Cuando la mirada de Bailey, la niña de 12 años que protagoniza “Bird” (2024; se estrena hoy), se cruza con la de un caballo, es fácil de advertir el juego de espejos con Mia, la adolescente que hacía lo mismo en “Fish Tank” (2009). La actriz que interpreta a Bailey, la debutante Nykiya Adams, es quien lleva las riendas de la película con una fuerza inusitada, al igual que la también novel Katie Jarvis en el ejemplo citado. El quinto largometraje de Andrea Arnold retoma el espíritu de aquel filme, el que mejor ejemplificó su estilo, pero la principal diferencia es que ahora lo lleva hacia extremos más atrevidos, incluso provocadores.
A la británica siempre le gustó jugar con el simbolismo de los animales. Aquí lo representa no solo el hombre-pájaro del título, al que interpreta el siempre excelente Franz Rogowski desde una vulnerabilidad y un encanto tan personales como la sensación de extrañeza que desprende. También tiene mucha importancia la rana en la que Bug –el padre de Bailey, a quien encarna un también superlativo Barry Kheogan– ha depositado todas sus esperanzas de futuro. Él confía ciegamente en que los efectos alucinógenos que provienen de las babas del batracio le proporcionen el dinero suficiente para pagar la boda con una chica que acaba de conocer.
Se podría inferir que es ese pensamiento cuasi mágico la única puerta que estos personajes ven hacia la felicidad en un entorno de marginalidad, sordidez y relaciones afectivas condenadas al fracaso. Un lugar donde “el futuro ha sido vendido”, como canta Blur en “The Universal” (1995), uno de los grandes himnos del optimismo britpop, cuya importancia argumental en esta película es central. De hecho, también hay pensamiento mágico en su letra, en su invocación al karaoke como válvula de escape y en el pomposo estribillo con las palabras “realmente podría suceder”.
Toda la banda sonora está cargada de intención, no es un mero acompañamiento para quedar guay. Burial aporta música original que se ajusta como anillo al dedo al tono y los ambientes más duros de la película. Esta se abre y prácticamente se cierra con sendos temas de Fontaines D.C. para acompañar el frenético periplo de padre e hija sobre un patinete eléctrico (como ya hemos visto en el apartado de clips, el último single de los irlandeses, “Bug”, se basa en el personaje de la película). También adquiere especial protagonismo “Jolly Fucker”, de Sleaford Mods, que no solo lanza un guiño (el cameo de su vocalista, Jason Williamson, como un personaje muy relevante) sino que marca de modo musical el mismo contraste argumental representado por “Yellow”, de Coldplay, y “Lucky Man”, de The Verve.
Como en sus primeros cortometrajes, la directora y guionista de “Bird” sitúa la acción en su Kent natal. Infraviviendas y casas okupadas, barrios obreros empobrecidos, puentes sobre autopistas, campos despoblados y otros no-lugares son el marco en que se mueve Bailey, en quien podemos advertir rasgos autobiográficos de la autora. Arnold fue hija de padres adolescentes, como casi todos los personajes que pueblan el filme. Hay ahí cierto juego con el espectador, como si al principio incitara a que los juzguemos y luego nos llevase a tomar conciencia de que el entorno social y la marginalidad fuerzan las malas decisiones que toman. Tienen que sobrevivir como puedan y eso lastra sus relaciones interpersonales, pero no hay una maldad intrínseca en ellos.
En la resolución más arriesgada y controvertida del filme, la mirada de Arnold vira desde el realismo más sucio e incómodo, con momentos de una violencia inesperadamente extrema, hasta adentrarse en los códigos del realismo mágico y el cuento de hadas como forma de salvar a sus personajes y apostar por la empatía, el humor y la belleza. Porque, sí,“realmente podría suceder”. ∎