La semana después del lanzamiento de “hexed!”, pude asistir a su premier mundial en el Rewire Festival de La Haya y me quedaron dos cosas claras: que aya –Aya Sinclair, nacida en Huddersfield, Reino Unido, hace 31 años, y residente en Londres tras formarse musicalmente en la escena vanguardista de Mánchester organizada en torno al club The White Hotel con artistas como Iceboy Violet o Space Afrika– está ahora mucho más dispuesta a la confrontación, lo que además significa que está mucho más extrovertida y abierta al intercambio, y que hay algo de brujería en su manejo expresionista del micro. Su nuevo trabajo es una especie de grimorio contemporáneo para invocar a los demonios propios y expelerlos, y podría funcionar a la perfección como el reverso punk del álbum homónimo de Arca: body horror musical para reprogramar el espacio que una misma habita, y para limpiar energías a base de catarsis extremas y viscerales; igual de destructivista e intenso, pero más peleón, más frontal y menos arty.
“I am the pipe I hit myself with”, desde la misma apertura, rememora los tiempos antes de su transición, cuando estuvo a punto de hacerse religioso y le flipaban el hardcore, el doom o el nu metal, pero lo hace como casteando un hechizo oscuro, una especie de maldición, controlando los drones y los colapsos digitales con las manos como la bruja que retuerce el aire, su voz poseída por un espíritu oscuro como la de Galadriel cuando ve el anillo único: “Kissed by a witch, I got hexed!”, grita iracunda. Hay algo vengativo en “hexed!”, una especie de inversión de la idea del “Malleus Maleficarum”, pero la violencia le sirve a Sinclair como una hoguera, como un ritual, para reconocerse a sí misma como el resultado de una serie de circunstancias que, por muy oscuras, han de reconfigurarse hacia la luz. “I’ll never let myself forget they had me out on a witch hunt when I found myself”.
La autopercepción y el reconocimiento de la propia identidad no son, en cualquier caso, los temas centrales de “hexed!”, aunque aparezcan y sobre todo sirvan para contextualizarlo. Son, eso sí, una condición necesaria para enfrentar este exorcismo de la manera más adecuada: después de pasar años refugiándose en las drogas y en el alcohol, en las pasiones desconocidas y los líos de una noche, empalmando fiesta tras fiesta, after tras after, construyendo su sonido en el epicentro de una pesadilla de beats implosivos, bajos infernales y una trituradora de sintetizadores cortantes como el láser, “hexed!” surge de un período de sobriedad y de autocontrol mental, y hay mucha más lucidez que caos en su contraposición de extremos y en su invocación de los espíritus del club. Si su anterior disco era como despertarse en plena parálisis del sueño en medio de la pista –rodeado de gente anónima que son como los demonios de los que habla “the names of Faggot Chav boys”–, o como quedarse atrapado de más en la incapacidad motriz de un pedo de keta, y la idea que se reforzaba era la de sumisión y trascendencia, en su nuevo álbum temas como “off to the ESSO” o “heat death” parecen más bien rememorar esos momentos pero desde una perspectiva irónica, reflexiva y crítica, pero sobre todo más materialista y física: el primero es una frenética colisión de hardcore techno y dubstep ácido, mientras que el segundo parece representar directamente un viajazo mezclando ketamina y coca; al principio susurros e interferencias perturban un ritmo con muchísimo swag, luego todo se acelera y se revoluciona hasta entrar en terrenos pesadillescos, y al final unos 8-bits que simulan constantes vitales ralentizándose se diluyen en un minuto de ambient romanticista. En cierto sentido, “im hole” (2021) recorría hacia dentro esta espiral de sublimación por la vía de la autodestrucción; “hexed!” la recorre hacia fuera, integrándola de un modo que al mismo tiempo le permita escapar de ella.
El interludio final de órgano “The Petard is my Hoister” refuerza un poco esta idea: manipulando el significado de la shakesperiana frase hecha “Hoist with his own petard”, una especie de forma de decir “el cazador cazado” –pegarse un tiro con el propio arma–, aya la usa para hablar de su propia combustión, pues para elevarse es necesario haberse detonado primero. Saltar por los aires quizá nunca había sonado tan literal, y por eso hay muchas contradicciones en “hexed!”, tantas que su piedra angular, el tema homónimo, es una letanía de dark ambient microtonal, oculta entre un campo de minas y subgraves; su alma de rapera condenada y screamo pugna con las voces celestiales en “peach” sobre un ritmo que de roto parece reguetón industrial, y algo parecido pasa en “Droplets”, acercamiento siniestro y digital al gótico industrial en el que Nine Inch Nails parecen perderse en una danza ritual sobre un ritmo fragmentado de dembow. “Mánchester representa para mí esa energía dual”, le ha dicho recientemente a ‘The Guardian’, pero Londres parece haberle dado la serenidad justa para balancear tantos extremos, y para poder disfrutar del vuelo como si fuera una mujer-bala. Su uso consciente del horror como detonador de las cosas buenas queda claro desde la mismísima portada: si esos gusanos fueran Skrillex y Sunn O))), la papilla resultante de masticarlos sería “Time at the Bar”; en un momento, entre martillos y gritos ahogados, una voz apenas perceptible, una especie de maquinístico embrujo Stereolab, susurra “multiplicarse en el barro mientras el mundo arde”, como los gusanos mismos, y unas campanas vampíricas y distorsionadas avisan de la llegada de la primera luz de la mañana, disipando los fantasmas y enviándolos de vuelta a sus moradas: “To smelt home, to gather moss and roll no more (...) To twilight up the moor… Time at the bar”. Para llegar a casa primero hay que atravesar el pantano. ∎