Rosalía: pisando gas. Foto: Jordi Vidal
Rosalía: pisando gas. Foto: Jordi Vidal

Festival

Primavera Sound (3 de junio): en la autopista Motomami

Global bass y rock con costuras clásicas, mitos de vanguardia y reguetón deslenguado, metal drónico, disco para las masas y delicatessen inesperadas: tercera y última jornada en el Fòrum barcelonés de un Primavera Sound inabarcable.

Alissic

Con la brasileña Alissa Salls parece que la máxima de Baltasar Gracián, “lo bueno si breve, dos veces bueno”, no funciona. En los poco más de veinte minutos que duró su actuación en el Plenitude –la mitad de lo previsto– no dio tiempo a calibrar su potencial creativo. Con su voz aniñada y acompañada únicamente por unas bases grabadas y por un batería un tanto desatado, por momentos pareció una versión brasileña de Björk, en su tema “Bugfood” se alineó con el hyperpop y en “Like” exhibió sutileza con sugerente melodía envuelta en bass music. Habrá que esperar al futuro. Luis Lles

Anish Kumar

Mientras justo al lado la artista de origen iraní Sevdaliza hipnotizaba al respetable, este prometedor joven británico de ascendencia india ponía a bailar a todo el mundo al ritmo de Bombay disco, funky indostaní y blaxploitation de Bollywood en el Pull & Bear. El momento de oro de una sesión quizá excesivamente vintage y poco enraizada, en la que poco a poco los house beats le fueron ganando la partida a los global grooves, fue el vibrante mashup de “Yeke Yeke”, de Mory Kanté, con “Jesahel”, de Banda Aca. Luis Lles

Anish Kumar: Bombay disco. Foto: Marta Vilardell
Anish Kumar: Bombay disco. Foto: Marta Vilardell

Be Your Own PET

Quince años después, la fuerza adolescente parece más contenida pero igual de apabullante. Be Your Own PET salió a la escena del Plenitude con una furia explosiva, repasando clásicos como “Wildcat”, “Adventure” o “Becky”, donde Jemina Pearl, la vocalista, desplegó su habitual energía arrolladora, aunque más madura y centrada en lo musical, cuestión que no le impidió vomitar a dos canciones del final del espectáculo. También adelantaron temas de su próximo álbum como “Hand Grenade”, “Worship The Whip” o el estreno de “Pleasure Seeker”. Daniel P. García

Be Your Own PET: madurez apabullante. Foto: Òscar Giralt
Be Your Own PET: madurez apabullante. Foto: Òscar Giralt

Calvin Harris

En el papel no oficial de telonero de Rosalía, que actuaría justo después en el escenario colindante, Calvin Harris convirtió la explanada grande del Primavera Sound, desde el Santander, en una pista de baile de radiofórmula masiva. Sin matices ni espacio para algo que no fuera evocar momentos epifánicos cada minuto y medio. Desde la parte inicial, en la que se fue a principios de la década pasada con “Blame”, “Summer” o “Feel So Close”, la entregada mayoría británica se sentía como en casa a pesar de que su asistencia haya descendido en esta edición. Y durante las casi dos horas de set pareció que se multiplicaba. Con la ayuda de fuegos que cuadraba con la entrada del estribillo y sus intervenciones, subiendo y bajando el volumen como si más que un concierto estuviera locutando en directo una FM, formó una pareja perfecta escenario-público. Con hits incuestionables y repertorio de colaboraciones lleno de himnos del verano. También sonaron “One Kiss” (Dua Lipa) o “We Found Love” (Rihanna), pero la sensación general, como cuando pasó por “Satisfaction” (Benny Benassi) o una trillada versión de “Seven Nation Army” (The White Stripes), era la de algo desproporcionado comparado con lo que tenía que venir después o con lo que se vio antes en ese mismo espacio. Jordi Isern

Calvin Harris, disco sensurround. Foto: Sergi Paramès
Calvin Harris, disco sensurround. Foto: Sergi Paramès

Charlotte de Witte

Hace un tiempo que la electrónica más oscura y acelerada en BPMs ha salido de los clubs pequeños y los afters más secretos para, primero, avanzar hacia las grandes salas y, luego, llegar a los festivales más expansivos. Y en esta revolución que ha ganado terreno al disco y al house más accesible, hay nombres como el de Charlotte de Witte que son pilares indiscutibles. Lo de ayer a las tres de la mañana en el escenario Amazon Music quedará recordado como su consagración en el Primavera Sound. Con un show de luces y láseres a medida y una capacidad para encontrar matices en el techno más áspero, solo al alcance de alguien que no elige el camino fácil y que disfruta tanto en el estudio como sumando horas de vuelo en directo. En la parte final de su set, “Reflections”, de este 2023, junto a Enrico Sanguliano, define bien esta tensión entre la velocidad y lo profundo de su propuesta. Otra milla ganada. Jordi Isern

Charlotte de Witte: aspereza techno. Foto: Eric Pàmies
Charlotte de Witte: aspereza techno. Foto: Eric Pàmies

Desert

Cristina Checa y Eloi Caballé se ciñen al minimalismo en el escenario Amazon Music para ofrecer los avances aportados por el álbum “Caos sota el cel” (2022). Ambientes entre el paisajismo desolador propuesto por la inicial “No pots perdre el control” y la influencia sutil del drum’n’bass dando vida a una electrónica cuyos tramos agrietados evocan tanto a Arca como a Fever Ray, en busca de ahondar en espacios cerrados sin caer en lo claustrofóbico ni perder de vista la luz. Sonaron, entre otras, “Ja no et tinc”, “Què es el que vols” y "Juliol de cel clar", conjugando voluptuosidad onírica y pálpito ingrávido. David S. Mordoh

Desert: oníricos Foto: Marta Vilardell
Desert: oníricos Foto: Marta Vilardell

DJ Playero

Con el ambiente de verbena que se palpa siempre en las horas finales del último día de festival, Pedro Gerardo Torruellas, DJ Playero, lo tenía todo para triunfar sobre el Plenitude. Como así fue. No en vano, el puertorriqueño es la piedra sobre la que se asienta la historia del reguetón. Con un mensaje en la pantalla que decía “Bellakeo, bellakeo”, Playero encadenó una ristra de megahits en la que no faltaron “La combi completa”, de Daddy Yankee y Nicky Jam; “Me porto bonito”, de Bad Bunny; “Pobre diabla”, de Don Omar; “Gatita”, de Bellakath; o, por supuesto, “Gasolina”, de Daddy Yankee. En medio, coló el “Sweet Dreams” de Eurythmics mientras el público ejercía su derecho al perreo. Fiestón. Luis Lles

DJ Playero: masterclass de reguetón. Foto: Jordi Vidal
DJ Playero: masterclass de reguetón. Foto: Jordi Vidal

Holly Humberstone

En una jornada en la que la mayor parte del público guardaba fuerzas para la madrugada, para el concierto de la gran headliner del festival, conseguir concentrar a público antes de las siete de la tarde parecía complicado. Aún más con una propuesta de aparente corte clásico entre lo introspectivo de Phoebe Bridgers y el rock de carretera americano de Haim, como Holly Humberstone cita para definirse. Pero para un talento como el suyo, tanto el escenario Cupra como esta edición resultaron perfectos para presentarse, dejando claro que lo suyo es un proyecto sólido de largo recorrido. “Overkill” o “Deep End” fueron coreadas y celebradas por la parte más cercana al escenario; incluso se vio una pancarta de apoyo. Hubo versiones sorprendentes de temas como “Scarlette” o “Falling Asleep At The Wheel”, con elementos menos orgánicos. Holly Humberstone, que recordó que lo tenía todo preparado para haber acudido antes al festival, pero por la pausa de la pandemia no llegó hasta este junio de 2023, nos recomendó, sin sorpresa, que fuéramos a ver a The War On Drugs. Puro agradecimiento por saber que esta era su primera vez, pero seguro que no será la última que la veamos por aquí. Jordi Isern

Holly Humberstone: presentación de largo recorrido. Foto: Sharon López
Holly Humberstone: presentación de largo recorrido. Foto: Sharon López

James Ellis Ford

Tres semanas después de publicar el primer álbum a su nombre, James Ellis Ford se presentaba en el Auditori Santander con la ilusión de quien puede mostrar por fin su proyecto más íntimo. Una salida del armario para quien ha producido a Depeche Mode y Gorillaz, ha tocado la batería con The Last Shadow Puppets y es la mitad de Simian Mobile Disco. Lo sorprendente, y aún más en directo, es su querencia por los sonidos y formas setenteros cercanos al progresivo, del ambient a lo Fripp & Eno del inicio al jazz fusión vía sonido Canterbury y las derivas más líricas de King Crimson con violín y teclados. Y esto lo reafirmó con una versión de “I Talk To The Wind”. Sin menoscabo del pop en “I Never Wanted Anything”. Todo con mucha calidad y pertinencia, con eclecticismo personal y armonías vocales excelsas. Se quedó a gusto y nosotros también. Ricardo Aldarondo

James Ellis Ford: el valor del eclecticismo. Foto: Óscar García
James Ellis Ford: el valor del eclecticismo. Foto: Óscar García

John Cale

John Cale tiene ahora 81 años. Frente a su piano electrónico, de pie en el escenario del Auditori Santander, sesenta años de historia musical nos contemplaban. Caminar lento, voz decidida. Acompañado de bajista, batería y guitarrista, centró buena parte del repertorio en su último disco, “MERCY” (2023), sin desdeñar temas del pasado. De este reciente trabajo destacó por ejemplo la interpretación de la bella “Moonstruck (Nico’s Song)”, con proyección de fotos de Nico y Cale en la pantalla: una sentida remembranza. Tocó también hits de otras épocas, como “Cable Hogue” y “Villa Albani”, esta última alargada con imparable destreza rítmica. Pop ornamentado, art rock del bueno y algún toque de psicodelia oriental. Pocas concesiones al pasado velvetiano: “I’m Waiting For The Man” la interpretó hacia la mitad del concierto, nada de esperar a un final épico y complaciente. Sí que concluyó con un clásico personal, su versión de “Heartbreak Hotel”: en el último pasaje, Cale se quedó un rato repitiendo en bucle las mismas notas al piano, como si el tiempo se hubiera detenido para siempre. Quim Casas

John Cale: mito muy vivo. Foto: Marina Tomàs
John Cale: mito muy vivo. Foto: Marina Tomàs

​​L’Hereu Escampa

El dúo-convertido-en-trío de Manlleu aprovechó los veinte minutillos de su rápido set para presentar su versión más tajante: canciones recientes como la melancólica “Petrafita” o las relativamente etéreas “Un altre dia” y “Febre i remeis” adquirieron –sin abandonar el espíritu pop conjurado por el guitarreo jangle y las armonías a dos voces– una fisicidad más cercana al midwest emo de ascendente post-hardcore, en parte debido a la caña que le metió Guillem Colomer a su batería y la incorporación de una colega asturiana al bajo, que añadió volumen al asunto. Su vinculación al sonido de la escuela BCore –ese difícil punto intermedio entre lo melódico y lo contundente– no es, por supuesto, nada nuevo, como demostró su rescate de temas antiguos como “La feram”, celebrados con coreos y brincos por el selecto grupo de fans que logró personarse en el peculiar miniescenario The Vision. Xavier Gaillard

L’Hereu Escampa: Manlleu es pop. Foto: Sergi Paramès
L’Hereu Escampa: Manlleu es pop. Foto: Sergi Paramès

Laurie Anderson

Después del concierto de John Cale llegó el de Laurie Anderson: el compañero de aventuras musicales de Lou Reed y la viuda del autor de “Transformer” (1972) separados por una hora de descanso en el Auditori Santander para retirar unos instrumentos y poner otros. Reed fue citado por Anderson en una frase reproducida en la pantalla. No hubo más homenajes. La compositora fue a lo suyo, directa y envolvente, irónica y contundente. Spoken word futurista, pop cibernético y avant garde servidos por una estupenda banda de músicos del downtown neoyorquino e integrantes de Sex Mob: Steve Bernstein (trompeta), Briggan Krauss y Doug Wieselman (vientos y guitarras), Tony Scherr (bajo) y Kenny Wollesen (batería). Anderson hizo diabluras con las voces manipuladas, alteró sonidos con el teclado y rasgó intermitentemente el violín como si fuera una navaja de acero. Música política, pero con espacio para el juego cómplice. Hizo gritar durante diez segundos a la audiencia, volvió sobre el lenguaje como virus, hubo guiños a Philip Glass, Yoko Ono y James Brown y contagió con sus icónicas e hipnóticas voces en bucle. Y sonó, claro, “O Superman”. Quim Casas

Laurie Anderson: storyteller de otra galaxia. Foto: Jordi VIdal
Laurie Anderson: storyteller de otra galaxia. Foto: Jordi VIdal

Liturgy

Sin duda, la brutal tunda del grupo neoyorquino, impartida pasada la media noche del último día, decapitó a cualquier títere que anduviera por el Fòrum todavía con la cabeza puesta. Lo cerebral y lo atávico se dieron cita sobre el Plenitude en los temas que presentaron de “93696” (2023), alcanzando unas cotas de ruido que bien podrían desbancar a Swans del podio del festival. Pero el suyo no es un ejercicio de abrasión gratuita: su metal vanguardista se caracteriza no solo por una complejidad compositiva en la cual resulta difícil anticipar el siguiente giro, sino por una amplia variedad de registros, desde la voz chirriante y el punteado trémolo típicos del black y la hiriente velocidad del death hasta momentos ralentizados de sincopado sludge. El repertorio avanzó cual laberinto inhóspito hasta que a Ravenna, la líder del conjunto, se le rompió la trabilla de la guitarra: los minutos de reparación fueron amenizados por una música de espera improvisada por la sección rítmica. Precisamente el batería del conjunto, hombre-martillo donde los haya, demostró una ejemplar disciplina en los cambios de compás y una loable creatividad en el uso de rellenos y redobles. Junto con la bajista (cuyo instrumento más que emitir notas golpeaba estómagos) y los guitarristas (artífices ocasionales de riffs acuchilladores y punteos técnicos), hicieron de los temas relativamente intelectuales del disco algo catártico que anonadó a los que penetraron en su arquitectura. Xavier Gaillard

Liturgy: ceremonia de cuchillos. Foto: Sergi Paramès
Liturgy: ceremonia de cuchillos. Foto: Sergi Paramès

Los Ganglios

Con los reajustes de última hora del festival tras la cancelación de Yung Lean, el concierto de Los Ganglios finalmente quedó sepultado entre propuestas más electrónicas y menos discursivas, pero una masa de fieles se congregó en el escenario Dice al borde de las cuatro de la madrugada para rememorar esa forma tan irreverente –e influyente– de hacer las cosas de la banda de Badajoz: una colisión brillante entre lo urbanita y lo rural, entre la electrónica y el punk, entre lo formal y lo amorfo, entre la comedia y el contenido. Montaron “un buen molinillo punki” con banda completa, más guitarreros de lo habitual y definitivamente escorados al punk, llevándose su peculiar fiesta al dub, al ska y, cómo no, a esa “makineta” tan suya, tan nuestra. Y hasta jugaron a ser Morodo con Auto-Tune o un Ortiga comandando su feria sintética. El ratito, con nocturnidad y alevosía, bien mereció una bajada de la escalera. Diego Rubio

Los Ganglios: vuelve la fiesta. Foto: Jordi Vidal
Los Ganglios: vuelve la fiesta. Foto: Jordi Vidal

Maggie Rogers

Aun cuando la mayoría de las canciones de Maggie Rogers no tienen la originalidad o personalidad de “Alaska”, tema que interpretó casi al final de su concierto en el escenario Cupra, no es difícil quedar deslumbrado por la potencia y dulzura de su voz. Ella se encarga de animar al público con sus constantes carrerillas y bailes mientras transita por los diversos caminos del R&B, marcados por una vertiente más folk algunas veces (“Love You For A Long Time”), más funk-soul otras (“Give A Little”) o incluso más electrónica, como en “Retrograde”, canción en la que además versionó un extracto de “I Wanna Dance With Somebody (Who Loves Me)” de Whitney Houston. En su penúltima, “Light On”, el público se vino completamente arriba y la estadounidense terminó el tema al borde del llanto y declarando que este había sido el mejor concierto de su gira. Daniel P. García

Maggie Rogers: el valor de lo dulce. Foto: Òscar Giralt
Maggie Rogers: el valor de lo dulce. Foto: Òscar Giralt

My Morning Jacket

Por fin con esta visita saldaron la deuda recíproca Primavera Sound y My Morning Jacket, una de las bandas con mejor reputación en directo del mundo, y solo se necesitó ver el constante cambio de guitarras en el escenario Amazon Music tras cada canción para entenderlo. La máquina ideada por Jim James es una maravilla defendiendo un repertorio amplísimo, sobre todo teniendo en cuenta que a él, como músico que quiere divertirse –y no aburrirse– en su profesión, no le gusta repetir las mismas canciones todas las noches. A título personal, por ser primera visita, creo que faltó alguna composición de la etapa inicial con Darla, o al menos unos minutos acústicos, pero no es cosa de quejarse. Con su presencia radiante y omnipresente, James no abusó de la vertiente mesiánica (a pesar de arrancar con el trío “Victory Dance”, “Spring Among The Living” y “Love Love Love”) ni tampoco de los solos de guitarra, contados y dejando constancia tanto de la herencia sureña como de su pericia. Cuando sonó “Gideon”, se entendió mucho mejor la naturaleza de su épica. Y todos coreamos “Off The Record” y nos conmovimos con “Wordless Chorus”. Las tres de “Z” (2005) juntas, remachadas por el órdago de la inconmensurable “One Big Holiday” para sentenciar la aureola de grandeur. Más vale tarde. David S. Mordoh

My Morning Jacket: Jim James, deuda saldada Foto: Sergio Albert
My Morning Jacket: Jim James, deuda saldada Foto: Sergio Albert

Núria Graham

En poco más de cuarenta y cinco minutos, Núria Graham deleitó al público del Auditori Santander con un grupo de canciones íntimas y complejas, acompañada por sus cuatro interesantes músicos, entre ellos saxo tenor y arpa. La catalana abrió el show en el piano de cola con el rhythm’n’blues ligeramente jazzeado de “Procida I” y “The Catalyst”, temas de su última placa, que fue la que predominó durante todo el concierto. Aquí también destacó la bossa nova de “Beginning Of Things”, con ella en la guitarra, o el solo de saxo de “Disaster In Napoli”. Más hacia el final, la artista pasó a recorrer algunas de sus composiciones más tempranas, como “Peaceful Party People From Heaven”, paisaje sonoro que matizó la presentación casi exclusiva de su más reciente trabajo. Daniel P. García

Núria Graham en la intimidad. Foto: Marina Tomàs
Núria Graham en la intimidad. Foto: Marina Tomàs

Pional

El regreso del reputado DJ madrileño al festival –en esta ocasión petándolo no en el Boiler Room, sino en el Pull & Bear, rincón poligonero de la zona popularmente conocida como Mordor– reafirmó su imaginación a la hora de pinchar: ataviado con su inseparable gorra, confeccionó una sesión de distintos momentos cromáticos, que supo enhebrar orgánicamente haciendo gala de su pericia en el arte de las subidas y las bajadas. Fue amplia su selección y gestión de beats –de distintas permutaciones y grosores, por ejemplo metiendo de repente unos ritmos de bongo–, así como su repertorio de samples, que si bien sirvieron para dar textura destacaron especialmente por su carácter melódico, desde líneas vocales de pop o hip hop remezcladas y recortadas hasta notas de sintetizadores diversos: sinfónicos, ochenteros o sospechosamente baleáricos. Especialmente memorable fue la irrupción de un sampleado de golpes de cuerda que durante unos instantes convirtió el set en una suerte de épico dance palaciego. Durante hora y media, Pional insistió en evitar la vía fácil y la reiteración y, sin nunca ingresar en el experimentalismo o la IDM (a pesar de puntuales virguerías más ruidistas o aventureras), defendió animadamente la vigencia y maleabilidad del house. Xavier Gaillard

Pional: virguerías electrónicas. Foto: Òscar Giralt
Pional: virguerías electrónicas. Foto: Òscar Giralt

Rosalía

Ya se sabía: en los conciertos de Rosalía no hay banda. Y en la esperada noche de cierre, el escenario Estrella Damm fue solo para ella, sus ocho bailarines y la multitud que copó el recinto. Fue cosa de apretar play y explotó. El sonido de motores ya anunciaba la máquina perfectamente engrasada (y calculada) de su show, suerte de karaoke ultramoderno. Tan diva y entertainer como contundente intérprete y maestra creadora de hits, manejó perfectamente sus registros, dejando espacio tanto a la “niña de fuego” y su flamenco cruzado por máquinas y Auto-Tune (“Bulerías”) como a la motomami desafiante (“Chicken Teriyaki”) de reguetón gangsta, bachata retorcida (“La fama”) o balada glitch-pop. Para cada éxito, una coreografía (modificadas y mejoradas con respecto a los primeros conciertos de la gira), amplificada en pantallas gracias al set de cámaras que seguían cada movimiento, muchas veces en modo selfi para mayor complicidad, ajustando el encuadre para vivirlo como si fuera una experiencia TikTok en directo. Entre lo visualmente más impactante estuvo “Bulerías”, donde el cuerpo de baile la convierte en el centro de una flor (o el núcleo de una ceremonia de apareamiento en la más sensual “Malamente”), y la colorida puesta de “Despechá”. Los guiños e intercambios con el público fueron constantes, al punto de dar el micrófono a tres voluntarios que completaron los versos de “La noche de anoche”. Los problemas de sonido iniciales impidieron escuchar del todo sus historias y la interpretación de “Hentai”. La decepción: que no subiera Tokischa a cantar “Linda”, cuando horas antes había pasado por el festival. Susana Funes

Rosalía: diva por derecho. Foto: Jordi Vidal
Rosalía: diva por derecho. Foto: Jordi Vidal

Surf Curse

Buena parte del concierto de Surf Curse en el escenario Ron Brugal consistió en tratar de llegar al final, donde realmente pudo reconocerse algo del talento que aparece en sus discos. Así, a pesar de los problemas técnicos y de ellos mismos, no parecía la mejor tarde para los fundadores de la banda. Rattigan (batería y voz) y Rubeck (guitarra) lograron hacer vibrar al público con las cinco últimas canciones, todas innegablemente indie pop, pero con un componente vigorosamente punk, sobre todo “In My Head Till I’m Dead” y “Freaks”. Daniel P. García

Surf Curse: Nick Rattigan, batería en estado pop-punk. Foto: Marta Vilardell
Surf Curse: Nick Rattigan, batería en estado pop-punk. Foto: Marta Vilardell

The War On Drugs

Desde los primeros acordes de “Come To The City”, The War On Drugs dejaron claro sus holgadas prestaciones para ocupar escenarios principales y saciar la sed de grandes arenas. El combo de Filadelfia es pura transmisión de ese rock alineado con la tradición americana que tantas regalías ha repartido por la nación de las barras y estrellas. Así lo acató el numeroso público convocado delante del escenario Amazon Music con la llegada de la imbatible “Red Eye” al tercer envite. Su propuesta siguió sumando adeptos con la épica sostenida de “I Don’t Want To Wait”. Adam Granduciel y los suyos no necesitaron de un período de adaptación. Su mapeado salió perfectamente delineado, dejando claro que lo suyo es la banda sonora propicia para las carreteras secundarias de la América despoblada. La intro de órgano a lo “Baba O’Riley” solo podía anticipar los obsequios que terminó repartiendo “Harmonia’s Dream”. Como factibles desertores de una iglesia episcopal cuya comunión por el rock los apartó del camino del Señor, supieron resolver con la misma eficiencia un tramo final en el que encadenaron “Under The Pressure”, “Strangest Thing” y “I Don’t Live Here Anymore”. Todas ellas ejecutadas como el que sabe que no necesita subrayar sus habilidades para convencer; ni una nota gratuita ni un aspaviento de cara a la galería. Sin remordimiento posible, vaya. Su enlace con la tradición, su tino melódico y su gratitud sónica lleva tiempo emancipándose del rastro de Bruce Springsteen. Ayer lo volvieron a demostrar y el público aclamó su misa rock. Marc Muñoz

The War On Drugs: Adam Granduciel y su misa clásica. Foto: Òscar Giralt
The War On Drugs: Adam Granduciel y su misa clásica. Foto: Òscar Giralt

Tokischa

Leche, leche, leche. Teta, teta, teta. No, no es una promoción de algún artículo sobre lactancia. Son las palabras fetiche de Tokischa Altagracia Peralta, que llegó al festival en el marco de su “Popola Presidente World Tour”. El espacio del escenario Plenitude se reveló totalmente insuficiente para acoger a la multitud que se agolpaba para ser partícipe de una alborotada ceremonia de apología del perreo. Cuatro bailarines y un DJ le bastaron a la dominicana para armar un atracón de ritmo primario y sexual, en el que se fueron intercalando sin solución de continuidad hits irrebatibles como “Tukuntazo”, “Hoy no me voy a la cama”, “Estilazo” (“ser perra está de moda”) y la explosiva y al límite de lo legal “Delincuente”, así como sus feats con J Balvin (“Perra”) y, por supuesto, Rosalía (“La combi Versace”). ¿Hubo playback? Bastante. Pero... ¿a quién le importaba? Luis Lles

Tokischa: la lengua que pincha. Foto: Marta Vilardell
Tokischa: la lengua que pincha. Foto: Marta Vilardell

Two Shell

Se dieron de bruces Two Shell –o ¥///0 $#£[[ \/\/&$#£>3, como prefieran– con un problema recurrente en las madrugadas del escenario Cupra: el sonido, afectando especialmente a cualquier frecuencia más o menos aguda. Porque sus bajos, al borde del colapso y siempre enfrentados con visión futurista, pueden servir como hilo conductor, y así lo hacen durante la práctica totalidad de su set, pero es precisamente en su retorcimiento para dar hueco a infinidad de detalles donde reside la magia de este dúo británico que está empeñado en insuflarle un brillo distinto, vítreo, al corpus rave de las Islas. Y era muy complicado apreciar su infinidad de sutilezas. Se intuía un sonido estimulante, sí, vitaminado, ultraluminoso y con tendencia al horror vacui. También una interesante predisposición al collage, y sin embargo sonaba siempre difuminado. Los tramos más introspectivos parecieron al principio silencios incómodos, y las voces, cuando uno de los dos miembros se paseaba para cantar por delante de la pantalla blanca que proyectaba sus sombras, apenas eran discernibles. El que podría haber sido el mejor cierre del festival se quedó en interrogación y otro dúo inglés, Overmono, llegó para robarles el testigo. Diego Rubio

Wednesday

Una fórmula no tan innovadora como fresca. Banda de provincias que no solo inyecta algo de shoegazing a su rock alternativo de los noventa, sino que reivindica la herencia country gracias a la pedal steel de Xandy Chelmis, capaz de defenderse también en un contexto de saturación eléctrica. Se percibió con nitidez a partir de la cuarta canción, “Chosen To Deserve”, a la que siguió “She’s Acting Single” (hit country de Gary Stewart). Otros picos del set fueron “Quarry”, la de estribillo más fácil, y una “Bull Believer” final donde Karly Hartzman se entregó a fondo con sus alaridos estremecedores. David S. Mordoh

Wednesday: Karly Hartzman reivindicando los noventa. Foto: Marta Vilardell
Wednesday: Karly Hartzman reivindicando los noventa. Foto: Marta Vilardell
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