noche de anoche”. Los problemas de sonido iniciales impidieron escuchar del todo sus historias y la interpretación de “Hentai”. La decepción: que no subiera Tokischa a cantar “Linda”, cuando horas antes había pasado por el festival.
Susana Funes