En el séptimo y último episodio de “La Mesías” (2023), Enric (Roger Casamajor) contempla un improvisado altar consagrado a una multiplicidad de religiones. Ese sincretismo –que se basa en el axioma que enuncia Alicia (Cecilia Roth)… “si no ves todo, no ves nada”– bien podría ser el principio creador sobre el que se articula una propuesta torrencial no solo por cuestiones de minutaje (todos los episodios exceden la hora de duración y el último alcanza los 79 minutos), sino también por esa idea de serie-río que subyace a una historia que abarca tres tiempos y tres generaciones (y que no por casualidad termina con un gran plano del Ganges).
Todo arranca con el descubrimiento de un grupo de música pop cristiana formado por cinco hermanas que arrasa en YouTube por parte de sus dos hermanos mayores, Enric e Irene (Macarena García), ajenos a esa realidad hasta que las redes sociales se la presentan. Los dos llevan separados desde que huyeron del hogar tras superar una infancia que fluctuaba entre la disipación de una madre alocada y sus delirios mesiánicos fruto de un súbito ataque de fe. Tras la aparición de los vídeos, Enric e Irene tratarán de recomponer sus despedazadas vidas al tiempo que inician una cruzada para rescatar a sus hermanas del infierno familiar en que viven.
A pesar de su errático inicio, con dos episodios iniciales que mezclan tiempos, expanden un caleidoscopio de temas aparentemente inabarcables y repiten algunas situaciones, “La Mesías” despega en un tercer capítulo que a fuerza de contenerse –casi todo él sucede en el interior de una casa ruinosa y apenas hay saltos temporales– consigue exponer las virtudes de una serie con un planteamiento similar al de documentales como “The Wolfpack” (Crystal Moselle, 2015) o teleficciones como “Somewhere Boy” (Pete Jackson, 2022) que, sin embargo, acaba trascendiendo a base de moverse con inusitada soltura entre el melodrama familiar, el thriller a contrapelo, el horror gótico e incluso la ciencia ficción alucinada.
En el citado episodio se remite a las composiciones abigarradas del Carlos Saura de “Ana y los lobos” (1973) y “Cría cuervos” (1976) –¿acaso no se habla también aquí de totalitarismo?– o al poder sanador de la ficción invocando la mirada infantil de “El espíritu de la colmena” (Víctor Erice, 1973). De ahí se salta con pasmosa naturalidad, cita a “Cantando bajo la lluvia” (Gene Kelly y Stanley Donen, 1952) mediante, a la reproducción de una Mary Poppins opusina encarnada por Aixa Villagrán y a los musicales familiares. Es sorprendente observar cómo este ejercicio de vanguardia pop –intervienen como actores los cantantes Albert Pla y Amaia; ella en su debut como actriz– puede conjugar con pertinencia antecedentes tan heterodoxos (otro tanto sucede con un soundtrack que va de Bom Bom Chip a Jefferson Airplane) para embarcarnos en un viaje referencial que está en consonancia con el desplazamiento afectivo en el que se ven envueltos dos protagonistas criados bajo la tutela del fanatismo impuesto por esa madre-gurú que interpretan con desbordante brillantez Ana Rujas, Lola Dueñas y Carmen Machi. Esta es, sin duda, la obra más pensada, mejor planificada y más sólida del tándem que forman Javier Calvo (Madrid, 1991) y Javier Ambrossi (Madrid, 1984). ∎