Ya está aquí una nueva demostración de los poderes literarios de Federico Jeanmaire (Baradero, 1957). “La banda de los polacos” suma una nueva pieza maestra a su continua oda a la versatilidad narrativa y estilística, que le ha llevado tanto a sacarse de la manga una biografía ficticia de Cervantes en “Miguel” (Anagrama, 1990) como a hacer de “Amores enanos” (Anagrama, 2016) un ejemplo delirante de fábula mordaz.
No hay límites a primera vista para el escritor argentino, cuya fama quizá no está a la altura de su maestría. En este sentido, su más reciente novela es otra joya, una que ofrece más de lo que pueda parecer a primera vista, debido a su (falsa) apariencia de obra menor. Estamos ante una genialidad desbordante de intención, en la que las páginas se van sucediendo de forma hipnótica ante los ojos del lector, atrapado en la frialdad condensada de su manera de escribir. Lo que se entiende como una labor de cirugía concisa para eliminar cualquier rastro que se escape del esqueleto central de palabras. Uno armado en torno a un rizoma descriptivo que hace de la distancia aplicada a sus personajes una forma de observación más cercana a la del voyeur.
Como si de una especie de variación del universo de Charles Burns se tratase, fuera de la conexión cronenbergiana, “La banda de los polacos” avanza sobre las ruedas de un experimento literario conciso y homogéneo como la roca. No hay fisuras en un texto cifrado desde la comunión literaria con la rotundidad del menos es más. Telegrama quilométrico copado por la historia de estos siete chavales (aparentemente) motivados por la bondad con el prójimo. Bajo dicho disfraz se esconde un relato punzante de venganza, con Yesi como principal protagonista y titiritera de las acciones de un relato que se mira a los ojos de películas como “El pueblo de los malditos” (Wolf Rilla, 1960), pero con unas connotaciones religiosas que nos transportan a las visiones alucinógenas de un personaje tan bien llamado para la ocasión como Borges.
El resultado de toda la trama entretejida por Jeanmaire seduce hasta tal punto que resulta imposible escapar. Su puente hacia la originalidad se nutre de una labor concienzuda por encontrar un tono único dentro de su narración, algo que no solo consigue con este libro, sino que le sirve para subrayar la alegría que supone perderse en la carrera de un escritor que nunca abandona la ruta de la excelencia. La misma a la que podemos añadir esta historia fraguada a ritmo de martillazos limpios y secos. Una nueva genialidad del autor de “Wërra” (Anagrama, 2020). O cómo vivir en el epicentro mismo de un estado total de sorpresa permanente. Ni más ni menos. ∎