La única pega que puede ponerse a
“El Gran hotel Budapest” es que, en su manierismo desatado de arquitecto de la ficticia República de Zubrowka, de esa Europa de entreguerras vista desde el prisma del cine clásico norteamericano, Anderson abarrota de tanto atrezo el cuadro que, a veces, el detalle se confunde con el adorno y la emoción no surge con la misma fluidez que en otras de sus películas. Como el hotel que retrata, el cine de Anderson ha llegado, en cierta manera, a su máximo apogeo. Pero, de seguir por este camino, tal vez le aguarda el colapso. Será interesante, pues, ver si sale adelante ese nuevo proyecto
“vagamente vanguardista” en el que el director norteamericano ya trabaja. ∎