BATMAN: Vendrá, Alfred, vendrá.
ALFRED: ¿Qué le hace estar tan seguro?
BATMAN: La FE.
“Te imitas la mar de bien.”. Esta primera frase de “Lunar Park”, de Bret Easton Ellis, que remite a su debut literario, “Menos que cero”, no solo funciona como juego metaficcional, también como un mecanismo en el que el autor se convierte en espectáculo de sí mismo. Una potente narración que habla de padres e hijos, de soledad e identidad, desde perspectivas extremas y desquiciadas. De entre sus múltiples lecturas, una de las más interesantes pasa por la transmutación de la figura del fan en Patrick Bateman, personaje de ficción salido de “American Psycho”, epítome de una sociedad salvaje, espejo de una moral violenta. Y todos sabemos que en la actualidad hay muchos Patrick Bateman virtuales. Sin esos millones de aficionados desatados no se entendería que Zack Snyder haya podido realizar su película sobre “La Liga de la Justicia”.
Una película que se imita la mar de bien en su reflejo metatextual para hablar de padres e hijas, soledad e identidad, y definirse a sí misma como un espectáculo de Fe. Amar a Snyder, a quien le “usurparon” su visión de “La Liga”, y odiar a Joss Whedon, esa persona que se “apropió de algo ajeno”. Twitter como un campo de batalla en el que héroes y villanos no tienen que esconderse. Un no-lugar desde el que se han recuperado proyectos arrasados de series como “Jericho” (Stephen Chbosky, Josh Schaer, Jonathan E. Steinberg, 2006-2008) o, en el plano nacional, “Vis a vis” (Iván Escobar, Esther Martínez Lobato, Álex Pina, Daniel Écija, 2015-2019); incluso el propio Whedon sabe algo de este fenómeno: fue el fandom de “Firefly” (2002-2003) el que consiguió que “Serenity” (2005), el largometraje que puso el colofón a la serie, viera la luz.
En “La Liga de la Justicia de Zack Snyder” (sí, el nombre del director forma parte del título; HBO, 2021) el juego de imitación resulta evidente en el plano narrativo y estético, y los fieles, tras ser congregados por la iglesia de las redes sociales, responden como un ser de fe que ama/odia y que se reconoce en las imágenes totémicas que la película le propone. Inmediatamente, se abre un territorio de alucinaciones y cábalas proféticas, de delirios extremos y amenazantes que convierte las interpretaciones de “El resplandor” (Stanley Kubrick, 1980) en algo infantil, pero que también otorga al cineasta la posibilidad de poner en marcha su particular parque de atracciones en el que realizar sus frankensteinianos cortes/duelos entre creador y criatura.
La combinación de la presión del fandom y el director’s cut se transforma, en esta situación pandémica, en un evento que en un contexto tradicional tal vez hubiese derivado hacia otros lugares (¿una edición en Blu-ray reservada a los muy cafeteros, quizá?). En cualquier caso, lo que sí han logrado los aficionados, como si todos fuesen Superman, es la materialización de la visión autoral de un Zack Snyder al que se le ha otorgado plena autonomía, elemento como mínimo paradójico si uno atiende a la simulación en la que se mueve su filmografía, pero eso no quiere decir nada ni resta mérito a lo logrado fuera y dentro de las casi cuatro horas de duración de este blockbuster superheroico.
La maniobra no es nueva. La “Liga” de Snyder es una película que habla tanto de su director como de la unión de comunidad forjada en un mundo desquiciado y amenazado por el mayor mal de todos: la soledad, la ausencia y la necesidad enfermiza de hacer de todo un espectáculo, de alcanzar ese simulacro que nos anestesie ante la muerte. Así, la noción o el deseo del fan de formar parte de una comunidad tiene que ver con el sentimiento de identidad, con esa especie de inversión emocional que parece otorgar al seguidor una misión en la vida y que encuentra su poder en el miedo y el ansia neoliberal. Porque si los sentimientos del fandom pueden resultar extremos, no lo son menos los de los directivos que toman la decisión de revivir la obra ni los del propio director, que, pese a haber sido apartado del proyecto, consigue finalmente llevarlo a cabo. Un triángulo equilátero en el que todos, cada uno en su ámbito, actúan de un modo similar, porque el mundo (también el de Twitter) es frío y solitario.
Mientras una parte de la crítica enarca la ceja ante la perspectiva de volver a montarse en una atracción que ya les resultó indigesta en su versión adulterada, los fans han recibido “La Liga de la Justicia de Zack Snyder” con alborozo, celebrando su narrativa casi como un acto de fe, como una liturgia creada por y para ellos, en la que ya no se sienten solos, al menos durante un tiempo. Lo de menos es que pretenda ser épica y estática, que el aire de gravedad niegue la maravilla; las reiteraciones no importan en esta sociedad de consumo, porque como cuenta el narrador de “Lunar Park”: “tú eras quien yo necesitaba, te amé en mis sueños”. Sueños que hoy en día se hacen visibles como si fueran la vida misma, capaces de organizar una comunidad que cree, que recupera proyectos, que tiene un sentido de pertenencia, que ama y odia como un superhéroe o como Patrick Bateman y, sobre todo, que se imita la mar de bien frente a la soledad y la ausencia. ∎