En marzo de 2020, Javier Pérez Corcobado (Fráncfort, 1963) iba a presentar en directo su último álbum, “Somos demasiados” (Intromúsica, 2019), los días 13 en la sala El Sol de Madrid y 14 en la sala Wolf de Barcelona. Después planeaba hacerlo en otras ciudades de España y México. Ya estaba fijado el encuentro entre él y este mismo periodista… Pero todos sabemos la sucesión de cancelaciones de espectáculos en directo que se produjo, en cascada, desde finales de aquel invierno.
Las cosas han cambiado mucho desde entonces y el fallido encuentro de hace tres años ha tenido como motivo de celebración un argumento muy distinto esta vez: la publicación de “La música prohibida” (Liburuak, 2023), segunda novela del autor que es, en realidad, su extensa autobiografía. En ella nos habla de los múltiples vericuetos del camino del exceso.
¿Cómo y cuándo decides hacer esta novela?
Empecé a escribir esto en 2020, al suspenderse la gira que iba a hacer con el disco “Somos demasiados”.
De hecho, tuvimos que suspender la entrevista que íbamos a hacer entonces, antes de tus conciertos en Madrid y Barcelona.
Sí. Como entonces se paró todo, como todo el mundo sabe, me dije“¡esta es la mía!”, y decidí darle la vuelta a esa situación, digamos, tan triste y difícil para el mundo. Y aprovechar el tiempo para escribir otra novela que llevaba muchos años queriendo hacer. Empecé una novela de ciencia ficción, que es algo que me apetece muchísimo, y comencé a urdir una historia que, al final, no tiene nada que ver con lo publicado: era una historia de una especie de grupo neodadaísta que se dedicaba a cargarse a gente mediante unos auriculares. Cuando llevaba 150 páginas escritas en primera persona, vi que estaba poniendo mucho de mis experiencias de vida y de mi relación con el arte, que no ha sido solo la música. Si te acuerdas, éramos muy afectos a los dadaístas; tú me contabas ideas y siempre recordaré aquello que pretendías de echar kilos y kilos de detergente en la Cibeles o llenar de zapatos usados la Gran Vía. Llegó un momento en el que, ya que estaba hablando de partes de mi vida, decidí escribir una novela basada en ella. Fue una putada porque, como llevaba unas cincuenta o sesenta páginas autobiográficas, tuve que rehacerlo todo y pasarlo a tercera persona. Eso me llevó tiempo y me metí en esta especie de autobiografía novelada, como yo prefiero llamarla.
¿Todo es verdad?
A quien me pregunta le digo que todo es verdad. Desde mi punto de vista, es verdad. Todo es verdad, porque hay asuntos fantásticos que son verdad para mí. O sea, desde el momento en que puedes creer en Dios, eso es una verdad. Y si no crees en Dios, también es una verdad no creer en Dios. Yo cuento mi verdad. Y puede ser verdad para mí y para otros puede ser ficción, pero para mí es verdad. Como puede ser verdad todo lo que hay en “Moby Dick” (Herman Melville, 1851) o en “Los viajes de Gulliver” (Jonathan Swift, 1726). La fantasía es verdad, porque la fantasía está en la imaginación, sobre todo cuando eres niño. He intentado rescatar muchas cosas de mi niñez y, afortunadamente, tengo mucha memoria. ¡Dios me la conserve!, porque mis primeros recuerdos son de cuando tenía dos años.
Siempre he pensado que, efectivamente, tu vida era de novela.
No sabía dónde me metía cuando empecé. Escribir eso me hace revivir los momentos más duros de mi vida. Y los momentos más felices también. Cuando miras tu vida con la perspectiva del tiempo y has sobrevivido y estás sano y bien y estás dentro del amor, como yo me encuentro ahora, que vivo desde hace bastantes años en el amor, en el amor en general y en el amor de pareja y familiar y paternofilial… pues, eso, mirando las catástrofes y los desastres desde este punto temporal, dices:“¡Qué maravilla!”. Es maravilloso haber vivido todo esto y haber sobrevivido.
Escribiendo sientes tristeza por ciertas cosas. Mi padre murió en 2019 y cuando recreas ese tipo de cosas te pones a llorar. Una de las cosas que más me gusta es una conversación con mi padre transfigurado en mosca… Con ese diálogo, cada vez que llegaba a él en las seis o siete correcciones que le he dado a este libro, me pongo a llorar, porque yo hablo con mi padre con ternura. Mi padre me dejó todo. Está en mí. Mi padre sufrió párkinson y unos tres años antes de ponerse muy mal me pasó el testigo a mí de una manera podemos decir que “energética” o “espiritual”. Sentí la posesión del espíritu de mi padre y mi padre siguió viviendo, pero ya no solo era un cuerpo: él me pasó el testigo de su alma en 2013, cuando tuvo una caída que fue lo que le hizo más daño, en todos los sentidos, y empezó a perder más la cabeza, entre el párkinson y la demencia senil con cuerpos de Lewy. Pero también hay momentos en los que me río muchísimo.
En el libro hablas de que has llevado un diario durante buena parte de tu vida. ¿Ha sido ese diario lo que te ha permitido narrarlo todo con esa aparente precisión?
Hay partes realmente autobiográficas, pero no de manera ortodoxa: hay algunas fechas que sí son exactas y otras no. Pero quien conozca mi carrera musical se va a divertir porque vienen capítulos de casi todos los discos que he hecho, y eso sí es bastante autobiográfico. Hay otras cosas que me parece increíble haberlas vivido, cosas que creo que hice aunque era una época muy alcohólica… ¡Tú sabes lo que bebía yo! Bebía una barbaridad.
El primer diario, de los años noventa, no lo conservo. Conservo el que hice desde que me fui a vivir a México en 2001, porque empecé a escribirlo en Word. Ese es, de hecho, un archivo muy bueno para recordar fechas exactas cuando hacen falta. Pero lo mejor del diario es que te permite mantener en forma tu mente todos los días y hacer una especie de inventario de lo que te ocurrió el día anterior. Ordenas mejor tu vida, en todos los sentidos. También en cuestión de emociones, porque las emociones pueden acabar contigo o te pueden llevar a la enfermedad. Lo importante es estar lo más saludable posible para resistir los embates del mundo. Hay que estar sano y fuerte. O, si no, suicidarse. ¡Lo que pasa es que suicidarse es tan difícil! Hay personas que lo consiguen y hay otras personas que no lo consiguen.
Hay episodios como el de unas langostas vivas que tu compañía discográfica de entonces, GASA, le regaló en Navidad a Rafael Revert, por entonces director de ‘Los 40 Principales’. Para ganarte un dinero extra trabajabas como repartidor y al ir a entregárselas orinaste en el agua que las transportaba…
Es que no tuve que contárselo a Alfonso Pérez (el director artístico de la compañía en aquel momento) porque él fue quien se lo contó a todo el mundo. He intentado respetar a todo el mundo, incluso a la gente que yo creo que no se ha portado bien conmigo o ha tenido mala fe. Pero eso sí es muy divertido. Porque quien conozca la historia de la industria musical, de la radio y todo eso en España en vez de enfadarse se tiene que reír, porque es muy divertido. Yo no lo he conocido, ¿sabes? ¡A lo mejor si lo hubiera conocido!... No tengo nada en contra suya, lo tenía en contra del negocio, de esa manera de funcionar del negocio tan alejada del arte y tan relacionada con el dinero. Al final he acabado aceptando que el dinero es muy importante y que el arte se vende y está para comercializarse también. Vivimos en un mundo capitalista y es así. Si quieres sobrevivir con el arte tienes que vender tus obras. A mí lo que no me gustaba y lo decía desde muy al principio ya con Cuatrocientosveintinüeve Engaños, cuando íbamos a la radio, que por eso no fui muy querido por la industria musical, es que había “payolas”. Así de ingenuos éramos.
¿Cuál es el orden en que hay que leer el libro? ¿Has querido hacer tu “Rayuela”?
En principio no quería hacer mi “Rayuela” (Julio Cortázar, 1963), con todos mis respetos a Cortázar, pero una vez corregida la novela, seis o siete veces a lo largo del tiempo, vi que la lectura, tal y como la estaba planteando como narrador, pues igual no... Creo que al final ha sido una máquina la que ha alterado ciertos capítulos. La numeración de las páginas es correlativa, pero sí hay saltos en ciertos capítulos. El primero que te encuentras –y que al lector le puede incomodar más– es cuando acabas el capítulo cinco y de repente viene el once. Es el azar. Es la providencia. Es la magia.
Efectivamente, pero cuando llegué a esa página di el salto y fui al capítulo seis, que es el que corresponde a la cronología de tu biografía.
Esa es también una manera muy buena de leerlo. El libro es, como se dice ahora, “interactivo”. De alguna manera tú lo ordenas a tu gusto. A mí me gusta leerlo siguiendo la numeración de las páginas, no me fijo en el número del capítulo. En “El amor no está en el tiempo”, mi novela de 2005 (publicada por la editorial Tropismos), puedes leer los capítulos como si fueran cuentos independientes de la novela. Al final lo que pasa, como me dice Aintzane y me dice mi madre también, es que mis libros son como una droga muy adictiva. El libro tiene mucha poesía, pero he intentado ser lo más claro posible en mi expresión. No he querido hacer ejercicios literarios.
Pero sí empleas palabras poco usuales. Aparte de términos médicos hablas, por ejemplo, del giste.
El giste es usual, es la espuma de la cerveza.
Yo no lo había oído jamás y lo tuve que buscar en el diccionario.
Tal vez se usaba más antes. Yo se lo oía decir a mi abuelo. Hay palabras que caen en desuso y los que tenemos ya sesenta años hemos observado la evolución del lenguaje. Lo importante es conocer cuanto más léxico mejor. Y cuantas más palabras sepas, mejor. Y, sobre todo, que la memoria se conserve. Yo quiero defender el ejercicio, la gimnasia nemónica. Cuando ves a las personas que han sido brillantísimas y las ves perder la memoria por el alzhéimer y el párkinson es tristísimo.
En el libro hablas de tu segundo intento de suicidio, con las pastillas para tratar la epilepsia de la perra de tu entonces compañero de piso, el productor Gonzalo Lasheras. En su momento me dijiste que llegaste a casa, que no había nadie, que venías con ganas de seguir de marcha y que te las tomaste para que te subiera el colocón…
Mi familia es de clase trabajadora, pero en esa época, en los años ochenta, había que guardar un poco las apariencias. De esos dos intentos se decían muchas cosas. En el de mi precipitación desde el quinto piso de la calle Hermosilla a la gente había que decirle que estaba borracho, que me subí a hacer el funambulista en la barandilla del balcón y que me tropecé y me caí.
Otra cosa que llama la atención del libro es que los números no aparecen, salvo a pie de página. Siempre los escribes con letra. Desde Cuatrocientosveintinüeve Engaños, con la diéresis para señalar tu nacimiento en Alemania. ¿Por qué?
Es una pregunta que no podría responder con un lenguaje hablado. Te la podría responder telepáticamente, con una sensación, si tú recibieras mi información, que a lo mejor podrías practicando un poco. Digamos, simplemente, para la comprensión de quien lea esto, que me molesta muchísimo leer libros y ver guarismos mezclados con la palabra. Amo tanto la palabra escrita que me molesta muchísimo ver números por ahí, infiltrados. Incluso en las marcas: los cambio en todo. Me lo preguntó el editor porque, en su primera corrección, cuando llevaba ya dos o tres capítulos, se extrañó. Me llamó y me preguntó: “¿Qué onda con esto?”. Y le dije que pusiera una nota de editor, porque es así. ¡Ya está! Es una cuestión de estilo, igual que toco la guitarra tormenta, que no la afino como las demás guitarras. La afino como yo quiero, escribo como yo quiero, canto como yo quiero y compongo música como yo quiero y soy libre. Es lo mejor que he tenido en mi vida, tener conciencia de mi propia libertad y la suerte también de haber sido apoyado en eso. Yo he tenido mucha suerte: he sido muy mimado en el sentido de que he tenido fácil grabar discos. Tú lo sabes perfectamente: no era mi ambición grabar discos y tú influiste en eso. Y en toda mi carrera discográfica he podido crear mis obras de arte sin coacción ninguna. Y en la literatura, igual. Lo que pasa es que en la literatura intento… Bueno, digamos que ya es fácil escucharme y es fácil leerme. Ya no soy tan críptico. Esta es muy sencilla de leer e intento ser claro. No intento darme ningún pisto. Intento ser claro. Me gusta que la gente lea y entienda todo y que lo entienda bien.
En “La música prohibida” reconoces que eras arrogante, soberbio, de muy difícil trato. ¿Cuándo cambió eso?
Cambió cuando conocí a Aintzane. Yo conocí el amor de verdad a los 46 años. Y eso me hizo ser mejor persona y quitarme esa armadura que me ponía para presentarme delante de la gente por pura fragilidad y timidez. Intentaba ser muy macarra y muy terrible por miedo. Tenía miedo de que me hicieran daño, sobre todo emocionalmente. Y me han hecho mucho daño. Pero he perdonado a todo el mundo. Me siento mucho mejor habiendo perdonado. Me siento todavía más libre. Ya no me hace falta ser arrogante, ni soberbio, ni nada. Afortunadamente, mi obra me avala en todos los sentidos. Eso sí, sigo siendo una persona no demasiado sociable. Me gusta mucho la soledad y me gusta mucho estar en mi casa, con mi mujer y mi hija. Y me gusta mucho estar sentado con mi madre, como ayer viendo “Saber y ganar”, por ejemplo, o viendo “El padrino”. Es un gustazo ver cine con ella, porque siempre ha sido cinéfila. Y lo pasamos muy bien. Me divierto haciendo mi trabajo, escribiendo. Mi padre me enseñó una autodisciplina alemana que he practicado. Él era muy disciplinado al haber vivido en Alemania, y yo la tengo, pero cuesta. El escritor o el compositor, como no tenga autodisciplina, es un desastre. Creo que es muy importante que el artista tenga pleno dominio sobre su creación y eso implica ser autodisciplinado: te tienes que levantar temprano, es mejor hacer ejercicio y, luego, cada cual con sus drogas o sus cosas, o su sexo, o sus aficiones. Afortunadamente, mi gran afición es mi trabajo.
¿Has sentido en algún momento que la abstinencia de alcohol, que comenzaste el pasado 7 de enero, o de drogas haya afectado a tu creatividad?
En absoluto. La creatividad es continua. Eso lo descubrí hace muchísimos años. Yo estoy iluminado constantemente en el sentido de generar poemas y música. Siempre tengo melodías en mi cabeza. Lo que sí es cierto es que hace muchos años, tratando de desprenderme de la adicción a los opiáceos, me recetaron naltrexona y me provocaba una falta de conexión absoluta con la divinidad. Dejé de tomarlo enseguida, porque me impedía esa conexión continua que tengo y que he tenido siempre. Todo lo que he escrito lo he hecho en estado de sobriedad, aunque estuviera enganchado o bebiendo muchísimo. Yo creo por las mañanas, sobrio. Luego eso que has escrito o compuesto sobrio lo puedes escuchar o leer con cierta ebriedad y puedes decidir cosas a cambiar. Pero la creación en sí misma yo creo que ha de ejercerse sobrio. ¡Imagínate a Dios borracho, creando todo esto!
¡A lo mejor lo estaba, precisamente!
(Risas) Yo necesito estar sobrio. No soy como esos escritores que salen en las películas. No tengo ese problema, estoy conectado con la divinidad las veinticuatro horas del día. Lo que me ha causado eso son problemas de sueño. Pero ahora duermo tranquilo y soy un hombre feliz, sano y tengo unas ganas enormes de subirme al escenario.
¿En qué ha quedado el proyecto “Canción de amor de un día”, esas cien piezas musicales que duran en conjunto veinticuatro horas y para las que embarcaste contigo a decenas de músicos y que se fue al traste por los sucesivos cambios en la directiva de SGAE, que estaba dispuesta a financiar esa obra ingente?
Va a salir en diciembre de este año. Pero ya hablaremos de eso. Y en 2024 va a haber disco nuevo. Lo más importante de esta entrevista es este encuentro tan bonito y tan amistoso entre tú y yo, que es a la vez profesional, porque los dos estamos en este mundo. Me gusta mucho este encuentro, que ha sido de lo más sereno y de lo más tranquilo. Cumplir sesenta años es lo mejor del mundo. Me funciona todo estupendamente. Me siento como un adolescente. Mi padre, don José Pérez Piñeiro, con ochenta y tantos años, siempre se consideró joven. Cuando se jubiló, por hacer algo, se iba a jugar a la petanca y se iba de mala gana, diciendo “me voy a jugar con los viejos estos”… Y él era mayor que todos ellos. Él era Peter Pan y yo lo he heredado. Soy Peter Pan. Pero creo que soy un buen padre y un buen marido y cada vez respeto más la familia. La he llegado a entender. Me ha costado sesenta años llegar a entender la familia… Con la familia eres mucho más fuerte que solo. ∎

“El amor no está en el tiempo” (Tropismos, 2005) fue la primera novela de Javier Pérez Corcobado –el legendario músico conocido simplemente como Corcobado, exlíder de bandas underground de leyenda como Mar Otra Vez y Demonios Tus Ojos– y en ella se podían adivinar, dispersos, ciertos rasgos autobiográficos envueltos en una historia familiar de ficción. Ahora, la editorial vasca Liburuak ha publicado “La música prohibida”, su segunda “novela”. Las comillas hacen referencia a que este grueso volumen de 811 páginas es indisimuladamente su auténtica autobiografía, en la que no nos ha ahorrado ninguno de los más turbulentos y sórdidos momentos de su azarosa (y milagrosa) existencia.
Quien se asuste ante el tamaño de la obra no debe temer: al contrario que en “El amor no está en el tiempo”, de escritura más bien críptica y estructura enrevesada, “La música prohibida” se lee fácilmente… aunque el autor haya querido crear de nuevo una estructura dificultosa con flashbacks y flashforwards que se entrecruzan de forma incluso literal: puedes leerlo siguiendo la numeración correlativa de las páginas o puedes hacerlo siguiendo el orden de los capítulos.
El libro comienza, en ambos casos, con la aparición de Sandra, el personaje travestido de mujer en el que Javier se convirtió en 1998 para la creación de su álbum “Corcobator” (1999). Y “finaliza” el 30 de julio de 2063 con su suicidio asistido, en pleno dominio de sus facultades mentales, al cumplir los cien años. Entre medias novela –tercera persona de indicativo del verbo novelar– toda su vida, desde antes de su nacimiento fruto del amor de sus padres José y Pilar, recorriendo parte de la historia familiar previa a su llegada a esta dimensión. Añade diálogos –incluso algunos en los que no estuvo presente– de otros personajes protagónicos a lo largo de sus casi sesenta años de trayectoria vital.
Su vida da para mucho y dará para más. Corcobado representa todo lo que de excesivo tiene el mundo del rock: muchísima música (“Creo que siempre he afrontado la música como un pecado, como algo prohibido, y siempre he caído y recaído en la tentación de enroscar mi alma en ella. Ha sido una relación enfermiza, la adicción más severa que he padecido); muchísimas drogas (ocho años de adicción a la heroína y más de cuarenta a otro tipo de sustancias y fármacos); muchísimo alcohol (“–¿Desde cuándo bebes? –le preguntó la doctora. –Desde los cinco años –contestó Javier. –¿Has estado en los últimos diez años algún día sin beber? –No. –¿Cuánto estás bebiendo ahora al día? –Poco, dos litros de vino al día, nada más”, explica en la página 771 a su psiquiatra, Aída, a finales de 2022) y mucho sexo.
Hay momentos de carcajada inesperada y de sobrecogimiento atroz. Porque lo cuenta todo. Sus tres fallidos intentos de suicidio, incluido un salto desde el quinto piso que se saldó, milagrosamente, con una fractura limpia de pelvis. Sus búsquedas de droga por los poblados más lúgubres. Sus encuentros con todo tipo de lumpen. Las circunstancias reales de la separación de su único hijo de sangre, Nicolás. Sus enloquecidos trayectos en coche a 300 kilómetros por hora y algunos accidentes, los evitables y los premeditados, además de una sorprendente única retirada temporal del carné por conducir con demasiado alcohol en sangre tras un control rutinario. Aquella vez que orinó en lo que terminaría siendo comida del entonces capo de ‘Los 40 Principales’, Rafael Revert. E incluso el intento de asesinato del que fue objeto, con una sorprendentísima pero verosímil explicación al acercarse el final del libro.
Escribe Corcobado pormenorizadamente de todos sus discos, libros y amores, con especial detenimiento en su actual mujer, Aintzane, su “morenita”, a la que conoció en diciembre de 2008. De su pasado adolescente como skater semiprofesional. De su éxito en México, muy superior al que haya alcanzado nunca en España. De su casi siempre maltrecha economía y las dificultades que ello conlleva. Y también de la merecida fama de arrogante y soberbio que se granjeó durante treinta engreídos años.
En la actualidad, recién abandonado (definitivamente) el alcohol, con propósito de abandonar en breve el tabaco (le creemos) y con un inimaginable buen estado físico general, se nos revela como uno de los más interesantes personajes que hayan poblado jamás la faz de la Tierra. Un “protegido”, como el de la película de M. Night Shyamalan, acompañado a lo largo de toda su vida por dos arcángeles, del que tendremos próximas novedades discográficas a finales de año. Pero esto no sale en el libro… ∎