Libro

Gonzalo Torné

BrujeríaAnagrama, 2024

Pertenece Gonzalo Torné (Barcelona, 1976) a ese discreto club de escritores catalanes, como Enrique Vila-Matas, a los que lees y no sabes si están hablando de ellos, de un alter ego, de un matado pespunteado de similitudes o de un desmelenado zutano sin nombre. Casi siempre –sin el casi, en el caso de Torné– resulta que las apariencias engañan desde la primera página. No hay “yo” que valga salvo el del punto de vista del protagonista. Lo único que queda de los autores son los rastrojillos mocosos de la goma de borrar que han usado para desaparecer de las historias. Lo cual no significa que no sean obras… bueno, obras sinceras. Porque confesionales sí son. Confiesan vidas sencillas, sin enmarañadas confabulaciones masónicas, ni esperpentos lovecraftianos, por norma mecidas en los sinsabores y triunfos de las relaciones humanas cotidianas. Quizá haya alguna suculenta herencia por aquí, un ambicioso y artístico hijo por allá, un par de cadáveres en el armario. Nada que no se vea día a día en un telediario. Pero he ahí la clave de la literatura de Torné. Es capaz de convertir un titular en una historia completa, sembrada de golosos detalles y con una estilizadísima prosa. Grosso modo, lo que ha hecho con su nueva novela, “Brujería”.

Balzaquiana. Supongo que ese sería el adjetivo con el que cotejar la obra de Torné. Es más, la historia del protagonista, Diego Castella, en “Brujería, no tira lejos la perdigonada. Una balzaquiana minería de la burguesía catalana, tallada con una prosa alérgica a la coreografía rutinaria. Lejos del contenido, es importante revolcarse en insistir en cómo reverencia la forma. Rafael Sánchez Ferlosio habló en su día de los personajes de carácter y destino. Y esta obra de Torné se acuna en un personaje de carácter, sin duda, pero es que su selección de términos y palabras harían que, incluso aunque todo el leitmotiv del personaje fuese un destino, tuviera carácter. La mona, vaya, aquí vestida de seda, mona no se queda.

A tenor de esto, no sé si merece mucho la pena desvelar la trama. Para recalcar la sencillez, diré que es: el protagonista y una familia, los Pons, en un poblet de costa. Poco más, salvo la telaraña de emociones y conflictos morales, roces de clase y dinero, que se enmadeja, tan propios de la ficción de “Brujería” como de una reunión de viejos amigos. De hecho, Diego, con ligera payasesca, se dirige a un grupo de índole semejante. Directamente, el narrador habla a otros personajes de la biblioteca de Torné. Novelas anteriores que, sin ser necesarias para disfrutar esta, sí completan las esquinas del puzle y de las que el personaje de Diego también fue partícipe. Un cordón umbilical etéreo que reúne, como una colmena psíquica, la obra del autor.

Sin duda hay partes más falibles que otras. Sacudidas fantasmales a las que no se les da origen, y que descolocan. Pero, casi con total seguridad, se trata de una incomodidad premeditada. Otro juego, como la propia prosa, con la que Torné vacila cariñosamente al lector y, de ahí, a la realidad. ¿Acaso no hay mejor prueba de brujería? ∎

Etiquetas
Compartir

Contenidos relacionados