“American Bitch” predijo el tsunami generado por el movimiento #MeToo y acertó al colocar el lenguaje, la palabra, en el centro de la representación del abuso sexual y de poder. Desde entonces, se han sucedido ficciones que intentan poner en escena aquello que había sido, durante años, irrepresentable: la violencia sostenida a la que hacen frente las mujeres en un sistema patriarcal. Las estrategias de representación de filmes como “The Assistant” (Kitty Green, 2019; Filmin, 2021), “Una joven prometedora” (Emerald Fennell, 2020; en España se estrenará próximamente) o “El escándalo” (Jay Roach, 2019) son variadas pero tienen un punto en común: la agresión suele estar en fuera de campo, pero no así el relato oral de las supervivientes o el lenguaje violento, coaccionador, que utilizan los agresores.
En “The Assistant” nunca vemos al poderoso y tiránico productor para el que trabaja Jane, la joven protagonista del impactante debut en la ficción de Kitty Green. Oímos, eso sí, sus insultos por teléfono, el lenguaje degradante con el que la paraliza y domina. Vemos, también, los correos de disculpa que Jane le escribe, flanqueada por esos dos compañeros que le dictan las excusas humillantes que debe redactar para seguir trabajando allí. Cuando, después de una bronca especialmente grave, le llega un mail de ese jefe monstruoso diciendo que le exige mucho porque quiere hacer de ella “alguien grande”, el laberinto-trampa se acaba de constituir: esa tímida promesa, esas palabras de alabanza son la garantía de que ella seguirá soportando las humillaciones.
En “El escándalo”, los modos autoritarios y degradantes con los que el todopoderoso productor televisivo Roger Ailes insulta a las presentadoras que trabajan para él contrasta con el lenguaje sutil, ambivalente, que utiliza en su despacho a puerta cerrada. En ese entorno, el magnate utiliza los dobles sentidos y los sobrentendidos para hacer entender a sus víctimas que mostrar “lealtad” equivale a favores sexuales. La escena en la que unos abogados preguntan al personaje de Nicole Kidman frases concretas que, de forma inequívoca, demuestren que Ailes es un depredador sexual recuerda al momento climático de “The Assistant” en el que Jane denuncia a su jefe frente al incrédulo responsable de recursos humanos de su empresa. En ambas ocasiones se evidencia la dificultad de denunciar un comportamiento delictivo basado en gestos ambiguos, sugerencias veladas y silencios cómplices en un momento, previo al #MeToo, en el que ni siquiera existían las palabras concretas para acotarlo y definirlo.
En “The Assistant”, el acoso laboral es parte de un sistema enfermo que permite, también, el abuso sexual. Jane no es víctima pero sí testigo de lo que sucede más allá de las puertas del despacho de ese productor modelado a imagen y semejanza de Harvey Weinstein. “El escándalo” utiliza también el motivo visual de la puerta cerrada para evocar actos criminales –una criminalidad subrayada por las imágenes de las cámaras de seguridad que muestran a las chicas entrando en el despacho– que no pueden ser representados y que el filme decide sustituir por el relato oral de las víctimas. Una secuencia de montaje muestra las fotografías de diversas mujeres que narran el acoso que sufrieron, en la vida real, por el auténtico Roger Ailes. El carrusel de imágenes subraya el carácter compulsivo, serial, del comportamiento del agresor. Pero el filme se encarga también de dotar de rostro, nombre y, sobre todo, voz a las víctimas, en vez de sumirlas en un inocuo anonimato.
La utilización de fotografías para mostrar a las víctimas es un recurso empleado también en “The Assistant”, aunque el resultado es distinto. Jane fotocopia las fotografías de las decenas de aspirantes a actrices que quieren entrevistarse con su jefe; los rostros femeninos que se superponen en la bandeja de la fotocopiadora evocan la voracidad de un sistema para el que estas mujeres son, como esas jóvenes anónimas del final de “American Bitch”, absolutamente intercambiables.