Película

Tiempo compartido

Olivier Assayas

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Si Jean-Pierre Léaud representó en “Irma Vep” (1996) al cineasta francés de los noventa que se sentía heredero de la nouvelle vague, es decir, el propio Olivier Assayas, intentando realizar una nueva versión de “Los vampiros” (1915) de Louis Feuillade en un contexto diametralmente distinto al de la poética del serial mudo, en la adaptación televisiva de su filme realizada por Assayas años más tarde, “Irma Vep” (2022), fue Vincent Macaigne quien dio vida al director empeñado en rescatar el fantasma de Musidora en un tiempo que ya no le pertenecía. Macaigne representó a un Assayas distinto, más terrenal y menos nouvelle vague. No es de extrañar que en la película más confesional de toda su carrera, “Tiempo compartido” (2024; se estrena hoy), vuelva a ser Macaigne quien de vida al alter ego de Assayas. Una elección lógica y coherente para un filme que es a la vez documento, ficción y ensayo autobiográfico. Una película mucho más compleja de lo que parece haberse dicho desde que pasara, sin destacar, en el festival de Berlín del pasado mes de febrero.

También era confesional “Las horas del verano” (2008), una de sus más bellas obras. Allí se reunían tres hermanos tras la muerte de la madre para decidir qué hacían con una casa donde todos habían pasado agradables temporadas de estío y con la colección de arte de la mujer. La encarnaba Edith Scob, la heroína del “Judex” que George Franju realizó en 1963 como homenaje a otro clásico de Feuillade, el “Judex” de 1913. La madre de Assayas, de origen húngaro, había muerto en 2006 y en “Las horas del verano” el cineasta hablaba de ella hablando, sin decirlo, de sí mismo.

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En “Tiempo compartido” la primera persona es evidente. No tanto en la configuración del personaje que interpreta Macaigne –un cineasta llamado Paul Berger, obsesivo y neurótico en tiempos de pandemia– como en los insertos narrados con voz en off en los que Assayas desgrana sus recuerdos mientras vemos desfilar imágenes tranquilas, edénicas, de la mansión de sus padres y de sus alrededores. “Las horas del verano” era una ficción absoluta sobre el recuerdo. “Tiempo compartido” es una especie de remodelación de la autoficción filmada en la verdadera casa familiar. Documento pues de unas estancias que ahora habitan dos actores y dos actrices mientras el director que los filma recuerda los momentos vividos allí en su infancia y juventud.

Paul, su hermano Étienne y sus respectivas nuevas parejas –ambos están separados de sus esposas–, Morgane y Carole, han tenido la suerte de estar en la casa familiar durante los meses del confinamiento provocado por el COVID. Aunque Assayas no sea tan neurótico como Paul, es evidente que se trata de sí mismo convenientemente ficcionado. También es un director de cine, y tiene en mente rodar un filme de época con una monja portuguesa interpretada por Kristen Stewart, a quien Assayas dirigió en “Viaje a Sils Maria” (2014) y “Personal Shopper” (2016). Pero es que Étienne (Micha Lescot) es crítico de rock y tiene un importante programa en una radio francesa, exactamente igual que Michka Assayas, el hermano del cineasta, que antes pasó también por las páginas de ‘Rock & Folk’, el periódico ‘Libération’ y la primera época de ‘Les Inrockuptibles’.

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Las conversaciones sobre cine y rock, también sobre literatura y arte, son lógicas; los definen como definieron a los hermanos en su juventud. Pero aunque en menor medida, Paul y Étienne, entre ellos o con sus compañeras, hablan también de las relaciones personales, la familia, los lugares que han habitado, la conveniencia de comprar o no en Amazon y, por supuesto, del confinamiento, el virus y cómo hacerle frente. Aunque llegue tres años después de aquella catástrofe no olvidada, “Tiempo compartido” es uno de los filmes que mejor ha expuesto la “cotidianidad” de la pandemia. En esto es también muy documental. ¿Cómo grabar un programa de radio desde el confinamiento?, tarea a la que se entrega Étienne con paciencia. Assayas reproduce, con sentido del humor, situaciones que todas y todos vivimos: la disputa entre Étienne, quien piensa que todo es una exageración de los medios, y Paul, que quiere dejar la comida que compra un par de horas en el exterior de la casa y luego limpiar bien las lechugas o las botellas de plástico. Paul, en una de las conversaciones que tiene por el iPhone o el iPad –la forma de comunicarse y verse con los demás que se implantó en aquellos tiempos–, asegura que las salas de cine y los rodajes serán focos potenciales de contagio y que quizá haya que pensar en nuevas formas de hacer cine. Pero también, en una de las muchas reflexiones que a lo largo del filme nos acercan al espíritu de los dos Renoir, el padre pintor, Pierre-Auguste, y el hijo cineasta, Jean, Assayas se pregunta por qué la mayoría de los directores de cine han perdido el contacto con la naturaleza.

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Confinados por la pandemia donde se criaron. Ese es su destino, y su suerte, ya que la casa está en un lugar privilegiado, rodeada de bosque, con la cálida luz primaveral cayendo sobre ella, repleta de libros, con una pista de tenis y todo lo que pueda hacer más llevadero la desconexión obligada con el resto del mundo. Y hablan de cine, pero no de manera pedante: Étienne y Carole se quejan de lo alto que tienen el televisor Paul y Morgane cuando ven una película por la noche… aunque esta sea completamente muda. El cine sirve para mostrar las complejidades de la convivencia forzada, mientras que la música procura distensión. Comentan el sello discográfico Dorian, y citan a su fundador, Jean-Luc Besson –los hermanos confirman entre risas que no es pariente del director: en realidad el sello lo creó Jean-Pierre Lainé en 1979–, para poder hablar de bandas de la nueva ola francesa como Artefact, Modern Guy, Suicide Romeo –que en todo caso grabaron para Celluloid y Ze–, Mathématiques Modernes y Les Rita Mitsouko.

La música sirve también para hablar de las pérdidas provocadas por la pandemia. En otra secuencia festiva escuchan fragmentos de “Snoopy Versus The Red Baron” de The Royal Guardsmen –y comentan cómo la utiliza Quentin Tarantino en “Érase una vez en Hollywood” (2019)– y “Nothing Hill Gate” de Quintessence, temas rockeros de la segunda mitad de los sesenta que debían escuchar los hermanos Assayas. Pero la secuencia termina con la canción de John Prine “Falling In Love Again”. Prine falleció en 2020 a causa del COVID. Más adelante, Étienne, que tiene un programa sobre Brian Wilson y los Beach Boys, quiere hacer uno dedicado a los músicos muertos durante la pandemia, aunque el responsable de la cadena preferiría algo más alegre. El primer tema que pincha en su emisión desde casa es de los Stranglers en recuerdo de su teclista, Dave Greenfield, otra víctima del COVID en 2020. ∎

Lazos que unen.
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