Dentro de la creciente tradición de series que tratan del mundo del hip-hop –podríamos destacar “Atlanta” (Donald Glover, 2016-) y “DAVE” (David Burd y Jeff Schaffer, 2020-) entre algunas recientes–, “Rap Sh!t” irrumpe con voz propia, según una energía rítmica que ya atravesaba las cinco temporadas de “Insecure” (2016-2021), la anterior serie de Issa Rae. Gran parte de su interés radica en retratar el mundo de dos jóvenes raperas y el nervio creativo y pulsión vital que comparten en la grabación de los temas. Ahí emerge una visión de la filiación, el sentido de comunidad que Rae encuentra en la actual generación de raperas: “Creo que este es un momento único en el hip hop hecho por mujeres por su abundancia y porque no se siente como si estuvieran compitiendo entre sí, hay un entorno de apoyo”. Frente al tratamiento egocéntrico e individualizado de la figura del rapero, lo que aquí domina es la búsqueda de un tejido de afectos y complicidades –no exento de desencuentros– que posibilita hallar una fuerza común.
El otro motor es el deseo, ya narcisista, de alcanzar la fama y convertirse en marca a través de las redes sociales. Shawna (Aida Osman) y Mia (KaMillion) son dos amigas de la escuela secundaria que se reencuentran en Miami y deciden formar un dúo de rap tras la repercusión viral que alcanza una grabación improvisada durante una noche de fiesta. Shawna, que trabaja frustrada como recepcionista de un hotel y al principio de la serie ha decidido abandonar su carrera musical, persigue una concepción política y combativa del rap que podríamos alinear con Noname: rapear sobre problemas concretos. Mia es madre soltera, combina varios trabajos, se maneja mejor en las redes y tiene una concepción musical más hedonista y reivindicativa del placer corporal, más cerca de una Megan Thee Stallion. El dilema con que deben negociar es el equilibrio o fusión entre ambas orientaciones, si es que en realidad son extremos opuestos –está será la cuestión más relevante al fin–, y su encaje en las exigencias y estereotipos comerciales de la industria sin quedar despersonalizadas. En un momento de la serie, a Shawna le dicen: “Necesitamos más raperas como vosotras, con respeto por sí mismas”. La reflexión sobre la adquisición de este respeto recorre los capítulos como un trayecto sinuoso y aún provisional por parte de las dos chicas.
Issa Rae y la showrunner Syreeta Singleton han creado la serie en colaboración con el dúo de raperas de Miami City Girls –productoras de la obra, de cuyas vidas la trama toma algunos elementos biográficos–, con la intención de reflejar con autenticidad las vivencias de las protagonistas, de su ambiente –el rap sureño de Miami– y de la efervescencia musical que ha propiciado que surjan raperas como Rapsody, Tierra Whack o Azealia Banks. El estilo lo conforma una estética colorista de muro de Instagram, en el que domina el juego de autorrepresentaciones –las protagonistas no dejan de grabar stories o de conversar por FaceTime– y que parece absorber toda la intimidad, como si ya no hubiera privacidad emocional sin registro ni exposición. Este efecto sobrecargado se va naturalizando a medida que avanza la serie, dando forma a la experiencia de la que parte Issa Rae, que ha comentado que descubrió a Cardi B antes por sus vídeos que por su música y que considera que esta generación de raperas no habría podido surgir sin las redes sociales.
Si la despojamos de la convencionalidad de algunas tramas –como la del novio de Shawna– y de sus premisas discursivas, encontramos la autenticidad en los momentos más descriptivos: las chicas produciendo sus temas, las salidas nocturnas, las conversaciones grupales, las bromas sexuales. De esta forma, cuando la ficción se sujeta y constriñe menos a sus marcos ideológicos, menos vemos el guión y más la cualidad de sus actrices: hay ahí un movimiento hacia una liberación festiva y de placer compartido, un movimiento del presente hacia adelante en el que la música y la vida fluyen pese a las amenazas de las convenciones de una época –con sus redes– en que casi todo acaba problematizado, bloqueado, y la creatividad domesticada y envasada. ∎