El Festival de las Ideas reunió el pasado sábado, 20 de septiembre, al periodista y escritor londinense Simon Reynolds con el músico y director creativo madrileño Antón Álvarez, C. Tangana, para intercambiar puntos de vista a propósito de un encuentro denominado “El sonido imaginado”. Moderados por la periodista Alicia Álvarez, conversaron en La Casa Encendida –ante una audiencia entregada– sobre el libro de Reynolds “Futuromanía. Sueños electrónicos, máquinas deseantes y la música del mañana… hoy” y sobre la aproximación del madrileño a territorios como la música, el cine o la moda.
l encuentro entre el londinense Simon Reynolds (62 años) y el madrileño Antón Alvarez aka C. Tangana aka Pucho (35 años) se convirtió en una clase magistral de antropología cultural. Pero en esta ocasión, y por mencionar de forma entreverada a Paolo Sorrentino, no hubo ni Parthenope ni profesor Marotta. “El sonido imaginado” fue la charla que mantuvieron ambos el pasado sábado, 20 de septiembre, y se acercó más al tono academicista que a la facultad de alucinar. Celebrada en La Casa Encendida, fue moderada por Alicia Álvarez, periodista y experta en cultura urbana del siglo XXI, como parte de la programación del Festival de las Ideas impulsado por La Fábrica, que en 2025 ha celebrado su segunda edición.
Para quien escribe, quizá, esta buena iniciativa de reunir a un artista fuera del período de promoción y a un periodista musical podría haber sido una inspiradora mirilla a la neurología y las emociones de cada uno de ellos. Pero se acercó más al repaso de conclusiones que a un viaje a caballo entre lo intelectual y lo sentimental. Se habló de ver, de escuchar y de cómo los tiempos actuales están cambiando el tiempo y la dedicación –o más bien, acortándola– a la atención de los contenidos y al consumo. También se mencionó que el nacimiento de las novedades ya están más cerca de una cadena de montaje, al más puro estilo fordista, que a un acontecimiento que requiere ser observado sin prisa en lo que parece un pacto no confesado entre el suculento marketing y el manipulador algoritmo. No se dieron pistas sobre cómo a cada uno se les despertó el interés en sí como acto fundacional de sus gustos o cómo saciaron su curiosidad ante lo desconocido. Se echó de menos indagar más en las férreas preferencias éticas y estéticas que les han traído hasta el escenario de La Casa Encendida desde el que ahora comparten su heurística. Alicia Álvarez, cabe decir, condujo de manera sobria y elegante un encuentro también impulsado por la editorial Caja Negra, que contó entre el público, entre otros, con el escritor y filósofo Ernesto Castro.
Las preguntas de Álvarez tuvieron un formato de alfombra roja más que de terreno de juego. Fueron apropiadas, sensatas y dejaron los balones listos para ser anotados en la memoria colectiva de los allí presentes. Se echó de menos esa poesía y riesgo de las que están acompañadas las disertaciones; esas que regatean y despistan al oyente –haciendo ver que no saben dónde van– para terminar materializándose en buenas ideas que redirigen el pensamiento hacia lo que cada uno entienda como buen puerto.
Anteayer, las caras de los asistentes –algunos sentados en sillas, otros en cojines ubicados en el suelo alrededor del escenario– denotaban más atención que sorpresa a propósito de los puntos de vista compartidos en público, porque tanto Reynolds como Pucho se expresaron de una manera didáctica para ilustrar a la audiencia. Había cierta rigidez encima del escenario, quizá como consecuencia de querer ser rigurosos. Desear hacerlo lo mejor posible es un objetivo como otro cualquiera y aunque el encuentro fuera interesante no fue notable. Se echó de menos un poco más de entraña y de desinhibición; un poco más de ese efectivo “salid ahí fuera y divertíos”. No los pudimos acompañar en su vuelo creativo porque nadie encendió el motor, pero, a ratitos, nos dejaron ver sus alas.
“El sonido imaginado” sí que hizo honor a su nombre cuando, gracias a algunas de las referencias de Reynolds a Giorgio Moroder y su icónica producción discográfica para Donna Summer de 1977 “Bad Girls”, a la audiencia se le dibujó una sonrisa en la cara (si has bailado “I Feel Love” en una pista de baile, de madrugada, conocerás la sensación). Reynolds es sabio y observador. Es necesario leerlo y escucharlo; pero casi todo lo que mencionó el sábado por la tarde ya lo había dicho o escrito. Y, además, ya está compilado en su fabuloso “Futuromanía. Sueños electrónicos, máquinas deseantes y la música del mañana… hoy” (2020; Caja Negra, 2024).
Por su parte, C. Tangana acercó al público a ese embrujo del flamenco que está experimentando en primera persona hablando con la pasión y la potestad de esos aficionados al género que ya se han iniciado en el rito del respeto. Hizo comentarios sobre algunos palos flamencos o la sensación de descubrir cómo se vive desde dentro ese arte por parte de quienes lo practican y lo veneran. Quién sabe cómo de fuerte y cómo de mágico es el pellizco que está sintiendo el madrileño cuando está en presencia de esos momentos enérgicos en los que el duende se manifiesta. Ahí sí que hubiera sido bueno escarbar durante la charla; ahondar en esa orilla desde la que ahora mira Pucho. Un lugar en el que lo ancestral permanece intacto hasta llegar a nuestros días. Un sonido embalsamado e inmortal que, a pesar de los siglos, se protege para que se siga idolatrando sin distorsión. Aunque, una vez aprendidos los cantes, también se les puede cortejar con otras influencias. Quizá el sonido imaginado es ese que se materializa durante la improvisación (ese ejercicio de conocimiento y libertinaje) y que ya comprobamos en qué consistía gracias, entre otros, al genio Paco de Lucía.
En la charla –que traspasó la hora y media– se pudo apreciar el tramo del camino vital en el que está cada uno a propósito de las diferentes generaciones a las que pertenecen ambos. Mientras que Reynolds ya ha encontrado las respuestas, a C. Tangana se le ve explorando con gusto los procesos de inspirarse, de hacerse preguntas y de crear sus artefactos culturales con todas las elecciones y conclusiones que desea compartir con el mundo en forma de música (con sus discos) o de estética (con su productora Little Spain).
Reynolds, tal y como describe en su último libro, deseaba que sucediera la música del futuro por su amor a la ciencia ficción, a lo moderno y sus ganas de dejar atrás el pasado. Es precisamente la herencia y permanencia la que parece desplegarse ante el futuro de C. Tangana. Puede ser aquí, en el ensueño del deseo, desde donde se trenzan las fuerzas motrices de la idea primigenia de futuro para cada uno de los conferenciantes.
Lo que resulta un hecho interesante es asistir al encuentro entre un periodista curtido en mil batallas y un artista con voz propia fuera de un período de promoción. Ojalá poder ver este formato más a menudo. Ojalá volver a ver y escuchar, muy pronto, a dos cabezas privilegiadas pensando muy fuerte. ∎