Han pasado treinta y tres años desde la muerte de Nick Drake, pero sigue siendo vergonzosamente fácil fantasear con ella, llorarla y convertir una simple historia de sobredosis en algo ridículamente épico, tergiversar la historia hasta convertirla en un largo y tortuoso poema sobre el arte, la depresión, la juventud, el vacío. Desgraciadamente, parte de lo que hace que la imagen de Nick Drake sea tan potente es también lo que legitima su legado: el (presunto) suicidio de Drake valida su música de la misma forma en que el de Kurt Cobain validaría la suya dos décadas más tarde, otorgando a sus canciones peso y credibilidad. Ahora, cuando oímos a Drake cantar sobre lo inquieto, solo e invisible que se siente, creemos en su desesperación. Cuando escuchamos “Pink Moon” nos es imposible no notar la presencia de la muerte, enorme y amenazante, inevitable e infinita, cada vez más cercana.
Apagar las luces, abrir una vieja ventana que chirría y escuchar “Pink Moon”: eso es lo más cerca que podemos llegar a estar de Nick Drake. Tan solo los pocos afortunados que llegaron a conocer a Drake en vida pueden evocar su presencia y su voz. No existen grabaciones de Drake actuando, fumando, sonriendo, leyendo, comiendo, durmiendo, gimiendo, caminando o respirando, aunque, si buscamos con paciencia entre los vídeos de fans colgados en YouTube, podemos encontrar un clip de once segundos a cámara lenta y sin sonido en el que aparece una figura alta y desgarbada de pelo largo, con americana marrón y pantalón beige, en un festival de folk. El silencio del videoclip es escalofriante, pero, en la sección de comentarios de la página, agitados fans discuten sobre si la figura en cuestión es o no Nick Drake (en realidad podría ser cualquiera). Además de algún que otro fragmento de diálogo intrascendente captado entre sesiones de estudio, existe un único documento confirmado que recoge la voz de Drake. Se trata de una breve y confusa grabación en cinta de casete que Drake hizo a los 19 años con una grabadora casera al volver a su casa de Far Leys después de una fiesta
. “Buenas noches, ¿o debería decir ‘buenos días’? Son las cinco menos veinticinco, llevo aquí sentado un rato, en esta misma habitación”, susurra Drake. Su voz suena dulce, profunda y ebria. Los contenidos de la cinta van de lo involuntariamente gracioso (
“Creo que he bebido demasiado… Me parece que he vuelto a casa conduciendo por la derecha todo el rato… Estoy muy a gusto aquí sentado, creo que hay algo extraordinario en observar el pomo de la puerta antes de irse a la cama, tiene algo casi misterioso”) a lo sombrío (
“En los momentos de tensión, como en este viaje de vuelta a casa, uno olvida fácilmente las mentiras, la verdad y el dolor”).
Al existir tan pocos documentos sobre la vida de Nick Drake (su madre, Molly Drake, explica:
“Nick dejó tan pocas cosas aparte del legado de su música… Nunca escribía nada, ni un diario personal, ni apenas su nombre en sus libros… Era como si no quisiese que quedara nada de sí mismo excepto su música”), no podemos más que formarnos una imagen de él a través de los recuerdos de otras personas, intentando distinguir entre lo retrospectivo y lo verdadero, volviendo a examinar las letras de sus canciones, sus acordes, afinaciones y sintaxis, rastreándolo todo minuciosamente en busca de alguna pista que nos conduzca a la verdad sobre Nick Drake. Como comenta Patrick Humphries, la escasez de material no musical sobre Drake conduce fácilmente a la proyección y a una mitología excesiva que sobrepasa en muchos casos su obra.
“Nick Drake se convierte en un lienzo en blanco en el que sus admiradores pueden pintar su propio cuadro y proyectar sus propias vidas y problemas; un espejo en el que la gente ve su propio dolor y sus promesas rotas”, escribe Humphries. Y como la música de Drake es tan sumamente personal (como dijo el productor de sus discos, Joe Boyd, al ‘New Musical Express’:
“Nick era una de esas personas cuya historia puede rastrearse en sus canciones… A medida que iba pasando el tiempo, las canciones empezaron a tratar cada vez menos sobre otra gente y más sobre él mismo”), es especialmente difícil distinguir su música de las verdaderas circunstancias de su vida y escucharla honestamente, sin prejuicios. En lugar de eso, establecemos pequeñas conexiones entre cada suspiro, pausa u oscuro pasaje de sus canciones y la imagen que tenemos de Drake: el pelo despeinado y grasiento, la ropa arrugada y manchada, las uñas recomidas, el cuerpo desplomado sobre un escritorio, sin voz, sin vida, sin esperanza.