Como figura cómica de alto standing intelectual en el cine, quizá Mel Brooks haya quedado sobrepasado en el imaginario popular por los Monty Python, por Woody Allen o, en las nuevas generaciones, por (oh, esperemos que no) Sacha Baron Cohen. Pero el creador de “Los productores” (1969), “Sillas de montar calientes” (1974), “El jovencito Frankenstein” (1975) y “Soy o no soy” (1983) no puede quedar por debajo en el olimpo de los más astutos y desopilantes analistas de la condición humana dislocada, con una ironía tan refinada en su elaboración como destinada por naturaleza al ámbito popular. Y con un sentido del espectáculo inigualable, capaz de indagar tempranamente en el metacine sin necesidad de elevados planteamientos teóricos y esquilmar los géneros devolviéndolos en forma de divertido, ingenioso y renovador homenaje. Entre los setenta y los noventa nos brindó algunos de los momentos más hilarantes en el cine, y una serie de comedias tan locas como personales, incomparables con las de ningún otro cineasta de la época. Pero hay mucho más.
No es extraño que Mel Brooks, que tiene ahora 96 años, titulase estas memorias, publicadas originalmente en 2021 (“All About Me!”), con alusión a la “Eva al desnudo” que protagonizó Bette Davis, ni que el subtítulo delate su jocoso y exagerado sentido de la vida. Pero “¡Todo sobre mí!”, subtitulado “Mis memorables gestas en el universo del espectáculo”, no exagera. Con la sencillez y el regocijo de quien parece el primer asombrado por todo lo que ha hecho y ha logrado, Mel Brooks recorre paso a paso un camino que desvela al mismo tiempo su vida interior y los mecanismos del show business estadounidense de la segunda mitad del siglo XX, desde la curiosidad y el descubrimiento de quien va inventando su oficio sobre la marcha, solo por seguir adelante, a ver qué pasa.
Brooks no pretende hacer comedia con sus memorias. No es este un libro para retorcerse de la risa y tirarse por los suelos entre carcajadas incontrolables, como les pasaba a muchos de su equipo cuando rodaban algunas de sus películas, arruinando más de una toma. La gracia natural de este guionista, director, actor, productor, cantante y unas cuantas cosas más se despliega casi sin querer por cada una de las páginas. Pero la rememoración no se configura como una nueva colección de gags del creador de “La loca historia del mundo” (1981) y “La loca historia de las galaxias” (1987), sino como una precisa crónica con un testimonio muy valioso sobre el modo de trabajar en la televisión de los años cincuenta (con aquellos programas en directo que suponían montar todo un espectáculo cada semana), los vasos comunicantes y efervescentes entre la tele, Broadway y el cine, y el lento acceso al medio desde el creador de pequeños gags sin acreditar al cineasta que trata de montar una producción de la nada, o de convencer a los productores para hacer una película en blanco y negro cuando nadie las hacía ya, e incluso una muda cuando el cine silente no era más que un trasnochado recuerdo para la industria. No sin dificultades: su choteo de Hitler en “Los productores” no fue bien entendido en un principio por diversos colectivos. “Traté de explicarles que la forma de acabar con Hitler y su ideología no es subirse a una tribuna como él, sino que, si puedes reducirlo a algo risible, te lo meriendas. Ese es mi trabajo”, explica Mel Brooks, con la cómplice traducción de Ana Julia Sarmiento.
Desde las peculiaridades de una familia judía en Brooklyn, con un niño que quería ser batería y tuvo un encuentro casual con Buddy Rich, quien le procuró algunas enseñanzas, a su participación como ingeniero de combate en la Segunda Guerra Mundial. De su flechazo como de comedia romántica y su largo matrimonio feliz con Anne Bancroft a la elaboración natural de equipos creativos con otros comediantes singulares, como el televisivo Sid Caesar o los grandiosos Gene Wilder, Dom DeLuise, Marty Feldman y Peter Boyle, con los que Brooks retroalimentó su talento en una época irrepetible para el humor y el ingenio en el cine americano. Poco a poco queda documentado de la forma más amena el enorme bagaje de quien es mucho más que un hombre divertido: el visionario que inventó el teléfono móvil varias décadas antes al concebir el zapatófono del fabuloso “Superagente 86” (1965); el productor de “El hombre elefante” (David Lynch, 1980) y “La mosca” (David Cronenberg, 1986), entre otras muchas películas serias; el ganador del Óscar al mejor guion por “Los productores”, que se lo arrebató a Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke por “2001, una odisea del espacio”, nada menos, para su propio asombro.
Todo está trufado de anécdotas jugosas, intrigantes desvelos, empeños chiflados que acaban saliendo bien (o no, pero no importa) y una alegría de vivir por y para el espectáculo que, si durante décadas nos ha procurado momentos de gozo infinito, ahora se regenera en forma de deliciosa, emocionante y reveladora lectura. ∎