Serie

Carol y el fin del mundo

Dan Guterman(miniserie, Netflix)
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Quizá uno de los temas más complejos que ha afrontado el cine es la cuestión de la felicidad. Muchas películas han tratado de mostrar en qué consiste, cómo se logra, qué aspecto tiene y por qué cada uno la entiende de forma distinta. También los conflictos que surgen: mi felicidad contra la tuya. Hay extraordinarios filmes sobre este asunto, pero también hay obras humildes, pequeñas, que no tratan de ofrecer grandes mensajes y que hablan acerca de este estado del alma sin prisas, con sentido del humor y una fina inteligencia.

Hablo de “Carol y el fin del mundo” (2023), creada por el brasileño Dan Guterman para Netflix y estrenada el pasado 15 de diciembre. Una serie de animación de diez episodios cuyo desencadenante es la aparición de un planeta que va a colisionar contra la Tierra, destruyendo toda forma de vida. Sin embargo, esto es más bien un telón de fondo. De lo que se trata aquí no es de la catástrofe, ni de los héroes, ni de las acciones que se llevarán a cabo para salvar al mundo ya condenado, sino de qué hacer con el tiempo.

Un tiempo que parece escaso, unos cientos de días, pero que, sin embargo, en este contexto, se hace eterno, algo que le sucede a Carol, soltera, con 42 años y sin trabajo. No sabe qué hacer con él, lo que le deprime, porque el tiempo está en todas partes, no le deja de lado, precisamente, ni un segundo. En contraste, buena parte de la población mundial, ante el caos, decide disfrutar de la vida al máximo, cumpliendo sus supuestos sueños jamás cumplidos, más bien un ejercicio de negación ante lo que sucede y, sobre todo, una forma de continuar con uno de los engaños más afianzados de la sociedad capitalista, la consigna de que debes cumplir tus sueños, aunque estos hayan sido incorporados a ti: hacer surf, escalar el Everest, saltar en paracaídas, hacer un crucero. Se trata por supuesto de actividades que no solo pretenden dar la falsa sensación de estar vivo.

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Por otro lado está Carol y su pequeño mundo apático, sin grandes deseos. Se enfrenta a una eternidad, a la depresión (todos parecen tener una meta, menos ella), hasta que finalmente encuentra la única oficina en funcionamiento en toda la ciudad, una empresa llamada The Distraction. Allí halla su lugar juntos con otros cientos de oficinistas anónimos. Un espacio que recuerda a la oficina de la serie “Severance” (Dan Erickson, 2022-), donde los trabajadores habían decidido escindir su personalidad, dividiéndose en dos. Una parte de su yo trabajaba en la empresa y la otra no sabía nada de la vida de la oficina. En el caso de Carol, más que descubrir un trabajo, una rutina salvífica, se reencuentra con lo humano pero a pequeña escala. Comienza aprendiendo los nombres de todos sus compañeros, luego los saluda. Esto tendrá un efecto imparable. Los corazones, cerrados para protegerse del Apocalipsis, se abren.

No sucede nada explosivo, no hay pasiones, no hay sexo, simplemente la sensación de poder compartir la soledad. Es en los pequeños gestos donde Carol localiza su lugar, en el encanto de lo cotidiano, la satisfacción de simplemente oír tu nombre, la belleza de una mirada afable. Se produce así un reencuentro con lo humano, en realidad ya perdido antes de la catástrofe. Todo esto ayudará a dar sentido a ese tiempo, a esa cuenta atrás que en el fondo es una metáfora de nuestra existencia. Un tiempo que es limitado pero que a la vez es eterno. La cuestión es qué hacer con él, cómo hallar esa felicidad soñada, la verdadera. ∎

It’s the end of the world as we know It (and I feel fine).
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