A pesar de ser una de las familias donostiarras más acaudaladas, los Zulueta no pasaban por un buen momento a principios de los años sesenta. Por eso, por no poder pagarse un billete de avión o un pasaje en un barco de pasajeros, Iván Zulueta (1943-2009) partió de Bilbao rumbo a Nueva York el 29 de diciembre de 1963 en un mercante, de nombre Monte Pagasarri. El futuro director de “Arrebato” (1979) decidió escribir este “Diario de Nueva York” –que ahora, seis décadas después, editan conjuntamente Pepitas de Calabaza y Filmoteca Española– y mostrarse disciplinado en sus anotaciones diarias… aunque la mayoría de los días no le apeteciera escribir nada. De hecho, en la primera entrada, tres días antes de emprender el viaje, escribe: “Da pereza empezar”. El texto nace de esta teórica contradicción, la de querer escribir –relatar, consignar, dejar para el recuerdo– y la de no querer hacerlo, al menos siempre y escrupulosamente.
El mercante llegó a Nueva York el 17 de enero de 1964. La travesía duró casi tres semanas, con paradas en puertos como el de Lisboa. A lo largo de las anotaciones de esos días aparecen en el diario varias veces conceptos como “es insoportable” y “¡qué aburrimiento!”. Una aventura marina muy poco romantizada, más bien agotadora, y que marcó de un modo u otro lo que vendría después en una ciudad mitificada. Al principio todo parece fantástico: “He atravesado Central Park, estaba fenomenal, nevado y con críos con trineos”, escribió el sábado 18 de enero, y estas líneas parecen un diario filmado de la misma época por Jonas Mekas, que con su cámara Bolex rodó en el mismo parque y la misma nieve. La última entrada del diario es del 9 de junio de 1964, cuando estaba a punto de regresar a San Sebastián.
El choque con la realidad fue inminente. Zulueta quería instalarse en un apartamento como los de “Desayuno con diamantes” (Blake Edwards, 1961), pero no tenía dinero para ello. Iba a menudo al cine; el libro incluye, además de dibujos de Zulueta hechos en la época, ya que su idea era estudiar dibujo y diseño en Nueva York, una lista manuscrita de todas las películas que vio durante aquel medio año, con los peculiares sistemas de puntuación que les otorgaba. Sin embargo, por esa misma falta de liquidez económica, no pudo ir a ver “Hallelujah The Hills” (1963), la comedia experimental del hermano de Mekas, Adolfas: costaba la entrada 1,85 dólares y se fue a una sala en la que proyectaban “El profesor chiflado” (Jerry Lewis, 1963), a un precio considerablemente menor; la vanguardia nunca ha sido barata.
Vio mucho cine. Intentó intimar con gente, aunque a causa de su escaso dominio del inglés se veía sobre todo con españoles. Aprendió, tampoco mucho, sobre ilustración y diseño. Se le nota generalmente voluble, inseguro, con cambios de humor, aunque no añorante de lo que ha dejado atrás. El desconocimiento del idioma le impidió cultivar las relaciones sociales, y la falta de dinero no le permitió ver cómo veía, idealizada, la ciudad desde San Sebastián. Para mediados de febrero ya se sentía mejor. A pesar de su posterior experiencia vital, Zulueta seguía siendo católico, de modo que no faltan las referencias a las misas del domingo en la catedral de San Patricio.
Sus breves comentarios sobre las películas que vio conforman, sabiendo lo que después representó Zulueta en el panorama cinematográfico español, uno de los ganchos del diario. Sobre “Los olvidados” (Luis Buñuel, 1950): “Es en conjunto una obra vulgar para ser excepcional, y fuera de lo corriente para ser vulgar”. Sobre “El silencio” (Ingmar Bergman, 1963): “Indescifrable, muy interesante pero que me ha fastidiado por no entenderlo. No tengo ni idea de lo que pretende”. De “El año pasado en Marienbad” (Alain Resnais, 1961): “Me pone nervioso, porque da la impresión de que tienes que estar continuamente descifrando cosas, y resulta indescifrable”. Define así “El acorazado Potemkin (S.M. Eisenstein, 1925): “Monstruo-amateurista-libro-rollo-sobre-montaje-infantil”. Sobre “55 días en Pekín” (Nicholas Ray, 1963): “No resulta nada del otro jueves; y como obra de Ray, insípida. Nada. Pero Ava Gardner está sensacional y me vuelve loco. ¡¡Qué maravilla!! No hay ninguna que se la pueda comparar; ¡única!”. También le decepcionó mucho otro filme de Ray, “Rebelde sin causa” (1955). Con el tiempo variaría notablemente sus apreciaciones sobre algunas de las películas que vio en los cines de Nueva York.
No solo el cine, claro. “He ido a ver una exposición de pop art increíble, horrenda pero valiente”, escribe, con la misma valentía, en la entrada del último día de febrero. Cita los (pocos) discos que se compra, como uno del cantante de soul Lou Rawls y otro del Modern Jazz Quartet. Las relaciones personales afloran en su indeterminación: “No he podido organizarme ningún ligue (tengo que darle un empujón a mi vida de diversión aquí) (tanto en cuanto a niñas como a sitios)”; “Qué imbécil soy. Creo que nunca me lanzaré a escribir una sincera página sobre mi vida sexual” (en el diario aflora solo la heterosexualidad). Más adelante: “Me he ido al Carnegie Hall a escuchar ‘La Pasión según San Mateo’, de Bach. No lo he podido remediar y me he pasado casi toda la primera parte pensando en mis cosas, sin atender bien a la música […] Luego, me he cambiado de sitio y he seguido atentamente la música, disfrutando muchísimo. Great. Pero debería hacer esto con alguien; solo no tiene gracia”. A medida que comprende y atrapa la ciudad, los cambios de ánimo son constantes: “Son las 3 y voy a dormir. Me siento bomba”. En el texto de un sábado de marzo se limita a escribir: “¡Great! ¿Great?... ¡Just great!” . Pero una noche entran en su piso y le roban la cámara de cine y el fotómetro: “La verdad es que tengo un disgusto. ¡Qué faena!”.
Al final reconoce que no le espanta volver a España porque no le gusta estar en Nueva York viviendo como vive. A pesar de dos frases concretas sobre el hecho de llevar a rajatabla un diario –“Francamente, resulta molesto escribir de sensaciones que ya han pasado; por eso el diario es a veces odioso de hacer” / “Creo que odio este diario, y que no refleja para nada mi situación aquí. Se abra por donde se abre, todo son reproches; qué birria. Lo acabaré quemando”–, este libro resulta tan recomendable y revelador de la personalidad de Zulueta como sus películas, dibujos, cuadros, cárteles cinematográficos y fotografías Polaroid. ∎