Al rememorar la filmografía de Richard Linklater es fácil dejarse llevar por el romanticismo de personajes como Céline y Jesse en un encuentro fortuito en un tren camino a Viena. O por la sorpresa de la experiencia mesiánica de ver crecer al chaval de “Boyhood. Momentos de una vida” (2014). Por todas esas obras, y por el resto, se vertebra una celebración de la vida y sus sorpresas y, sobre todo, la captura del bello instante a través del arte. En la etapa más reciente de su carrera, el interés del cineasta de Texas ha virado hacia las distintas formas del espectáculo a través de “Nouvelle Vague” (2025) o el mastodóntico proyecto “Merrily We Roll Along”, adaptación en fase de producción de un musical de Stephen Sondheim rodado a lo largo de veinte años. Y ahora el biopic de una noche de embriaguez del letrista Lorenz Hart, en “Blue Moon” (2025; presentada en el Festival de Berlín y estrenada hoy).
En medio de este viaje de inspiraciones, Linklater enmarca en un escenario único y en una estructura de dos actos al perdedor de turno que conoció una mayor gloria pero quien, en sus últimos días, no puede evitar sentir que la industria del entretenimiento le ha dado la espalda. Hart, escritor de clásicas canciones y eterno colaborador del compositor Richard Rodgers, comienza una verborreica debacle hacia el fondo de la botella de whisky justo la noche en que “Oklahoma!” (Richard Rodgers y Oscar Hammerstein II, 1943) se estrenó en Broadway, cambiando para siempre la concepción del teatro musical. Para más inri, también es la noche en que Hart espera mendigar algo de cariño a la niña de sus ojos, una estudiante universitaria interpretada por Margaret Qualley, pero el desamor y el desánimo lo empujan a seguir bebiendo.
No es el artista, sin embargo, un borracho triste. O al menos eso es lo que trata discernir la cinta desde su “obertura”. La película se nutre especialmente de un actor entregado al máximo que merecería su Óscar nunca concedido por este papel. Ethan Hawke (hablando de las musas de Linklater), transformado por completo en Hart, se encarga de sostener en todo momento el brillo en los ojos del defraudado juntaletras, que no pierde la esperanza de volver a la palestra. No es difícil encontrar en esta vieja gloria, melancólica y anhelante de fulgor, cierto sentimiento de lástima y, a la vez, una curiosidad infinita por él. Tocado por sus fantasmas, como si fuese un cuento navideño de Dickens, su imparable y afilado relato se convierte en su historia y, en definitiva, en todo su ser. Linklater vuelve a jugar con el tiempo como solo él sabe hacerlo, condensando esta vez toda una vida pasional –en lo profesional y en lo personal, aquí indivisible– en la conversación dicharachera de la barra de un bar.
Con sus referencias a Broadway y a “Casablanca” (Michael Curtiz, 1942), hará las delicias de los amantes del cine y las obras musicales. “Blue Moon” es una película con nervio, pero calmada. Entregada a la poesía, se siente anacrónica de manera positiva, pues podría considerarse a contracorriente de los ritmos narrativos que imperan en este momento. Su puesta en escena es tan dinámica como el veloz cerebro del homenajeado, así como ese piano constante en un fondo diegético, como si de Dooley Wilson tocando “As Times Goes By” se tratara. Linklater recrea el interior de un plácido speakeasy desde el que aferrarse a la bohemia y, a su vez, vuelve a hacer gala de una sensibilidad extraordinaria, casi revolucionaria. ∎