Álbum

Anouar Brahem

After The Last SkyECM, 2025

Anouar Brahem lleva más de tres décadas ensanchando los límites expresivos del oud, ese laúd árabe de cuerpo redondo y voz melancólica cuya sonoridad ha transportado con elegancia desde los confines de la tradición tunecina hasta los márgenes del jazz europeo contemporáneo. Pero lo suyo no ha sido nunca una fusión fácil ni un gesto de eclecticismo: Brahem compone desde el silencio, desde la escucha profunda, y en cada uno de sus discos ha construido un idioma propio, entre la meditación y la forma.

Su nuevo trabajo, “After The Last Sky”, es quizá el más sobrio y exigente de toda su trayectoria. No porque carezca de belleza –la tiene, y en abundancia–, sino porque la reduce a lo esencial. A diferencia de obras anteriores como “Blue Maqams” (2017), que respiraba en gran parte gracias a la batería de Jack DeJohnette y su energía contenida, aquí Brahem opta por un cuarteto sin percusión, en el que la novedad no está en los ya conocidos Dave Holland (contrabajo) y Django Bates (piano), sino en la incorporación de la chelista alemana Anja Lechner, y su interpretación sobria, contenida, contrasta con la exuberancia expresiva de una Jacqueline du Pré a quien recuerda no por el gesto, sino por la intensidad callada con que articula cada fraseo de arpegios y notas.

Lechner no solo cambia la textura del conjunto: redefine su lógica interna. Su participación recuerda, por su contención expresiva y su diálogo cargado de tensión emocional, a su trabajo en el dúo “Ojos negros” (2007) junto al bandoneonista argentino Dino Saluzzi. Como entonces, no busca ocupar un primer plano, sino expandir el horizonte emocional de cada nota. Frente al empuje rítmico de DeJohnette en “Blue Maqams”, la presencia de Lechner desplaza la música hacia una sonoridad más grave, más suspendida, más europea si se quiere, sin renunciar nunca a su raíz árabe modal.

El disco toma su título de un verso del poeta palestino Mahmoud Darwish, y fue compuesto durante los meses de 2023, con el trasfondo de la violencia en Gaza. Brahem no construye una obra política, pero sí afectiva. No denuncia, pero tampoco se desentiende: la tragedia entra por el clima, por la forma, por la manera en que la música se repliega sobre sí misma como buscando un refugio. “Remembering Hind”, un dúo entre piano y chelo, se despliega como una sonata doliente dedicada a una joven víctima de la guerra. “Edward Said’s Reverie”, por su parte, rinde homenaje al pensador palestino-estadounidense a través de una línea melódica compartida entre Lechner y Bates, llena de respeto y contención.

A diferencia de la estructura más viva de “Le pas du chat noir” (2002) o el lirismo casi cinematográfico de “Le voyage de Sahar” (2006), “After The Last Sky” se apoya menos en la melodía y más en la resonancia. El tema que da nombre al disco abre con el lamento del oud y un piano que no acompaña, sino que respira junto a él. Holland, siempre preciso, introduce al final un groove apenas insinuado, mientras Lechner lleva el chelo hacia inflexiones microtonales que evocan la tradición árabe desde una libertad improvisadora muy suya.

Piezas como “Endless Wandering” muestran un Brahem que roza la disonancia sin perder su elegancia espiritual. “Awake”, en compás de 7/4, atraviesa modulaciones y cambios de modo con naturalidad hipnótica. “In The Shade Of Your Eyes” brilla como un dúo oscuro entre oud y chelo, lleno de matices tímbricos. En “The Eternal Olive Tree”, el oud y el contrabajo dibujan juntos una danza mínima y sinuosa, demostrando la complicidad entre Brahem y Holland. Incluso hay lugar para una sorpresa: en “Dancing Under The Meteorites” asoma, discretamente, un eco de tango estructurado sobre el bajo firme de Holland. El cierre con “Vague”, una pieza más antigua de Brahem, introduce ecos de Erik Satie y un aire de despedida que parece una última exhalación.

Este disco no busca conquistar a nuevos públicos ni reafirmar logros pasados. Su diferencia es también su apuesta: la ausencia de percusión, la reducción melódica, la gravedad tonal y la concentración expresiva de los intérpretes lo convierten en una obra de cámara más que de escenario. Brahem ya no explora el encuentro entre tradiciones como un gesto celebratorio; lo hace desde una sobriedad que exige atención y lentitud.

“After The Last Sky” es una música para el presente, pero no para la prisa. No se deja querer de inmediato. Exige quedarse, escuchar sin expectativas, y dejar que el silencio entre nota y nota diga lo que el lenguaje ya no puede. Pocos discos consiguen sostener esa tensión sin caer en la aridez. Brahem lo logra, no como fórmula, sino como ética. ∎

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