Llevaba años haciéndose el remolón y escurriendo el bulto entre inventarios de cicatrices externas y novelas tirando a convencionales con las que se asomaba a los abismos de la crisis económica, pero basta con zambullirse en las primeras páginas páginas de
“4 3 2 1” (“4 3 2 1”, 2017; Seix Barral) para convenir que, en realidad,
Paul Auster (Newark, 1947) llevaba años jugando a no ser Paul Auster. Quizá todo obedezca a un plan largamente estudiado o, quién sabe, quizá necesitaba estos siete años de retiro novelesco para reinventarse a lo grande y presentarse en gloriosa versión expansiva, pero lo cierto es que la pirueta es de las que hacen época: un millar de páginas para una novela que, en realidad, son cuatro y con la que el autor de
“La trilogía de Nueva York” (1985-1986) sublima su obsesión por el azar y la imprevisibilidad del destino. Dos de los temas sobre los que ha edificado toda su carrera, pero que adquieren aquí tintes épicos: el muy socorrido argumento de “¿qué hubiese pasado si en vez de a) hubiese elegido b) o c) o d)?” transformado en turbina narrativa de una obra con la que el estadounidense se acerca más que nunca a la Gran Novela Americana.
Armado no ya con un bisturí, sino con una cubertería completa, y aparcando la precisión de sus anteriores novelas en pos de una escritura frondosa y envolvente, Auster se multiplica por cuatro para presentar otras tantas versiones de Archibald Isaac “Archie” Ferguson, aspirante a periodista (o a escritor torrencial, o a cinéfilo empedernido, o a autor de best sellers, según el caso y el cauce del relato), en las que el norteamericano se proyecta desde múltiples frentes para centrifugar y reordenar todas las claves de su universo literario. Un entuerto que en realidad no lo es tanto, ya que todo este juego de planos existenciales y multiversos narrativos no es más que un recurso para exhibirse de nuevo como contador de historias mayúsculo y atravesar con cuatro pares de ojos abiertos como platos la América de mediados del siglo XX.
No es casual que Archie, igual que Auster, haya nacido en 1947 y que su periplo avance en paralelo a algunos de los acontecimientos capitales de los cincuenta y los sesenta, anclaje histórico con momentos clave –de las revueltas estudiantiles al asesinato de Kennedy– y con no pocos ecos en este presente generoso en turbulencias y tensiones. Episodios que el autor de
“La invención de la soledad” (1982) también vivió de cerca y con los que va moldeando a cada uno de los “Archies” a la espera de que el destino y el juego de personajes repetidos, ecos que viajan de una línea temporal a otra y tramas que desbordan su propio marco espacial, hagan el resto. O, dicho de otro modo, a la espera de que lo que parecen cuatro afluentes que avanzan en paralelo se acaben fundiendo en una inmensa y abrumadora novela de iniciación a cuatro bandas. ∎