Nubya Garcia en estado de gracia. Foto: Juan G. Andrés
Nubya Garcia en estado de gracia. Foto: Juan G. Andrés

Festival

Jazzaldia, la celebración multirracial

La solidez de la veteranía que no se tambaleó ni con la pandemia volvió a hacer del Jazzaldia en su quincuagésimo octava edición una fiesta multirracial en la que rendir homenaje a los maestros octogenarios en plena forma y recibir con entusiasmo a la nueva hornada del jazz londinense, que se reveló pletórica y arrolladora. Eso entre decenas de estrellas o emergentes del soul, reggae, electrónica, flamenco, afrobeat, jazz nipón o pop euskaldun que han actuado entre el 21 y el 25 de julio en San Sebastián. Y con un público volcado: se ha batido el récord histórico de asistencia, con 191.000 espectadores en 90 conciertos.

En la playa al atardecer o entre la piedra histórica de la Trinidad y el claustro del Museo San Telmo, en auditorio o en teatro, de pago o gratis, la multitud de vivencias y formas de acercarse a la música en los escenarios propios de la ciudad que propone el Jazzaldia sigue resultando excitante y singular, tan abierto a las sorpresas como la climatología y tan bien respaldado por el público como siempre. Una celebración de la mixtura de géneros próximos y del intercambio multirracial.

Dejando tras el tupido velo el fiasco de la inauguración con Village People, esta 58ª edición del Jazzaldia ha dejado constancia del extraordinario vigor del jazz londinense con Nubya Garcia y Ezra Collective, ha rendido tributo a maestros como Abdullah Ibrahim, Enrico Rava y Yosuke Yamashita otorgándoles el premio honorífico Donostiako Jazzaldia, ha certificado la infalibilidad del directo de Ben Harper, Pat Metheny, Kenny Barron, Bill Frisell, Tiken Jah Fakoly o Fred Wesley & The New JBs y ha quedado embelesada por las estrellas de hoy como Norah Jones, Joss Stone y Rocío Márquez. Además, un ciclo de pianistas japoneses o la programación Jazzeñe en el Victoria Eugenia conformaron útiles panorámicas de sendos países. Con llenos en la mayoría de los conciertos de pago y audiencias multitudinarias en el amplio entorno de la playa de Zurriola y las terrazas del Kursaal.

Viernes, 21 de julio

Fred Wesley & The New JBs

Quizá influyó el apabullante contraste con Village People, pero la salida de Fred Wesley & The New JBs al mismo escenario de la playa fue como un cañonazo del funk más contundente, brillante y contagioso. Músicos de verdad poniendo las cosas en su sitio desde las primeras notas de un bajo demoledor. Y también aquí el líder tiene su edad, 80 años, y permaneció casi todo el concierto sentado en un taburete. Pero qué energía interior, qué potencia vocal y qué buen gusto al tocar el trombón se sigue gastando Fred Wesley, tantos años después de haber contribuido decisivamente a crear el sonido de James Brown y de Parliament. El funk es su motor, pero no solo: hubo derivas al jazz estricto y al blues teñido de soul, en interacción constante con el trompetista Gary Winters y el saxofonista Jay Rodríguez, y con excitantes arreglos llenos de requiebros y sorpresas. La conexión con el público se daba sola, porque era inevitable sentirse arrastrado no solo por ese ritmo percusivo, también por la riqueza musical desplegada en un repertorio propio que no necesita guiños a James Brown, y que tiene clase hasta en el coreo colectivo de “Bop To The Boogie” o “Breakin’ Bread”. Esto sí fue un fiestón.

El fiestón de Fred Wesley. Foto: Juan G. Andrés
El fiestón de Fred Wesley. Foto: Juan G. Andrés

Kenny Barron & EGO

Lleva más de cuatro décadas acudiendo al Jazzaldia. Esta vez el siempre extraordinario pianista celebraba su 80 cumpleaños dotando a su repertorio de una treintena de instrumentos de cuerda, con la Joven Orquesta de Euskal Herria (EGO). Primero en trío, con su preciosa “Sunshower”. Y luego añadiendo a esa delicadeza innata en las pulsaciones que logran sus grandotes dedos un revestimiento elegante, pero no suntuoso, a través de unas cuerdas que arropan en oleadas impresionistas, con una belleza y una emoción que fueron elevando el concierto hacia un nirvana maravilloso (“Illusion”), a veces con suaves derivas a la bossa nova (“Magic Dance”) y con la excelente ejecución de los jóvenes de la EGO. Ojalá se traslade a disco, porque fue para atesorarlo, incluida esa propina de nuevo en trío con “Shuffle Boil”, de Thelonious Monk.

La delicada elegancia de Kenny Barron & EGO. Foto: Juan G. Andrés
La delicada elegancia de Kenny Barron & EGO. Foto: Juan G. Andrés

Village People

No importaba mucho que solo un miembro original de Village People permanezca en el espectáculo, el cantante y compositor Victor Willis. Se le podía perdonar que su único movimiento escénico estuviera en su rodilla derecha. Pero todo lo que tenía detrás era de lo más flojeras, y su voz tampoco daba para rugir lemas como “Macho Man”. Hasta el sonido exterior fue muy débil para las decenas de miles de personas que llenaban la playa al atardecer. Los coristas-bailarines-personajes parecían haber sido contratados por el camino en una feria y solo el maromo motero dio la talla. No debe costar tanto encontrar unos músicos con pegada para lograr la euforia y la negritud del disco-funk, pero solo el bajista cumplía mínimos. Entre tiempos muertos haciendo el indio y dejando descansar a Willis, hubo que esperar a un renqueante “Go West”, y los infalibles estribillos de “In The Navy” y de “YMCA” para que aquello tuviera algo de la alegría y el gozo comunitario y bailón de antaño.

Village People: de rebajas. Foto: Juan G. Andrés
Village People: de rebajas. Foto: Juan G. Andrés

Yosuke Yamashita

Es uno de los músicos más importantes de la historia del jazz japonés, pero ha tocado con Ornette Coleman o Cecil Taylor: universalidad y orientación al free y la improvisación desde sus inicios. A sus 81 años, el pianista Yosuke Yamashita recibía el premio honorífico Donostiako Jazzaldia y entregaba dos conciertos distintos, uno basado en adaptaciones de música clásica y otro apoyado en su álbum “Quiet Memories” (2020), con composiciones propias y estándares de jazz. Es asombrosa la capacidad de Yamashita para deconstruir con inventiva inagotable piezas tan baqueteadas como “A Night In Tunisia”, “Tea For Two” o “My Funny Valentine” sin perder nunca su esencia melódica. Torrencial y reverberante, ayudado por la bóveda del claustro del Museo San Telmo, o delicadísimo en una pieza basada en las notas agudas, siempre en su propio mundo de contrastes, intuitivo, ágil, audaz.

Yosuke Yamashita, institución nipona. Foto: Juan G. Andrés
Yosuke Yamashita, institución nipona. Foto: Juan G. Andrés

Sábado, 22 de julio

Bill Frisell Four

Bill Frisell salió a acompañar en el bis de Julian Lage Trio, como si no fuera la estrella de la noche en el programa doble de la plaza de la Trinidad, un cordial encuentro entre alumno aventajado y maestro. Ya con su cuarteto, Frisell siguió evitando el protagonismo: todos tienen la misma importancia en esos Four que se completan con el saxo y el clarinete de Greg Tardy, el piano de Gerald Clayton y la pequeña batería del grandote Jonathan Blake, que el día anterior había respaldado a Kenny Barron, otra prueba de su versatilidad y finura con tambores y platillos. El diálogo a cuatro voces perfectamente armonizado, sin sobresaltos ni liderazgos siquiera momentáneos, creó un desarrollo sin pausa por los temas del álbum también llamado “Four” (2022), aunque obviando los pasajes más emotivos como “Waltz For Hal Willner” y “The Pioneers”, y centrándose en los más cerebrales aunque también juguetones (“Claude Utley”, “Blues From Before”). Esta vez brilló más la brillante y ágil interacción jazzy entre los cuatro que el sonido country-folk vaporoso característico de Frisell, para terminar, eso sí, con la habitual cadencia plácida y esperanzadora de “What The World Needs Now Is Love”, de Burt Bacharach.

Bill Frisell Four: como un reloj. Foto: Juan G. Andrés
Bill Frisell Four: como un reloj. Foto: Juan G. Andrés

Damir Imamović

Nacido en Sarajevo, Damir Imamović forma parte de lo más destacado en una nueva generación de músicos de Bosnia-Herzegovina y del sevdah, música tradicional y folclórica que reúne múltiples influencias culturales. Imamović tiene una voz preciosa que mantuvo en vilo a un público variopinto en las terrazas del Kursaal al atardecer, como recibiendo en la costa un eco de montañas lejanas de pura belleza y sentimiento ancestral. Utilizando el tanbur casi como una guitarra acústica y arropado por el contrabajo y un pequeño kemençe de evocador sonido entre la cuerda y la flauta, el canto sostenido y de profundo sentimiento de Imamović podía llegar a conectar con el impulso improvisatorio de un Tim Buckley en las sobrecogedoras “Kad bi ovo bio kraj” y “Kafu mi draga iscpeci” o lanzarse a la rítmica apasionada de Sarajevo. Siempre transmitiendo sinceridad y sentimiento elevado.

Damir Imamović: sevdah con mucho sentimiento. Foto: Juan G. Andrés
Damir Imamović: sevdah con mucho sentimiento. Foto: Juan G. Andrés

Julian Lage Trio

El guitarrista más brillante de la última generación del downtown neoyorquino llegó en formato de trío de lujo: Jorge Roeder en el contrabajo y un Joey Baron en la batería capaz de tocar la caja con palma de la mano. Lage partió de un jazz contemporáneo más enrevesado y técnico para virar a ejercer de saltimbanqui de las seis cuerdas, a veces acercándose a un Marc Ribot, con todo tipo de técnicas impulsivas y excitantes, que incluían gestos con los brazos al aire y acometidas de puro gozo musical.

Julian Lage Trio: puro gozo. Foto: Juan G. Andrés
Julian Lage Trio: puro gozo. Foto: Juan G. Andrés

Norah Jones

Con ciertos aires de diva en la trastienda –fotógrafos desplazados a distancia, caché muy elevado– pero apariencia de dulzura y naturalidad ante su devoto público, Norah Jones fue impecable en todo lo que hizo. La forma que tiene de trasladar rasgos del blues, del soul y del jazz a su voz versátil, pero nunca asomada a los excesos ni los riesgos, define un territorio permanentemente agradable y acogedor, donde su tendencia a los agudos bien matizados parecen buscar un efecto sanador (“Sunrise”, “Don’t Know Why”). Para unos, hasta elevarlos a un éxtasis celestial; otros nunca llegamos a encontrar la emoción realmente embriagadora en su por otra parte irreprochable talento. No compareció el organista Peter Remm aunque estaba anunciado (¿ruptura sentimental?), pero brillaron los tres excelentes escuderos, con los coros góspel (“Can You Believe”) del bajista Chris Morrissey, los matices infinitos del batería Brian Blade y el especial sonido que el guitarrista Dan Lead saca a la slide. Jones se movió con determinación hacia el country empuñando guitarra twang en “Rosie’s Lullaby” y “All A Dream”. No olvidó en el bis el estándar jazz con “The Nearness of You”, y cerró con una límpida versión de Tom Waits, “Long Way Home”.

Norah Jones: diva sin sobresaltos. Foto: Juan G. Andrés
Norah Jones: diva sin sobresaltos. Foto: Juan G. Andrés

Domingo, 23 de julio

Abdullah Ibrahim

A sus 88 años, el pianista sudafricano nos ha regalado muchas veladas inolvidables en el Jazzaldia. Esta vez tocaba rendirle tributo con el premio Donostiako Jazzaldia y comprobar que su digitación, que busca siempre el menos en volumen y despliegue y el más en sentimiento y espiritualidad, sigue intacta. También su espíritu aventurero. De hecho, en algunos momentos en que se quedó solo al piano parecía ensimismado tratando de atrapar una melodía, una secuencia mágica, en el aire cálido de la noche, para alcanzar lo sublime en instantes fugaces. En otros dejaba a sus compañeros la interpretación de algunas de sus melodías más trascendentales, como “The Wedding”, en un dúo de chelo y flauta, que Ibrahim rubricaba con un par de acordes. Cuando ya se iba, cogió un micro y entonó como para sí mismo un canto ancestral que decía “I hope to see my home in Africa again”. Conmovedora despedida de un gran maestro.

Abdullah Ibrahim, conmovedor. Foto: Juan G. Andrés
Abdullah Ibrahim, conmovedor. Foto: Juan G. Andrés

Ben Harper & The Innocent Criminals

Una vez más Ben Harper demostró que en directo se crece y se arranca el alma para descubrir todos sus matices, desde el rockero aguerrido al trovador con conciencia social o el folksinger de actitud modesta que conecta con la tierra a través de una voz que en los agudos se eleva al cielo. Y con una banda extraordinaria, no solo con sus instrumentos: empezaron a capela con las cinco voces en rotunda armonía en “Below Sea Level” para potenciar luego la electricidad en “Don’t Give Up On Me” o “Say You Will”, con el fino y fiero guitarrista Adrian “Alex” Painter o con la guitarra tumbada que el propio Harper utiliza a modo de steel guitar y con ese peculiar sonido bronco. Habló del blues y el flamenco como influencias básicas y citó a Camarón y Paco de Lucía, en un intermedio acústico y en solitario que sacó lo más preciado de la delicadeza de su voz. Casi se descalabra al saltar desde la batería sobre la silla y clavarse el respaldo en la entrepierna, pero en ese clímax brutal no podía dejar de gritar “you can change the world”, para acabar puño en alto. Y con el público extasiado.

Ben Harper, raíces y conciencia. Foto: Juan G. Andrés
Ben Harper, raíces y conciencia. Foto: Juan G. Andrés

Eri Yamamoto

Se podría pagar solo por ver la presentación que hace de cada una de sus piezas. La pianista japonesa Eri Yamamoto, afincada en Nueva York desde hace más de dos décadas, se desvive por utilizar su español “que voy aprendiendo en Duolingo” y transmite su infalible positivismo y gracia natural hasta para contar la agresión que sufrió de un hombre durante la pandemia por ser asiática y que terminó con un golpe de kárate por su parte. Y, como todo, transformó la terrorífica experiencia en energía positiva a través de sus ágiles dedos, de composiciones luminosas como “El sol” o “Smile, Smile, Smile” y una hermandad entre melodía y vanguardia. Además se trajo como invitado sorpresa al gran pianista Bruce Barth, participante en el Jazzaldia en otras ediciones, para varios temas. Cruzaron sus cuatro manos y hasta sus cuerpos sobre el teclado único, en un vibrante, gozoso e imaginativo torrente musical.

Eri Yamamoto y Bruce Barth: encuentro vibrante. Foto: Juan G. Andrés
Eri Yamamoto y Bruce Barth: encuentro vibrante. Foto: Juan G. Andrés

Nubya Garcia

Fue un placer asistir en directo a la eclosión de una titana del saxo tenor, una Nubya Garcia en estado de gracia que se consagra como capitana entusiasta de todo un colectivo que está renovando la escena del jazz británico con una oleada imparable. La base de reggae-dub irrumpió arrolladora desde el principio pero ¡creada con el contrabajo! Con su larga trenza y su vestido coloreado, Garcia soplaba con un sonido claro, potente, envolvente e imparable como el John Coltrane más riguroso rugiendo en medio de un soundsystem. Y después de soltar su huracán, se ponía a bailar entre sus acompañantes, con Joe Armon-Jones desparramándose por el piano con taquicardia vanguardista y cierto pulso latino, pura excitación. El álbum “Source” (2020), tanto en su versión original como en la remezcla dub, cobró vida cual dragón y nos dejó obnubilados.

Nubya Garcia: imparable huracán. Foto: Juan G. Andrés
Nubya Garcia: imparable huracán. Foto: Juan G. Andrés

Lunes, 24 de julio

Ezra Collective

Desde el comienzo con la arrebatadora melodía de “Welcome To My World” y el speech del impresionante batería Femi Koleoso, que podía tocar con fuerza descomunal y arengar de pie a la vez, este quinteto con la flor y nata del multicultural jazz londinense de hoy prometió música para gozar en comunidad. Pero no podíamos prever la locomotora de ritmo (reggae, jazz, funk, afro y otras mixturas) y el brillo apasionante de los metales que se nos venía encima. Aquí el teclista Joe Armon-Jones ejercía de base infalible, no de solista como el día anterior con Nubya Garcia, mientras el bajista TJ Koleoso movía por todo el escenario su martillo sonoro de graves, que levantó al público todo el tiempo, incluso cuando arreciaron la lluvia y el viento en la playa. Ritmo y baile imparables, sí, pero con un virtuosismo y una perspicacia para las jugadas instantáneas entre los cinco músicos que causaban tanto asombro como euforia. Y sin perder pie en lo importante cuando el bajista y los metales (Efi Ogunjobi y James Mollison) se bajaron y se perdieron entre el público sin dejar de tocar ni reducir la exigencia. Sensacionales.

Ezra Collective: baile usted. Foto: Juan G. Andrés
Ezra Collective: baile usted. Foto: Juan G. Andrés

Pat Metheny

El icono de la guitarra y el jazz fusión apareció ahorrativo en músicos, pero no en despliegue musical. Parece haber encontrado en Chris Fishman un escudero en la línea de Lyle Mays y James Francies: el joven músico no solo va rodeado por los cuatro costados de piano, órgano Hammond y teclados de todo pelaje, sino que, en ausencia de bajista, hace la función del bajo con la mano izquierda mientras recorre sus complejos y supersónicos solos con la derecha. El escueto trío se completa con el batería Joe Dyson, a cuya vera se descubrió en la segunda parte del concierto un artilugio formado por xilófonos, campanillas y otros elementos percusivos que funcionaba como un curioso robot vintage, de forma autónoma y programada. Toda una avalancha sonora añadida a la de un Pat Metheny tan versátil, virtuosista y veloz como siempre (y con el mismo pelazo) que, además de la característica guitarra de caja, usó entre otras la española para un buen medley clásico, y la sintetizada para una improvisación huracanada con el batería. Todo en el habitual nivel excelso de su musicalidad, que entusiasmó a un Kursaal repleto, también un poco apabullante para los no devotos. Y con la propina de la inmarchitable “Are You Going With Me?”.

Pat Metheny, maestro. Foto: Juan G. Andrés
Pat Metheny, maestro. Foto: Juan G. Andrés

Zetak

El cuarteto de pop electrónico que canta en euskera y que con dos álbumes ha conseguido calar en el público juvenil, incluso infantil, con sus muy coreables canciones, se salvó por los pelos de la cancelación, poco después de una tormenta de lluvia y viento que arreció en el descanso. Pero el público volvió y fue multitudinario para acompañar a voz en grito y apasionadamente a Pello Reparaz en cada una de sus frases y melodías pegadizas y convencionales. El show tiene recursos para ir un poco más allá: un intermedio de tecno-patxanga dirigido al baile festivo más que al canto, y el intercambio de puestos entre los cuatro miembros con percusiones y sonidos electrónicos sobre el pregrabado en alegre comunicación, antes de ver a todo su público volcado con la balada pianística “Zeinen ederra izango den” y de presentar su nuevo single en catalán, “Pa amb oli i sal”. Profesional y ágil respuesta a su éxito.

Para todos los públicos: Zetak. Foto: Juan G. Andrés
Para todos los públicos: Zetak. Foto: Juan G. Andrés

Martes, 25 de julio

Bamba Wassoulou Groove

Los herederos del fallecido Bamba Dembelé, que formó este grupo en Bamako (Malí), mantienen la vocación de meter a la audiencia en un trance danzante imparable sobre base repetitiva. Cada tema se sustenta en bucles de punteos agudos de guitarra muy afro que crecen en pequeñas variantes y sobre todo con el impulso del incansable cantante y agitador Ousmane Diakité. Tan festivo y contagioso como musicalmente monocorde, el mantra funciona por acumulación de energía y excitación y acabó levantando a todo el público.

Bamba Wassoulou Groove: trance maliense. Foto: Juan G. Andrés
Bamba Wassoulou Groove: trance maliense. Foto: Juan G. Andrés

Joss Stone

Empezó como una Karen Carpenter de sonrisa perfecta y maneras delicadas con su vestido rosa vaporoso y su peinado ideal, y terminó desmelenada rugiendo como una Janis Joplin, después de haber bajado a mojarse, cantar y bailar con el público bajo la intensa lluvia. Y manteniendo en todo momento la elegancia, la perfección de una voz poderosa y refinada a la vez y ese estilazo que se gasta, que todo le queda bien. Entrega total con el respaldo de una banda excelente de seis músicos y dos coristas, para recorrer etapas de su discografía por orden de publicación (“Fell In Love With A Boy”, “Jet Lag”, “Tell Me ‘Bout It”), intercalar clásicos del pop (“The Look Of Love”) o del reggae y, sobre todo, regodearse con pasión en un soul blanquinegro que lleva a su propio terreno. Glamurosa y cercana, con vestido de noche pero descalza, Joss Stone es una estrella que disfruta con todo, se lo pasa en grande, pero no descuida un detalle para que el espectáculo sea de muy alto nivel. El final con un medley de clásicos del soul fue apoteósico, mientras seguía cayendo agua y felicidad sobre la audiencia extasiada.

Joss Stone. euforia y felicidad. Foto: Juan G. Andrés
Joss Stone. euforia y felicidad. Foto: Juan G. Andrés

Rocío Márquez y Bronquio

Entre el concierto y la performance, la unión de la cantante flamenca y el creador de sonidos electrónicos para su osado álbum “Tercer cielo” (2022) tiene una traslación al directo también muy original y meditada. Un escenario delimitado por dos cortinas en forma de triángulo, un espacio en el que el cante en principio tradicional y enraizado de Rocío y los beats, ruidos y coberturas instrumentales del creador sonoro se fusionarán, dialogarán o chocarán inesperadamente. Y con un diseño performativo que mantiene la tensión emocional y la búsqueda de una rara belleza: desde la oscuridad surge la silueta de Rocío Márquez arrastrándose por el suelo mientras canta, una capa se convierte en falda o mantel, los brazos y las muñecas se mueven entre la tradición y la expresividad vanguardista en tanto que Bronquio parece extraer los sonidos a pellizcos de los botones. Por bulerías, tangos, garrotín o seguiriyas, Rocío desplegó sentimiento y concentración y arrancó “olés” con la misma naturalidad con que el deep bass y el techno-trance se apoderaban al final de la escena. Y el público más variopinto ovacionaba con similar convicción. ∎

Rocío Márquez y Bronquio, en el cielo. Foto: Juan G. Andrés
Rocío Márquez y Bronquio, en el cielo. Foto: Juan G. Andrés
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