Serie

Love & Death

David E. Kelley(miniserie, HBO Max)
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Los true crime siempre me han parecido series generosas. Regalan al espectador la posibilidad de destripar la historia sin ni siquiera ver el producto. “Love & Death” (2023) es una de ellas y narra las andanzas de Candy Montgomery, ama de casa texana (más barbie perfecta no se puede ser) que decidió tener una aventura y su festival del amor acabó a hachazos. No diré quién empuñó el arma, pero si alguien siente curiosidad a la altura de un picotazo de abejonejo siempre puede leer sobre el acontecimiento o echarle un ojo a la serie “Candy. Asesinato en Texas” (Nick Antosca y Robin Veith, 2022) protagonizada por Jessica Biel, que Disney+ tuvo a bien sacar meses antes del estreno de esta producción de HBO Max.

Buceando en la introducción, solo diré que todos son tan cenizos, tan buenos cantantes del coro, tan episcopalianos o metodistas o congregacionistas o presbiterianos o sabe Dios qué (parece que los gringos tienen más credos que sabores de Coca-Cola), tan buenos padres, vecinos y tan bien casados, que uno está esperando impaciente el death de tanto love.

En cuanto a los personajes, no sabría decir si es una serie feminista, pero, al menos al comienzo, solo salvo a las tías. Candy Montgomery, interpretada por una metódica Elizabeth Olsen, está como bañada en purpurina, pero es deslenguada y hábilmente frívola. De tonta no tiene un pelo y se siente presa de las circunstancias matrimoniales idílicas de las señoras en los años ochenta: la casa, los niños, la iglesia, las labores vecinales… En fin, el agotador plomo de la monotonía familiar. Es vivaz y pizpireta. Lo mismo para sus amigas Sherry Cleckler –encarnada por la siempre admirable Krysten Ritter, que es fuerte e independiente: me ha quedado un piropo de lo más woke– y Betty Gore, interpretada por Lily Rabe, que aunque resulta más insoportable por lo menos le echa ovarios.

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Ellos, en cambio, son todos unos putos lechuguinos. Los dos protagonistas masculinos, Allan Gore, interpretado por Jesse Plemons, y Pat Montgomery, encarnado por Patrick Fugit, son el molde de calzonazos flemáticos por excelencia. ¿Quién no buscaría una aventura durmiendo al lado de tamaños merluzos? Cierto, a la serie –o mejor dicho, a la historia– hay que agradecerle escapar de los clichés. Los maridos no son burros agresivos que hacen lo que les da la gana, maltratan a sus parientas y beben cerveza 24/7 empujándolas a una lógica aventura. Tampoco es que ellas, principalmente Candy, sean malas bichas descocadas. Solo se aburren. Son tremendamente aburridos y, para qué engañarnos, los primeros tres capítulos de la serie también lo son.

Es una de esas obras en las que si te pones a contar minutos innecesarios te quedas con que se podía haber hecho en cuatro capítulos en vez de siete. No soy quién para decir que te hace perder el tiempo. La ambientación, el vestuario, los diálogos y hasta los aperitivos musicales que escapan de la radio o el coche –los pelos de punta con “Don’t Let Me Be Misunderstood”, de Nina Simone, en la cabecera– son mejor que estar revisando Instagram, pero me tienta pensar que el creador y guionista David E. Kelley y la directora Lesli Linka Glatter han estirado el chicle. Ya sea por pelas o porque les costó hacer caso del consejo creativo de Allen Ginsberg, “kill your darlings”, que viene a proponer la necesidad de cometer un filicidio controlado con tu obra por su propio bien.

“Love & Death” ni me enamora ni me mata. El crimen, teniendo en cuenta lo que oímos de los Estados Unidos, no me parece tan bestia ni tan especial, salvo porque está relacionado con un ama de casa y las psicopáticas ganas con que se hizo. ¿Es buena televisión? Pues sí. Está todo bien cuidado, las actuaciones son muy dignas, la fotografía de lujo, el guion –para lo que da– se deja querer, pero imagino que es la base del acontecimiento lo que más que desagradar me deja indiferente.

Yo qué sé, echadle un ojo, pero sabed que se os hará larga. Habrá a quien le merecerá la pena y a quien le parecerá un tostón. A mí no me pidáis explicaciones. Me lavo las manos. Ya os he dicho lo que pienso. ∎

El aburrimiento tiene sus peligros.
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