Resulta casi imposible escuchar este nuevo disco de inéditos de Arthur Russell y no hacerse la siguiente pregunta: “¿Dónde diablos estaban todas estas joyas hasta ahora?”. Y, a renglón seguido, hacerse otra, estrechamente ligada a la primera: “¿Por qué han tardado tanto en sacarlas de la oscuridad?”. Es realmente sorprendente y, de alguna manera, revelador que, después de haber gozado una y otra vez con discos como “Calling Out Of Context” (2004), “Love Is Overtaking Me” (2008) o “Corn” (2015) –también “Iowa Dream” (2019), pero menos–, y pensar que ya no quedaba más material que recuperar, aparezcan estas nueve composiciones, todas ellas fechadas en los mismos años en los que se crearon los temas de “World Of Echo” (1986).
En una reciente entrevista en ‘Pitchfork’ con Philip Sherburne, Steve Knutson, responsable del sello Audika, avanzaba que, esta vez sí, estamos probablemente ante el último grupo importante de canciones que quedaban en los archivos. Knutson ha sido, junto a Tom Lee –la pareja durante muchos años de Russell–, el responsable de escuchar, editar, catalogar y poner en circulación buena parte del increíble material inédito que dejó el genio sin publicar tras su muerte por sida en 1992. La capacidad de ambos de trabajar conjuntamente para reunir todas esas composiciones de forma coherente en diferentes discos era ya conocida; lo que sorprende es su paciencia y, por qué no decirlo, su sangre fría, manteniendo ocultas estas maravillas hasta hoy. Ignoro la respuesta al enigma, pero una vez que ya “están aquí”, la verdad es que da igual. Solo queda celebrarlo. Y de paso afirmar, sin miedo a equivocarnos, que este es uno de los mejores discos –quizá el mejor– que haya salido nunca a la luz bajo el nombre de Arthur Russell.
Empecemos por los tres instrumentales que llevan el mismo título, “Fuzzbuster”: que sean el 10, el 6 y el 9 (puestos en ese orden en el disco) nos hace pensar que hay al menos siete más esperando ver la luz; al parecer todos ellos provienen de los archivos de la hermana y la madre de Russell, cuya participación en este nuevo acto de resurrección de su legado resulta clave. El primero de ellos, situado precisamente en el arranque del álbum, marca el tono y el mood, muy similares, como es natural, a los de “World Of Echo”: música insinuada, encantada, casi fantasmagórica, apenas levantada de la nada con los mínimos elementos.
En “Not Checking Up” ya oímos su voz (esa voz), aunque Russell no canta; o sí canta, pero sin decir casi nada inteligible. Es uno de esos temas tan suyos en los que la pista vocal es tratada de la misma manera y a la misma altura que la del chelo, utilizada para dibujar siluetas melódicas aleatorias más que para construir un discurso o una narrativa. En “The Boy With A Smile” sí que se le entiende más; o, dicho de otra manera: quiere hacerse entender más. Es el primer tema del disco en el que aparecen de forma clara las ondulaciones sonoras, una constante de esa etapa en la carrera de Russell, y que podrían casi considerarse como el leitmotiv de “Picture Of Bunny Rabbit”. En esta canción en concreto esas variaciones parecen sacadas de un theremín, aunque bien podrían ser de un sinte cualquiera de mediados de los ochenta. “Very Reason” se le parece mucho, con unos modestos pero decisivos latidos sintéticos que acompañan la voz y las cuerdas.
Es al final, con las dos últimas piezas (las más largas: 8 y 6 minutos respectivamente), cuando el disco sube el nivel hasta la maravilla y el arrebato definitivo. La canción que le da título es una increíble y larga improvisación (o varias improvisaciones ensambladas en una sola) de chelo distorsionado, cortes abruptos y manipulación de cintas que funciona como radical contrapunto a la placidez que había dominado hasta ese momento. Nunca antes, que yo recuerde, nos había llegado el arte de Russell de forma tan cruda y cortante; y lo mejor es que el placer de su escucha, lejos de atenuarse o quedar sepultado, se multiplica con el ruido y la presión sónica. De nuevo, además, como en los “Fuzzbuster”, ocurre sin la necesidad de escuchar su voz. Alucinante.
Y llegamos a “In The Light Of A Miracle”, seguramente puesta al final del recorrido de forma estratégica. Una canción que es justamente eso: un milagro. Como la anterior, la base instrumental es sinuosa y distorsionada, aunque aquí de forma más controlada; y en este caso la voz sí está presente, aunque decirlo así es directamente mentir; porque no, no está presente: avasalla, hipnotiza, te deja –valga la redundancia– sin habla. En ambos casos la mano de Knutson editando y ensamblando para dejar los desarrollos infinitos en piezas más manejables resulta esencial; pero quizá más aún en esta última, que puede considerarse desde ya mismo una de las cimas de la discografía de Arthur Russell. Y los que conocen su música ya saben lo que esto quiere decir: el cielo, directamente. ∎