“Neu Om” es el debut de Amanda Mur, un trabajo de sonoridades cristalinas que enlaza mundos a priori antagónicos como la clásica contemporánea, la música sacra, el folclore y la “canción pop” experimental donde ha decidido desenvolverse esta cántabra con estudios superiores –en composición y canto lírico– cursados entre su tierra natal y Madrid, ciudad en la que estudió con el director José María Sánchez-Verdú, discípulo de otros grandes nombres como Antón García Abril. Presente en escenarios prestigiosos como el Teatro de la Zarzuela o el Auditorio Nacional, lugares donde llegó a estrenar alguna obra orquestal, Mur se ha decidido por abrir las cancelas de par en par produciéndose valientemente un insólito primer disco con la ayuda de Adrian Foulkes y Joker en mezclas y masterización.
El tono contralto de Mur la ha hecho merecedora de previsibles comparaciones con Christa Päffgen, más conocida como Nico, aunque el abanico tímbrico de la joven artista –nació en 1996– es bastante más florido, como se observa en la pieza homónima de “Neu Om”, una belleza melódica donde el misticismo de Hildegard von Bingen (1098-1179) salta al primer plano –Sequentia fueron maestras en interpretarla–. La abadesa renana es otra figura frecuente, influencia musical confesa de Mur además de protosímbolo de la liberación sexual femenina. Este último aspecto es importante, aunque no necesariamente central, en “Neu Om”, donde encontramos temas como “Maithuna”, que suena algo así como a la banda sonora atonal de una película japonesa clásica –Mur también ha trabajado como orquestadora de películas y series de televisión– antes de virar hacia la electrónica ritualista de gente como Dead Can Dance o Current 93. Literalmente significa “unión sexual en un contexto ritualista”, referencia tántrica al orgasmo como liberación física y mental. Además del sánscrito, en la Torre de Babel –edificio donde Tarta Relena han sido ujieres precoces– de “Neu Om” se detectan castellano, inglés y quizá también latín.
Otro corte simbólico como “Mutante”, esta vez sobre las ventajas de no revelar la identidad –“Sabe que el cristal es negro, no lo puede traspasar / no verá quién hay adentro y lo imaginará / si quieres ser mutante, no les digas quién eres”–, podría alinearse con el folk electrónico de tintes aflamencados que practican Maestro Espada. Mur exhibe en esta pieza percutante sus dotes pianísticas al servicio de la composición, sin virtuosismos innecesarios, muy cerca de la delicadeza intimista de un Federico Mompou, tendiendo bellos puentes entre las vanguardias. Como en la extática “Vapah”, cuyos ecos electroacústicos recuerdan a “The Marble Index” (1968), de Nico con John Cale, sabiendo arropar la escucha en lugar de distanciarla. En este apartado, “Neu Om” es un éxito indiscutible. La viola de gamba de Arturo de las Casas se escucha en la orientalizante “Péndulo que baila”, mientras que “Canto a los migrantes” incluye una zanfoña vibrátil digna de “El nombre de la rosa” para enlazar con los experimentos sonoros de sibaritas como David Sylvian.
La portada “arácnida” –nos acordamos de “Dragnet” (1979), el primer álbum de The Fall– refuerza la ambientación gótica y austera –decir “románica” sería mucho más pretencioso– de “Neu Om”, donde Mur exhibe una personalidad críptica y performativa que sacrifica la sobrevalorada naturalidad expresiva en favor de un cosmos propio. El álbum refleja el amor de su autora por la música religiosa presentándose como una especie de códice creado entre lo sacro y lo profano, lo antiguo y lo moderno, lo rural y lo urbano, lo imaginario y lo real –“Pandemic” sería otra buena muestra–, pero las nueve piezas del inmersivo “Neu Om” también puede disfrutarse de forma más epidérmica o “táctil”, sin necesidad de tanto precalentamiento especulativo. Un excelente disco de estreno que le sirve a Amanda Mur para aflojarse los corsés más academicistas en pos de una hibridación estética accesible, misteriosa y hasta crítica que discurre como el rayo. ∎