Cómic

Matthias Lehmann

ChumboLa Cúpula, 2025

Bien avanzada la lectura de “Chumbo” (2023; La Cúpula, 2025; traducción de Eva Reyes), aparece una ilustrativa cita del escritor ruso Isaak Bábel que funciona como llave de lectura de la obra. “Una buena ficción no tiene que parecerse a la vida real; es la vida la que intenta con todas sus fuerzas parecerse a una buena ficción”. Surge durante una entrevista televisiva a Severino Wallace, personaje central, pero sirve como declaración de principios del propio autor, el francés Matthias Lehmann (1978), que en este monumental cómic-río articula un difícil equilibrio entre ficción, autoficción e historia, sin permitir que ninguna de las tres absorba a las otras.

Antes de llegar a Severino, el lector ya ha sido sumergido en el ecosistema Wallace. Los primeros capítulos se detienen en la figura de Oswaldo, patriarca autoritario cuya fortuna procede de la explotación de minas de hierro en Minas Gerais. Tras su muerte, el linaje se agrieta en un lento declive que golpea de manera desigual a su viuda, Maria-Augusta, y a sus cinco hijos: Adélia, Úrsula, Berenice, Ramires y el citado Severino. Las diferentes morales y políticas entre ellos convierten la saga familiar en un laboratorio narrativo desde el que observar la evolución de Brasil a lo largo del siglo XX.

Lehmann concentra el núcleo dramático en la fractura entre los dos hermanos varones, en los que incorpora de forma libre rasgos físicos y de carácter de algunos de sus familiares. Ramires, fanfarrón y poliadicto, se aferra al rol que el padre dejó vacío, y acepta sin fisuras el guion de clase que piensa que le corresponde por derecho. Severino intenta escapar de esa inercia mediante el periodismo y la militancia de guerrilla. Ya en “La favorita” (2015; La Cúpula, 2016), quizá su título más conocido en España hasta la fecha, Lehmann abordaba el determinismo social como motor narrativo de la ficción: la confrontación entre la identidad moldeada por la familia y los deseos propios. “Chumbo” amplía ese eje hasta abarcar una genealogía completa. En esta fusión entre lo íntimo y lo colectivo encuentra el autor francobrasileño el tono de esta obra, que funciona a la vez como ajuste de cuentas personal y como ejercicio de memoria histórica.

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La obra es, ya lo advierte su portada, una carta de amor incondicional a los héroes del cómic underground que moldearon el estilo de Lehmann: diseños redondos tensados por la acumulación de líneas, hechuras densas, cuerpos desastrados, feísmo deliberado y sexo incómodo. La referencia inequívoca es Crumb, pero por sus páginas también se filtran ecos de Julie Doucet y Charles Burns. El segundo homenaje contenido en “Chumbo” (“plomo”, en castellano) es mucho más íntimo: Lehmann reconstruye de forma obsesiva un Brasil que conoció solo por fragmentos dispersos, en viajes infantiles y relatos familiares. La minuciosa inmersión evita el cliché del carnaval, optando en su lugar por una recreación vívida del país a través de su cocina, su música, su arquitectura, sus barrios y su selva. Y aunque también esquiva la épica de favela, el autor no renuncia a mostrar la violencia estructural de un país proclive a desangrarse y cuyas heridas nunca han acabado de cerrarse.

Y ahí entra el tercer eje, decididamente político, de la obra. “Chumbo” se escribe contra el blanqueamiento sistemático de la memoria histórica de la dictadura militar, hoy instrumentalizado por proyectos revisionistas de la ultraderecha y fantoches oportunistas como Bolsonaro. El libro se abre en 1937, vísperas del Estado Novo, avanza hacia el golpe militar de 1964, atraviesa los años de plomo (1968-1973) y desemboca en la apertura democrática. Un recorrido que identifica los hitos necesarios para entender por qué el autoritarismo sigue siendo un fantasma operativo en el Brasil contemporáneo.

La dimensión documental de “Chumbo” y su vocación de reivindicación de la memoria se refuerzan mediante portadas de periódicos redibujadas, caricaturas del ficticio Zé Requeijão, fragmentos televisivos y otros dispositivos gráficos que funcionan como un contrarchivo de todas aquellas imágenes que corren el riesgo de borrarse en el funesto nuevo orden mundial que se vislumbra en el horizonte. Esta panoplia de recursos gráficos y nostálgicos actúa además como un respiro formal que aligera los pasajes más densos de la obra y sostiene un ritmo inusualmente firme para un volumen que supera las 350 páginas y abarca siete décadas de historia. A fin de cuentas, si la vida insiste en parecerse a la ficción, esta tiene el deber de mantener el guion original a salvo de reescrituras. ∎

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