Película

Perfect Days

Wim Wenders

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Wim Wenders (Düsseldorf, 1945) no ha dejado de rodar desde principios de los años setenta, pero su estela en la ficción se había ido apagando en las últimas décadas. Aunque siguiera entregando algunos documentales estimulantes. De golpe, a sus 78 años, vuelve a ser protagonista porque su último largometraje, “Perfect Days” (2023; se estrena hoy), no solo obtuvo el premio a la mejor interpretación masculina en el pasado Festival de Cannes para el actor japonés Kōji Yakusho, sino que posiblemente se trate de su obra más lúcida en tiempo. Como si estuviera marcando un ciclo en el que la sencillez y la sobriedad volvieran a imponerse para quien alcanzó altas cotas de inspiración con “Paris, Texas” (1984).

Para ello, Wenders se fue esta vez a Tokio para filmar, aparentemente, algo tan anodino como los modernos aseos públicos de la capital japonesa en lo que se asemejaba a un simple encargo. Y con el eje de un protagonista cuya rutina consiste en limpiarlos cotidianamente desplazándose en camioneta de su casa a los diferentes puntos de estos lavabos en los parques de la ciudad. De entrada, la elección de un comedido Yakusho (actor referente de Shôhei Imamura) en su papel de Hirayama aparece como un acierto si lo que buscaba el realizador alemán era otorgarle a la cinta, sobre todo en su inicio, un carácter documental en el que el espectador está obligado a fijarse en esos ínfimos detalles de su vida diaria amplificada, curiosamente, por el rock occidental de los sesenta y setenta (el “Perfect Day” de Lou Reed, Van Morrison, Patti Smith, el “House Of The Rising Sun” de los Animals…). Pero solo cuando se introduce el casete en esa camioneta. Una proyección evidente de los gustos de Wenders.

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Aunque la clave de la película está en el juego de luces y sombras con que la cámara capta los árboles de esos parques y cómo los rayos de sol traspasan las ramas hasta la mente del protagonista Hirayama, quien tiene como afición sacarles fotografías con carrete analógico durante sus pausas. Por la noche, esas imágenes en blanco y negro se convierten en sueños donde se mezclan los contactos y emociones que Hirayama ha acumulado durante el día en una simbiosis que contribuye al magnetismo de la película. Simplificando guion, diálogos y encuentros, Wenders vuelve a la esencia de su cinematografía, donde no es necesario explicarlo todo y cargar excesivamente de simbolismos las escenas.

Este viaje a Tokio le ha servido para un bienvenido recogimiento, en el que seguimos pacientemente el quehacer del protagonista intrigados por cuál es su origen y por qué ahora hace este trabajo, a los 60 años. Algunas cosas se irán sabiendo sobre la marcha, se intuirán sus deseos y sus miedos y según qué personajes entrarán y saldrán de la trama. Pero en el menos es más y la naturalidad de esos encuentros, no exentos de humor, se sostiene el interés de la cinta, en la que los propios movimientos del personaje principal explican muchas cosas. Hay una reconciliación de Wenders con este personaje y con su cine de antaño, aunque actualmente sea menos punk.

A su paso por Lyon para recoger el Premio Lumière 2023 en octubre pasado, nos contó otras cosas fuera del guion: de dónde viene el personaje de Hirayama y de qué significan para los japoneses y sus construcciones arquitectónicas los llamados komorebi, los efectos de los rayos de sol creando esas sombras en movimiento sobre las paredes… Y, sí, reconoció que “Perfect Days” es “quizá la película más serena” que ha hecho. ∎

Ahora es ahora; mañana es mañana.
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