Libro

Ian Hunter

Diario de una estrella del rockNeoPerson Sounds, 2025

Ian Hunter (Oswestry, Reino Unido, 1939) giró por Estados Unidos con su grupo Mott The Hoople en 1972. “All The Young Dudes Stateside” se llamó aquella gira en la que fueron reverenciados, con alguna excepción, por el público norteamericano. Entre pruebas de sonido, conciertos, cenas y encuentros con otros músicos, Hunter escribió un diario que la firma Panther Books publicó en la primavera de 1974, coincidiendo con una segunda –y aún más exitosa– gira del grupo por ciudades estadounidenses. El libro se tituló “Diary Of A Rock’n’Roll Star” y es un ejemplo perfecto de crónica de la forma de vida rockera en los setenta. Solo dos años después se reeditó con otra cubierta y título, el más “profundo” “Reflections Of A Rock Star”. A Hunter nunca le gustó lo de estrella del rock’n’roll, pero el título original es mucho más pertinente. Se recuperó para la edición inglesa de 1996 y para la reedición en Omnibus Press de 2018, la que ahora se ha traducido al español (por Ainhoa Segura Alcalde) como “Diario de una estrella del rock” (NeoPerson Sounds, 2025). Contiene un prólogo de Johnny Depp, un epílogo –que es más una despedida– del propio Hunter, una introducción de su biógrafo Campbell Devine y el breve diario de otra gira, la realizada por Hunter en 2015 por Japón.

Escribía Johnny Depp en el prólogo de la edición de 2018 que las baladas de Hunter “comparten residencia con los mejores: Dylan, Lennon, McCartney, Jagger, Richards, Kris Kristofferson, Serge Gainsbourg, Patti Smith, David Bowie, Tom Waits, Gram Parsons, Jacques Dutronc, Jacques Lanzmann, Iggy Pop, Shane MacGowan y tantos otros que llegaron después”. Será lo que sea, pero el actor tiene buen gusto musical. Y, por otro lado, es normal que la personalidad de Hunter le fascine. Este diario o cuaderno de notas se encarga de mostrar ese carácter que navega entre la épica y el tópico, entre la supervivencia y el gozo, la lírica de la carretera y la sucia realidad del negocio musical. Lo empezó a escribir el martes 21 de noviembre de 1972 y la última entrada la hizo el domingo 24 de diciembre del mismo año, ya de vuelta a casa.

Hunter es prosaico en muchas de sus descripciones. Por ejemplo, antes de comenzar el viaje, la gira, la convivencia en aviones, autobuses y moteles: “Desenchufo el televisor, desenchufo la nevera; el aparato de música, la Revox y el secador, todos desenchufados. Le pago al casero el alquiler por adelantado y pago la factura de la luz antes de que me la corten”. Vivir al día. Igual de importante la Revox que el secador para su melena leonina. De vez en cuando se torna poético: “No es de noche ni lo será. Estamos engañando al sol: huimos del ocaso y le vamos ganando”. Y dice unas cuantas verdades como puños: “Los bises son una lata, siete de cada diez veces son forzados”. Pero también desvela la misoginia alrededor de las mujeres en general y las groupies en particular. No es precisamente lo mejor del libro cuando habla de los polvos pésimos con estas fans y recomienda a los músicos jóvenes e inexpertos que “azoten sus culitos pecosos y disfruten de una buena mamada; después les dices que tienes ladillas y no las vuelves a ver”. Eran otros tiempos, OK. Toda la mística de la vida del músico en la carretera que se quiera, pero no ayuda a relativizar el machismo del rock. Después, Hunter se deshace en elogios hacia su esposa Trudi.

También arremete contra la prensa, aunque no hace sangre: “El rock es entretenimiento, un juego divertido; no debería tomarse demasiado en serio. Creo que la prensa es la principal responsable de la dramatización de la música”. Recuerda la entrevista que le hizo un entonces joven cronista y futuro cineasta, Cameron Crowe, y la reseña elogiosa que Lester Bangs escribió del primer disco de la banda, “Mott The Hoople” (1969), aunque también se queja de las breves líneas que le dedicó a su concierto en Detroit. No salen bien parados la mayoría de los promotores, agentes del caos según Hunter, aunque se toma con ironía que en un concierto en Rhode Island tocaran como teloneros de… ¡John McLaughlin! Describe los encuentros con algunos músicos y habla de otros a los que no conoció: The Doors, Chuck Berry, The Velvet Underground, Frank Zappa, Fleetwood Mac, Sly Stone, The Rolling Stones, Noel Redding, Alvin Lee… David Bowie, por supuesto, y Keith Moon aparecen mucho. Sobre Bowie, quien les escribió uno de sus grandes éxitos, “All The Young Dudes”, y con el que compartieron abstracta escena glam, Hunter se muestra certero: “David es David; no finge, aunque se camufla”; “David llama para ver cómo fue el concierto de Roxy Music. Nunca pierde de vista la competencia”.

Entre las visitas al Whisky A Go Go angelino y el Madison Square Garden neoyorquino, vuelos de la TWA, hoteles baratos –en uno de ellos no dejaban subir a su esposa–, telemaratones, Holiday Inn y Greyhound, historias de su famosa guitarra con forma de cruz de Malta o las películas que durante aquellos dos meses vieron en los hoteles o en los aviones, de “El graduado” (Mike Nichols, 1967) a “El ocaso de una estrella” (Sidney J. Furie, 1972) pasando por viejas comedias de Danny Kaye y Bob Hope –sobre las que escribe casi siempre cosas acertadas–, Hunter nos sorprende con algunos gustos, como ser muy fan de Jethro Tull, y desvela las aventuras del grupo por las tiendas de empeños en las que compraban guitarras Gibson por 50 dólares y luego las revendían en Londres para dar algo más de brillo a sus espartanos ingresos durante la gira.

La despedida, antes de tomar el vuelo de regreso a su país, demuestra el cansancio de esa vida mistificada en la carretera:“Hoy es 24 y Mott vuelve a casa. Veintisiete estuches de guitarras y doce maletas componen un equipaje que hacemos sin ganas por última vez, cabezas doloridas aliviadas por el paracetamol”. Dos años después, vuelta a empezar. ∎

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