“El hacedor” es un cuento de Borges donde el detallado mapa de un imperio termina por convertirse en el imperio mismo, porque tal es la fidelidad al propio territorio que la réplica deviene real. Algo parecido le ocurre al Parque Ciudad creado por Carlos G Boy (Puerto Real, 1983) en esta obra homónima que nos ocupa: el simulacro del mundo se transforma en el mundo entero, por mucho que esté delimitado por un estanque para patos. Parque Ciudad es, en efecto, un parque, con sus terrazas, sus plantas y su zona de juegos; y también es un lugar con sus propias normas y jerarquías, cruel y muy peligroso, pese a su aspecto colorido y lúdico. Como el mundo real, en definitiva, pero poblado por patos parlantes y una suerte de homúnculas fichas del parchís.
González Boy es un artista de sobra conocido en la escena del cómic alternativo (cabría preguntarse aquí si hay otro tipo de cómic en España que no fuera “alternativo”, pero eso es harina de otro costal), y, pese a que “Parque Ciudad” es su primer libro largo, todo está en su sitio. Hay mirada pesimista sobre nuestro presente, sobre nuestra manera de ser, estar y relacionarnos, pero no hay lecciones morales que extraer ni dedito aleccionador. Hay observación y reflejo, pero también conjuros de magia arcana y peleas a puñetazos dignas de los Power Rangers. Todo el tebeo es un mundo de fantasía presentado rigurosamente en sus primeras páginas como si de una vieja aventura gráfica se tratara, y la vida de sus personajes se rige por un sistema de puntuación de acuerdo con su popularidad, como en una suerte de capítulo desviado de “Black Mirror” (2011-, Charlie Brooker). Por ello, el dibujo, juguetón, a mano alzada, con ese color de rotulador de alcohol tan propio de la infancia, adquiere categoría de construcción formal, porque la vida es un juego y los juegos, juegos son.