En su primera obra maestra, “Los surcos del azar” (2013), Paco Roca (Valencia, 1969) tuvo la intuición de elegir una metáfora visual muy concreta para los vencidos en nuestra Guerra Civil: una misteriosa tumba que visitaba recurrentemente el anciano protagonista, símbolo del amor perdido en la contienda, pero también de los ideales derrotados. Una tumba individual, con un nombre en la lápida. Justo lo que falta a las más de cien mil personas ejecutadas y enterradas anónimamente en fosas comunes por toda España, un tema que aborda “El abismo del olvido” a partir de las fosas valencianas de Paterna.
Pocos temas tan duros para tratar en arte. De hecho, esta es una de las aún escasas obras de cualquier disciplina artística que se han atrevido a hacerlo en nuestro país. Como la videoinstalación de Montserrat Soto “Secreto 1. Las fosas comunes de la guerra civil española” (2004), expuesta en el Centre d’Art La Panera de Lleida, en torno a la exhumación por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) de la fosa común de Villamayor de los Montes (Burgos), con 46 varones republicanos ejecutados en 1936. La exposición multimedia y libro-catálogo del artista visual Francesc Torres “Dark Is The Room Where We Sleep / Oscura es la habitación donde dormimos” (2007), que documenta la misma exhumación en Villamayor de los Montes, un proyecto para el que tuvo que buscar financiación en Estados Unidos y por eso se expuso primero en el International Center Of Photography de Nueva York y solo después, en 2008, en el MACBA de Barcelona. En la supresión que implican estas fosas comunes “hay una doble muerte”, escribió Torres en su catálogo. “Se mata para que el muerto no tenga historia y así se hace imposible su memoria” (me consta que Paco Roca ha usado dicho catálogo para documentarse). Sigamos: el libro “La fosa de Valdediós” (2006), de Ángel de la Rubia y Pedro de la Rubia, que documenta la exhumación que realizó la ARMH en 2003 en la fosa común del Monasterio de Santa María de Valdediós. Allí habían trasladado los republicanos a los pacientes de un hospital psiquiátrico; durante la guerra un batallón fascista se instaló en el monasterio, los soldados abusaron y fusilaron a las enfermeras y otros compañeros del psiquiátrico. La videoinstalación de Marcelo Expósito “143.353 (los ojos no quieren estar siempre cerrados)”, expuesta en 2010 en una colectiva en el MNCARS de Madrid y realizada a partir de su documentación en vídeo en 2007 de la exhumación de 309 cadáveres enterrados a los pies del Monasterio de Uclés (Cuenca). El proyecto del fotógrafo y documentalista Clemente Bernad “Donde habita el recuerdo” (desde 2003), del que ha salido un cortometraje, una exposición multimedia y un libro, “Desvelados” (2011), sobre exhumaciones de fosas comunes en diversos lugares de España. La intervención artística de Carlos Suárez (con ayuda de la ARMH de Asturias) en el Museo Barjola de Gijón titulada “Cita con la historia” (2017), con libro homónimo, que documenta la exhumación de la fosa asturiana de Bañugues; entre sus cadáveres, algunas de las ocho mujeres, vecinas de Candás, que fueron arrojadas al mar desde un acantilado por los falangistas y devueltas por las olas. Sin olvidarnos de las alusiones a las fosas comunes en la novela de Marta Sanz “pequeñas mujeres rojas” (2020) o en la película de Pedro Almodóvar “Madres paralelas” (2021), que ha contribuido a la difusión internacional de este problema nuestro todavía no resuelto. Aún en proceso y a trompicones.
Paco Roca se afana a la misma tarea de divulgación artística en las 300 páginas de “El abismo del olvido”, ayudado en la documentación y el guion por el periodista Rodrigo Terrasa (Valencia, 1978); un artículo de este último fue la semilla del cómic. Lo hacen de manera frontal y sin subterfugios, centrándose en una fosa común de Paterna, la conocida como 126, la más grande del cementerio de esa localidad valenciana, donde hasta 2013 (!) permanecieron los restos de 191 personas fusiladas por soldados franquistas en 1940. Roca se vuelca a contarlo con todo su saber artístico, que es mucho a estas alturas de su carrera. Comienza con el negro puro del “largo sueño” (del olvido) y con el pasado (que no ha terminado con nosotros aún, parafraseando a Biznaga en “Una historia de fantasmas”), un pasado que Roca torna presente en sus viñetas. De ahí nos lleva en volandas a través de grandes elipsis a los trabajos recientes de exhumación de la fosa 126, abierta gracias a la perseverancia contra toda barrera burocrática de la valenciana Pepica Celda Soler (Massamagrell, 1931). Pepica es hija de uno de los asesinados que yacían en la fosa 126 de Paterna, José Celda Beneyto (1895-1940), y Roca la convierte –sin cambiarle el nombre– en uno de los personajes protagonistas de esta novela gráfica. Su nombre figura en la lista final de agradecimientos.
La alternancia entre el presente, los detalles del trabajo de exhumación, y la recreación del pasado con precisiones reveladoras, fruto en ambos casos de un trabajo riguroso de documentación, pretende tanto la reconstrucción histórica como divulgar las necesidades humanas de los familiares de las víctimas: la sepultura digna de sus parientes y, en general, la importancia del funeral como memorial con el que poder recordar y aceptar el pasado. Como han señalado forenses y antropólogos, entre ellos Paco Etxeberria o Francisco Ferrándiz, una exhumación así es un ritual donde la sociedad tiene la ocasión de integrar una parte de su historia cerrada en falso.
El despliegue formal de “El abismo del olvido” incluye metáforas visuales y viñetas diagramáticas muy pregnantes para difundir datos sobre las fosas y la represión derivada de la Guerra Civil (comparando la de ambos bandos), pasajes de corte ensayístico sobre las raíces milenarias de nuestros rituales funerarios e incluso algunas secuencias de slapstick (es un decir) con anécdotas nimias de la comedia humana. Porque así es la vida, tragicómica, una de cal (ejem) y otra de arena, y Roca lo sabe muy bien. Hay también escenas dramáticas planificadas majestuosamente para representar gestos humanos y pormenores del horror (cómo se fusilaba, cómo se enterraba, qué reliquias dejaron las víctimas), una atención exquisita al diálogo preciso (numerosas secuencias son mudas) y al detalle visual: Roca nunca ha dibujado y coloreado mejor. Esto incluye la dolorosa cantidad de veces que se obliga a dibujar esqueletos de cadáveres. “Por el tamaño de los huesos creemos que estos son los restos de tu padre”, le dicen los forenses a Pepica Celda en la página 102 del libro cuando por fin se los muestran. Ella mira en silencio. Le preguntan si se encuentra bien. Ella responde: “N-no”. En la página siguiente, Pepica bebe agua y dice: “Mi madre está enterrada en su pueblo. Muchas veces voy a hablarle a su lápida. Es una tontería, pero me hace sentir bien”.
La solidaridad humana, afirmó Richard Rorty, no se alcanza mediante la “reflexión”. Debe ser creada a través de la IMAGINACIÓN, para que podamos ver a extraños como compañeros que sufren, aumentando nuestra sensibilidad a los detalles concretos del dolor y la humillación de gentes extrañas a nosotros. Pero eso no es una tarea para la teoría, añadió, sino para el reportaje periodístico, el docudrama, la novela... o el cómic. Cómics memorables como este. ∎