Libro

Miranda July

A cuatro patasRandom House, 2025

Hay en la ficción estadounidense una fijación con el road trip o travesía de autodescubrimiento. En la sociedad americana, todo es avanzar, avanzar, ir hacia delante. Viva el progreso. Les encanta coger la carretera, vivir aventuras cotidianas, conocer gente estrafalaria, y volver a casa transformados y mejor. Todo muy condescendiente y con un lamentable sentido de superioridad moral respecto al otro. Todo muy norteamericano. Los autores estadounidenses han contado mil veces esta historia de una forma u otra en su narrativa. Y la última, y ahora sí, excelente, la firma Miranda July (Vermont, 1974) con “A cuatro patas” (“All Fours”, 2024; Random House, 2025; traducción de Luis Murillo Fort). ¿Por qué es tan buena si repite el mismo esquema narrativo de siempre? Precisamente porque no lo hace. Nos cuenta la historia de una road trip transformadora, sí, pero solo para interrumpirla nada más comenzar y decirnos “no estoy aquí para ser mejor que nadie, para progresar, para ganar, estoy aquí para ser”.

La sinopsis es sencilla. Una artista sin nombre de 45 años, que por extraño que parezca no asocias nunca con la propia July, signo definitivo de su talento narrativo, se marcha de casa. Tiene marido y un hijo y decide hacer un viaje de dos semanas de Los Ángeles a Nueva York. Necesita abrir de nuevo su mente y escapar de la cerrazón doméstica en que la conformidad social la ha encerrado. Así que coge su coche con el apoyo y comprensión de su familia y recorre Estados Unidos, solo para detenerse nada más comenzar en un motel y escoger premeditadamente parar, abandonando toda idea preconcebida de transformación o progreso social, una idea tan doméstica en realidad como era su vida con su marido e hijo. Aquí está la revolución y lo que le pasa en el motel será el corazón de la novela. Allí conocerá a gente, probará el adulterio, buscará la excitación propia con la certificación final de que la idea de viaje es banal puesto que el movimiento siempre es interno o no es.

La literatura universal empezó con los viajes de Homero, y la novela moderna nació también así, con “El Quijote”. July descarta el viaje, da una patada en la entrepierna a la tradición patriarcal y elabora la versión femenina del “viaje de carretera” de transformación, que es interno, que es sensual, que es la apreciación del cuerpo por lo que es, no por lo que puede ser, por su dominio y control absoluto. Y encima lo hace con el tradicional sentido del humor de July, que envuelve el discurso en una prodigiosa ligereza y le quita gravedad, pesadez o trascendencia. La artista somos todos, parece decir, o al menos es nuestra responsabilidad serlo, tomar consciencia de quién somos y lo que queremos. Vivir, maldita sea, no leer el cuento de otro.

Después de los relatos cortos de “Nadie es más de aquí que tú” (2007), brillantes a veces, deslavazados otras, July demuestra aquí que ya está en pleno control de sus facultades narrativas y sabe cómo dosificar sus puntos fuertes, su gusto por lo extraño y absurdo, su capacidad para la digresión sentimental, sus reflexiones intempestivas brillantes y mundanas a un tiempo, etc. Dota al texto de una homogénea fuerza expresiva que lleva de la mano al lector y no lo suelta nunca.

Entendemos perfectamente que el personaje principal no tenga nombre, pero es una lástima, porque si lo tuviese, tendríamos entre las manos otro personaje inmortal como Gregor Samsa, como Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, como el Quijote, como Elizabeth Bennet o Jane Eyre, pero esta vez como mujer madura, al borde de la menopausia, actual, de ahora, y eso no es algo que abunde. Una pena. ¿Qué miedo hay hoy día en construir personajes ficticios y dotarlos de nombre? ¿Por qué solo la autoficción da nombre a sus personajes? Es el colmo del absurdo. Quien necesita nombre no lo tiene y quien no lo necesita sale por todas partes. El culto al nombre propio es perverso.

Lo cierto es que esto es lo de menos. La novela es fabulosa porque no todo tiene que trascender los tiempos. Es una novela importante aquí y ahora, así que la posteridad no importa en absoluto. Y, desde luego, no es una novela solo para empoderar a la mujer menopáusica o en crisis de la mediana edad. No encontrarán empoderamiento alguno aquí, porque esto no es una proclama, no es un ejercicio americano de autoayuda. Es una gran historia universal, el brillante fluir de conciencia de una mujer individual, una sola, de un ser humano indivisible, y cómo desde lo privado y personal se puede hablar directamente a todo el mundo. Gracias, Miranda July. ∎

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