Resulta llamativa la poca presencia que, salvo excepciones, tiene el trabajo de Sebas Martín (Barcelona, 1961) en la crítica especializada en cómic. Y resulta inevitable pensar que revela lo mucho que nos queda por cambiar: parece que un cómic que muestre relaciones hetero sea para todo el mundo, mientras que uno que muestre relaciones gays sea solo para aquellas personas que compartan esa orientación sexual y, por tanto, esté destinado a un nicho más reducido.
Pero la realidad es que Sebas Martín lleva años construyendo una de las sagas de autoficción más interesantes y frescas del cómic español. En sus novelas gráficas, retrata el ambiente gay que vive de cerca, a través de un plantel de personajes construidos con maestría y buenas dosis de realidad. Su libro más reciente, “Mi novio, un virus y la madre que me parió” es también de los mejores. Centrado en Salvador, uno de sus personajes predilectos, desarrolla su crisis de madurez en muchos frentes: por un lado, aparecen los celos y las inseguridades con el chico con el que sale, mucho más joven que él; por el otro, se ve obligado a mudarse con su insoportable madre para cuidar de ella. Por si fuera poco, hará acto de presencia el coronavirus.
La obra es rica en escenas de sexo imaginativas y disfrutonas; también en “chulazos”, como los llama Salvador. Pero Martín inserta todo eso en una historia coral, inspirada en su entorno y en su vida; un relato de ritmo vibrante, verdaderamente adulto, donde los personajes respiran y muestran las heridas inherentes al paso del tiempo, sin que eso signifique que no haya, como siempre, espacio para el humor y unos diálogos llenos de chispa. Queda también hueco para la crítica a la homofobia, que, de la mano de la extrema derecha, experimenta un lamentable repunte en España; como en cómics anteriores, el autor va dejando constancias de los cambios sociales y los avances –o retrocesos– en los derechos de su colectivo.
De una forma que recuerda a las “Locas” de Jaime Hernandez, los personajes de Sebas Martín evolucionan y maduran con naturalidad, sin prisas. Y ese es el secreto de que las dudas de Salvador, las tensiones con su familia y la dificultad de mantener una vida sentimental y social cuando la responsabilidad lo asfixia nos resulten tan reales como si fueran las nuestras. ∎