Película

A Different Man

Aaron Schimberg

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Cuenta el cineasta estadounidense Aaron Schimberg en ‘Le Cinéma Club’ que el hecho de haber nacido con un paladar hendido no le define como persona, pero sí le ha afectado en su experiencia vital. Las cirugías por las que ha pasado a lo largo del tiempo han ido mutando su rostro, de manera que no considera que su faz sea la misma con que nació. De esta manera, “A Different Man” (2024; se estrena hoy) parece entablar conexiones biográficas muy evidentes con su autor, sobre la apariencia y cómo uno es visto ante el espejo. Si en su película anterior, “Chained For Life” (2018), Schimberg encontró en Adam Pearson, actor británico con neurofibromatosis, un reflejo intercambiable entre realidad y ficción, en esta nueva cinta el intérprete se vuelve la musa absoluta de su creador, brindando todo un baile de máscaras y prótesis en torno a su deforme apariencia.

El experimento frankensteiniano tiene lugar en la sala de rayos X de una clínica, en la que Edward (Sebastian Stan), un modesto actor venido a menos, se somete a una novedosa intervención que promete dejar atrás su abultada cara. Como en el hechizo de un cuento, “La bella y la bestia” es citada en varias ocasiones a lo largo del filme. La juventud florece en el rostro renovado del protagonista, y con ella, lo que se podría considerar una vida más plena. Pero todo se torna pesadilla cuando Oswald (Pearson, en un hinchado alter ego de Edward) aparece en escena, de manera casi literal, para arrebatárselo todo.

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Tal y como se difuminan las barreras entre el bueno y el malo, lo bello y lo feo se disputa también en el decrépito viaje del actor por el off-Broadway vital que supone su carrera y su relación sentimental con su vecina Ingrid (Renate Reinsve), una residencia de los márgenes. Edward/Oswald, dos caras de una misma moneda, son elegidas conscientemente para plantear sentimientos opuestos: desde la infelicidad de un apolíneo actor a punto de alcanzar el éxito –Stan adopta una estupenda amargura humorística– hasta la joie de vivre de su némesis, un espectador desacomplejado de su físico que no siente presión alguna por el juicio ajeno.

En esta sátira de los azares, Schimberg no solo se queda en la superficie del debate estético, sino que lanza punzantes interrogantes sobre la legitimidad de la representación en escena, la corrección política y la utilización del imaginario de los cuerpos ajenos. El director no pierde la oportunidad que esta sala de espejos le ofrece para jugar con el metarrelato. La realidad llega a pasar por la subversión de las páginas de un guion de teatro, y algunos de los recursos utilizados –como el zum, más asociado al formato documental, o los violines más tenebrosos del compositor Umberto Smerilli en varios momentos clave de metamorfosis– dotan a la cinta de una sublime autoconciencia narrativa por la que se acepta cualquier fuga fantástica.

El golpe de suerte de Woody Allen y los rompecabezas de Charlie Kaufman asoman por esta Nueva York indie y desconchada en la que todo podría suceder, pero el cineasta también evoluciona ese amor por los personajes imperfectos, o por los freaks de Tod Browning si se tiene en cuenta su obra anterior, una película dentro de otra película en la que, sin duda, se puede encontrar el germen de “A Different Man”. En una temporada cinematográfica en la que el body horror de “La sustancia” (Coralie Fargeat, 2024) ha señalado la obsesión estética de los días en que vivimos, Schimberg centra su atención en el descontrol sobre la imagen que proyectamos de nosotros mismos. ∎

Las dos caras de la moneda.
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