“Estoy ante este paisaje femenino como un niño ante el fuego”
-Paul Éluard, “El éxtasis”
Estamos frente al tríptico literario “Autobiografía en construcción” de Deborah Levy (Johannesburgo, 1959) como Paul Éluard ante el paisaje femenino. Hemos tenido muy pocas oportunidades de ver un cuerpo femenino que sobrepasa los 60 y que nos muestra su auge vital. Algo que, en realidad, no es un fenómeno aislado, ni históricamente nuevo. Pero el borrado de experiencias que no se ajustan al “fantasma de la feminidad” –que Levy cataloga como una alucinación social– desde luego pasa por anular las vivencias de nuestra madurez y emancipación; algo que va más allá de la primera maternidad, el matrimonio o la vida en una familia nuclear. Así que sí, leer a la escritora sudafricana Deborah Levy es trepidante como ver un fuego fatuo que nunca se apaga, materia prima perenne en combustión.
Esta biografía es también un hilo que se suma al tejido original de autoras de muchísimas disciplinas que han contribuido a narrar estas “otras” experiencias, desde escritoras como Adrienne Rich, Simone de Beauvoir y Leonora Carrington hasta la pintora Georgia O’Keeffe. Todas ellas incluidas en un tejer de citas que Levy anuda junto a sus diarios en los volúmenes “Cosas que no quiero saber” (2013), “El coste de vivir” (2018) y la última incorporación, “Una casa propia” (2021; Literatura Random House, 2022), con clara referencia a Virginia Woolf. Ya no nos conformamos con una habitación propia; propia tiene que ser toda la estructura de la casa, también la voz que narra nuestros deseos. Este acto de develación de una misma, como cita Audre Lorde, que da un miedo atroz. Seguimos, a cada paso que nos da la edad, trepidando con el fuego.
Levy busca entre todas ellas un destino, un hogar, un centro tanto físico como metafórico. Fantasea con un nido que, irónicamente y como dice Bachelard: “Es una estructura frágil que no obstante se supone que debe significar estabilidad”. En esta última etapa de la autobiografía construye anidaciones eventuales en Londres, París, Nueva York, Bombay o la isla de Hydra, donde antes lo hicieran Leonard Cohen y Marianne. También una cartera de propiedades imaginarias como una casa y un café que se llamará “Chicas y Mujeres”, donde podrán cohabitar sus amigas junto con las amigas de sus hijas, reforzando este nexo intergeneracional que convoca otra forma de hogar conjunto. “Al fin y al cabo, si la mujer puede crear otro tipo de familia, puede crear otro tipo de orden mundial”, vaticina.
Contra los personajes planos, los maniquíes del patriarcado, Levy genera una vida femenina con dimensión, en ese juego de malabares donde fuerza y fragilidad se contienen la una en la otra. Se pregunta cómo vivirían las diosas esta rutina diaria y cómo expresar la ira con serenidad, si una puede mantenerse en guardia, pero sin el armatoste que supone la armadura. En su trabajo como dramaturga, también se enfrenta a que cualquier personaje femenino que se escapa de lo canónico se considere subversivo, cuando no sucedería lo mismo si se planteara desde la masculinidad.
Si nos quedara un motivo más para leer esta refulgente versión de Levy, el fragmento de su encuentro con un supuesto escritor de éxito es iluminador: “La clase social y la educación de aquel hombre le habían enseñado a considerar que sus pensamientos eran monumentales, pero no le habían enseñado a leer la obra de las mujeres ni de los escritores de color. Por tanto, le faltaban algunas de las ideas más importantes para el mundo y algunas de las innovaciones formales más excitantes. Aun así, su vergonzosa ignorancia lo había llevado lejos”. Ella es una de estas voces que suponen un cambio formal y humanista en el enfoque de la literatura actual. Podréis, además, descubrirla en persona el próximo 30 de noviembre en el Matadero de Madrid, presentando su novela “El hombre que lo vio todo” (2019; Random House, 2022). Acercaos al fuego con el que nos calienta la Levy. ∎