Genesis P-Orridge falleció en marzo de 2020 a los 70 años. Estando ya enfermo terminal de leucemia, comenzó un libro de memorias que no llegó a terminar, pero del que dice en sus primeras páginas que “no es para las personas débiles o impresionables, porque el placer de estas memorias está en los detalles a la vez sombríos y alegres”. Su vida está descrita aquí sin tabúes de ningún tipo: desde su intención de destruir todo el rock’n’roll hasta su obra de arte conceptual definitiva, la pandroginia sexual con la que fuera su mujer, la dominatrix Lady Jaye Breyer, fallecida en 2007.
“No Binarix. Memorias” (“Nonbinary. A Memoir”, 2022; Caja Negra, 2023; traducción de Juan Salzano) comienza en 1972, cuando Genesis pudo conocer personalmente, por esos mecanismos del azar, a William S. Burroughs. Después recupera, aunque con saltos temporales adelante y atrás, el orden cronológico para recorrer su vida, sin evitar los detalles más sórdidos y brutales. Aquí narra sus primeros años de colegio, donde sufrió todo tipo de abusos verbales y físicos por parte de profesores y compañeros, incluido un violentísimo empujón que le hizo caer a plomo, de cara, contra los escalones de acceso a la escuela, reventándose todos los dientes. Experiencias de las que aprendió quién era el “enemigo”. Asistimos a sus primeros experimentos en el arte de la performance y el teatro callejero al frente de COUM Transmissions, inspirados por el dadaísmo y los activistas vieneses, a los que en 1976 el diputado conservador Nicholas Fairbairn calificó en la sede parlamentaria como “destructores de la civilización”. Partiendo del arte asistimos a su conversión en “no músico” en Throbbing Gristle y su relación de cierto desprecio por un público más infantil de lo que podría esperarse: “En una ocasión tocamos detrás de una pantalla y tiraban sillas contra la pantalla y trataron de derribar los altavoces, y se produjo una gran pelea. A día de hoy sigo sin encontrarle sentido a que la gente sea tan adicta a ver cómo se hace el sonido. ¿Qué importancia tiene? ¿Por qué hay que ver cómo se hace? Pero es una adicción, y si estamos tratando de romper sistemas, hay que romperlos todos”.
La diferencia fundamental entre el punk y lo que Throbbing Gristle quería hacer es esta: “Había una cita clásica sobre el punk: ‘aprende tres acordes y forma una banda’. Pero yo pensé: ‘¿para qué aprender ningún acorde?’. Esa era la diferencia. En cuanto aprendes acordes, te rindes a la tradición. No tratábamos de complacer a nadie excepto a nosotros mismos, y si nosotros mismos estábamos confundidos, aún mejor”. También cuenta que coincidían con frecuencia con los Sex Pistols en el edificio del Soho en que ensayaban y donde se encontraban las oficinas del estudio de diseño Hipgnosis, del que era socio Peter “Sleazy” Christopherson, uno de los integrantes de Throbbing Gristle –y de los dos primeros discos de Psychic TV–, y que mientras “ellos hacían su rock de garage y alcoholismo de metanfetamina con rhythm’n’blues, nosotrxs estábamos arriba, planeando la destrucción de todo el rock’n’roll”.
Pero más que de música es de sexo de lo que va “No Binarix. Memorias”. De sexo y, de refilón, de las teorías esotéricas y chamánicas de Thee Temple Ov Psychick Youth (TOPY), el Templo de la Juventud Psíquika, la especie de secta que fundó en 1981 para “volver a poner de moda lo oculto”, y que es sobre lo que gira un libro anterior suyo, “La Biblia Psíquika” (2010; Caja Negra, 2020). Todo en este nuevo volumen nos va llevando a su proyecto de arte conceptual definitivo: la relación con la que llegaría a ser su esposa, la dominatrix Lady Jaye Breyer, y su ruptura absoluta del modelo binario. “Soy de los que creen que uno de los problemas del mundo, o uno de sus estados evolutivos que está llegando a su fin, es el sistema binario. La manera buena/mala, blanca/negra de percibirlo todo. El universo no está construido así. La materia no es así. El cerebro no es así. Nada es así. Es una falacia”. En su caso, decidieron convertirse en un nuevo ser, un “tercer ser”, que fusionaba lo masculino y lo femenino. Borraron las diferencias entre ellos con modificaciones corporales y técnicas médicas, aplicando métodos de recorte a “nuestros cuerpos problemáticos”. Consideraban este proyecto la “integración igualitaria de dos artistas exploradores, siendo este tercer ser Breyer P-Orridge”, una propuesta del “fin de lo uno o de lo otro” que es esencial para “la supervivencia de la especie”. Tanto un manifiesto como unas memorias, esta historia de vida salvaje está dedicada a la ruptura de las categorías: “Acabar con el género. Romper el sexo. Destruir el control del ADN y lo esperado. Cada hombre y cada mujer son un hombre y una mujer”. Si leíste “La música prohibida” (2023) de Javier Pérez Corcobado y te pareció una vida salvaje, prepárate para seguir ahora otra ruta del exceso aún más excesiva. ∎