Resulta complicado encontrar una serie literaria noir tan sobresaliente como la que Alan Parks comenzó con “Enero sangriento” (2017; Tusquets, 2020). A día de hoy, en España ya están publicadas las cinco primeras de estas novelas, con “Un mayo funesto” (“May God Forgive”, 2022; Tusquets, 2024; traducción de Juan Trejo) como la más reciente de todas.
De ritmo trepidante y contundente, este nuevo libro subraya el brutal estilo destilado por el periodista y escritor escocés, capaz de hacer sentir el Glasgow de los años setenta de la misma forma opresiva y suburbial que lo hizo Ted Lewis en “Carter”, la primera de las novelas escritas sobre el personaje encarnado por Michael Caine en la gran pantalla, no tan lejano de Harry McCoy, eje argumental de la saga creada por Parks.
En esta ocasión, McCoy se encuentra en una situación más desesperada que nunca. Parks nos presenta a este policía corrupto ante la prueba mayor de hasta qué punto la moralidad no es más que un obstáculo para poder hacer aflorar la justicia. En este caso, frenada por una masa enfurecida que clama venganza ante una verdad predeterminada en el subconsciente popular.
Dicho soporte reflexivo define las intenciones centrales de una lectura rebosante de diálogos marca de la casa, secos y contundentes. Aquí no hay espacio ni tiempo para rodeos autorreferenciales ni exaltaciones del innegable talento del firmante de este libro. Parks centra todo su arte en el propósito de una trama en la cual los personajes están perfilados para empujar el peso de las acciones por encima de las necesidades argumentales del autor.
Todo en “Un mayo funesto” fluye sin frenos ni distracciones hacia el cierre brutal. Uno al que, una vez más, Parks nos empuja por medio de una habilidad sin parangón para sumergirnos en lo que se entiende como un clímax llevado al límite, de finales orquestados por medio de una explosión desatada de ánimos y acción.
Se podría decir que “Un mayo funesto” prorroga el excelso nivel de sus predecesoras, pero incluso estamos hablando de un paso más allá en la evolución de un personaje con tantas aristas como McCoy, brújula de un microuniverso donde cada rincón, comisaría, burdel o cárcel aquí descritos dibujan un escenario desesperadamente norteño, siempre armado en torno a un propósito mayor: traspasar al lector el ánimo concreto de una forma de vivir y respirar en una época y lugar extremadamente concretos.
Ya por encima de compatriotas suyos del noir como Ian Rankin, para quien aún no se haya dejado seducir por la infecciosa mugre moral aquí expuesta, ni que decir tiene que, tanto en este caso como en todos los libros precedentes de la serie, se está perdiendo una de las ficciones más conscientes de sí mismas de lo que son y de lo que pretenden. ∎